domingo, 29 de agosto de 2021

El Conde de Montecristo - Alejandro Dumas (parte 5 - 2/2)

 

“Llegado a la cima de su venganza por la pendiente lenta y tortuosa que había seguido, se encontraba al otro lado de la montaña con el abismo de la duda.”

Huyendo y creyendo burlar todo, Cavalcanti pasa la noche en una posada donde es aprendido al amanecer cuando pretendía volver a escapar, encontrándose en el mismo lugar con Eugenia y su amiga que ayudaron a entregarlo, (obviamente la supuesta novia debía desquitarse la humillación) aunque al final, Benedetto terminó humillándola más, puesto que ella deseaba permanecer oculta en su fuga, el que fuera encontrada en la misma habitación que su amiga y con ropa de dormir y más, cuando le dice su nombre frente a las autoridades que lo apresaron, era entregarla a la vergüenza y chismes de la gente. Habladurías que también recaerían contra el banquero y su mujer. Las tendencias sexuales de la chica por fin estaban descubiertas y de ahí, su rechazo a los hombres.

Habían pasado cuatro días en los que Valentina Villefort no mejoraba en salud manteniéndose en cama y débil, pero viva, asunto que al menos les daba tranquilidad a medias a Morrel, a Noirtier y al mismo procurador. La habitación de la joven estaba siendo custodiada por sus allegados, sin embargo, en las sombras de la noche y creyendo ella que alucinaba por efecto de la medicina y la fiebre, miraba una silueta oscura paseándose en su recámara, como también veía otra que entraba por su biblioteca y a esta le miraba más figura humana y hasta conocida, por lo que en vez de temerle sentía que no la amenazaba sino que la protegía y más, cuando esa figura le tocaba el pulso y observaba lo que bebía. La noche que la figura le habló, la joven reconoció al conde de Montecristo. Éste le explicó que desde hacía cuatro noches velaba por ella y que por eso debía confiar en él, le dijo lo que pasaba entorno a ella y su situación y hasta se lo comprobó, descubriendo así al verdadero enemigo de la casa; Eloísa de Villefort, su madrastra, era quien se había encargado de envenenar a los personajes que ya sabemos y que también deseaba acabar con la vida de la joven con la única finalidad de que su hijo Eduardo, fuese el heredero universal de toda la fortuna de la familia. Valentina supo que quien le estaba contrarrestando los efectos del veneno de la mujer era el mismo conde que la hacía beber una especie de “antídoto” y ese era el motivo por el cual la joven seguía con vida, aunque débil. No obstante, el asunto debía tomar otro giro, según Montecristo, por ella misma y Maximiliano, así que haciéndola cómplice de su plan, ella accede poniéndose en sus manos, aunque eso signifique poner a todos sus conocidos de cabeza.

La ruina de Danglars es también inminente, reflexionando sobre la desgracia de Villefort, la deshonra y muerte de Morcef y ahora él siendo ridiculizado por un bandido que se hizo pasar por noble y la fuga de su hija malagradecida, lo tiene desesperado, además de su condición financiera. El banquero que sólo contaba con una cantidad de dinero de la cual disponer, es visitado por Montecristo, quien retira cinco millones de su crédito, impidiendo así hacer la jugada del viejo. Danglars tenía ya planes para ese dinero y el conde se los mandó al garete. Este suceso provoca la huida desesperada del banquero.

El día anterior, por la mañana, la muerte de Valentina sorprende a muchos, Villefort casi enloquece de dolor, al igual que Morrel y el abuelo Noirtier que en su condición, describe el escritor, que las venas de su cuerpo le inyectaron de rojo llenándole de furor, mostrando su dolor de esa manera. El procurador, que no conocía a aquel militar abatido por el dolor también, hasta ese momento se entera del amor de Morrel por su hija y Maximiliano le exige que como autoridad la vengue pues les dice a todos que Valentina ha sido asesinada. Noirtier y el doctor d’Avrigny secundan lo dicho por el hombre y Villefort, sintiéndose acorralado y sin caso a negar las cosas ante la furia de Morrel y las miradas de los demás, sólo pide tres días para dar con el culpable y hacer justicia. El doctor d’Avrigny que estuvo pendiente, se encarga de hacer llegar al lecho de la difunta al abate Busoni para que rece por el alma de la joven y la condición del abuelo que no dejaba de mirar el cuerpo inerte de su nieta en la cama.

La joven fue velada toda esa noche y esa mañana ya todo estaba listo para su sepultura. El funeral se lleva a cabo con toda la solemnidad, siendo que, estando en el cementerio, el conde observa de lejos a Morrel adivinando sus intenciones de suicidio. Luego de la sepultura le visita en su casa y le revela quien es para evitar que el joven haga una locura que llene de dolor a su hermana Julia y a su cuñado Manuel. Montecristo le recuerda el momento que el señor Morrel iba a hacer lo mismo y que él, como Simbad el marino había evitado. Esta revelación llena de alegría a la hermana de Maximiliano cuando se entera y el agradecimiento no les es suficiente, tenían frente a ellos por fin al salvador de la familia que evitó una tragedia años atrás y ahora volvía a evitar otra a un miembro de la misma familia, sólo que las causa eran diferentes; Morrel padre había decidido suicidarse por la ruina que tenía encima sin poder responder a los acreedores y Morrel hijo, había resuelto acabar con su vida por no resistir la muerte de su amada. Montecristo les dice a todos que se va de viaje, diciéndole también a Maximiliano que lo llevará con él. El conde le pide un plazo para que aplaque su dolor y si pasado ese tiempo nada cambia en él, entonces el mismo Montecristo se compromete a ayudarle a morir. Con esto, Edmundo gana el tiempo que necesita para completar su trabajo.

Por su parte, en uno de los tantos domicilios, Luciano Debray, que había mantenido un amorío secreto, corta toda relación con Herminia Danglars, asunto que toma por sorpresa a la mujer que creyó seguir conservando a su amante luego de que su marido el banquero, la dejara en libertad y se marchara de Francia. Para Debray el asunto con Herminia ya había perdido sabor, hastiándolo más que complacerlo y ella humillada también le deja. Y en ese mismo momento y en el mismo lugar, Mercedes y Alberto que se habían mudado a una habitación cercana, resuelven irse de Paris, ella a Marsella y él enrolado como militar. Montecristo decide ayudarlos en su nueva vida.

El foso de los leones es una cárcel donde se custodian a los presos más peligrosos y en ese lugar estaba Benedetto, esperando su juicio y es visitado por quien menos esperaba; Bertuccio le habla en privado porque llega dispuesto a decirle su origen y de quien es hijo.

Como se recordará en un párrafo anterior, el abate Busoni se había quedado sólo con Noirtier y la difunta el día de su muerte, esto hizo que la dulce caridad y el poder persuasivo del religioso le devolviera al viejo la paz que necesitaba, resignación que impresionó tanto al médico como al magistrado después y poco antes de la sepultura de la joven. No obstante, pasado ese tiempo y para apaciguar su dolor, Villefort trabajaba en dos casos a los que estaba volcado absorbiéndole por completo; el asesinato ocurrido en la casa de Montecristo (el de Caderousse) y por el que pediría pena de muerte para el hechor y también dar con el asesino de su hija. ¿Y cómo dar con el segundo? El magistrado ya había leído en la mirada inquisidora y terrible de su padre, la expresión que le lanzaba a su mujer Eloísa por lo que Villefort, con la sangre fría que le caracterizaba y el respeto hacia él, le había prometido actuar ya sin perder tiempo. El día que se llevaba a cabo el juicio de Benedetto, ese mismo día el magistrado decide actuar contra su mujer y sin reparos, no como marido sino como juez, la encara preguntándole por el veneno del que se ha servido para matar a su suegra, a Barrois y a Valentina. Como es de imaginarse el espanto en la mujer se hace presente, pues Villefort la está acusando directamente. Ante el terror de la mujer que sabe que no podrá escapar de la justicia, se da cuenta que tampoco podrá escapar de la pena máxima a la que su propio marido la llevará si no obedece a su petición y antes de exponerse al escarnio público, decide hacer una sola cosa el tiempo que Villefort le da y que él mismo le pide mientras se va al Palacio de Justicia. Él no quería encontrarla viva a su regreso.

El caso Benedetto o el del “falso Cavalcanti” había producido sensación en París y escándalo entre las amistades y relaciones que había logrado cultivar en ese último tiempo. Personas y periódicos habían sacado provecho contando el antes y después por lo que su juicio en el tribunal era algo de lo que nadie quería perderse, tanto por diversión como para tener de qué hablar después y los amigos de Alberto que ya conocemos, eran parte de ese público asistente. Lo que nadie se imaginaba era el giro que tomaría el juicio y del que se iba a encargar el mismo acusado, pues sabiendo ya quien era su padre no dudó en tomar ventaja. En pleno juicio y cuando Villefort estaba en su mayor inspiración, el joven le dio la estocada que no se esperaba revelándole su identidad y diciendo frente a todos quien es su padre, dando datos y pruebas que dejan a un magistrado estupefacto y rígido incapaz de continuar con su trabajo. Herminia que había asistido para ver el destino del hombre que se quiso burlar de su hija, al enterarse de todos los pormenores del caso y de la identidad de Benedetto, se desvaneció más de una vez por la impresión y Villefort, casi loco por la perturbación y renunciando a su puesto, regresa a su casa sólo para toparse con las consecuencias de sus actos; el cadáver de su mujer Eloísa y peor, también el de su hijo Eduardo. La mujer, aterrorizada por las amenazas de su marido, envenenó a su hijo primero y luego ella, obedeciendo así los deseos de Villefort. El magistrado estaba destrozado. Busoni que estaba con Noirtier, le dice a Villefort que ha pagado su deuda y el hombre le reconoce la voz, el falso religioso le revela por fin su identidad al ex procurador y el hombre, completamente perturbado y sufriendo un colapso nervioso, sintiendo en carne propia la justicia, no del hombre sino la divina y llegando al límite donde la razón y la demencia rozan, enloquece sin remedio después de mostrarle al conde los cuerpos inertes de su familia, precio de su venganza. No obstante y sabiendo Montecristo la afición de Eloísa Villefort por los venenos (por los que él mismo la había instado desde el principio) jamás imaginó que en su desesperación por saberse descubierta, también se llevara a su hijo matándolo. Villefort ha perdido completamente el juicio y el conde es testigo de eso; le ve cavar agujeros por todo el patio, reviviendo aquel momento en Auteuil y le escucha decir que le encontrará (al hijo) en su demencia, el hombre busca aquel bebé que creyó sepultar muerto y que resultó estar vivo. Estos sucesos le hacen cuestionarse a Dantés como instrumento de la venganza y es entonces cuando resuelve salvar lo que queda.

Edmundo se va de París llevándose a Maximiliano con él, acompañados por el criado Bautista, Alí y Haydée llevan otro rumbo y Bertuccio se queda con Noirtier. Al llegar a Marsella, Edmundo mira a Mercedes despedirse de Alberto en el puerto porque viaja a África con su compañía militar. Regresando la mujer a su casa, (la casa donde vivió el padre de él) Edmundo la sigue y allí logran hablar, perdonarse y dejar los rencores. Sin embargo, el dolor no cesa y Mercedes decide vivir sola pues según ella, está entre dos tumbas; la del Edmundo del pasado y la del conde de Morcef, sin dejar de sentirse en parte culpable y lo único que le pide a Montecristo es que utilice su poder para preservarle la vida a Alberto donde quiera que esté. Él se lo promete, pero con esto Edmundo y lleno de dolor, también decide decirle adiós, pues de igual manera se da cuenta que Mercedes no es la misma mujer con la que se iba a casar años atrás, aunque para ella, el único hombre que sigue habiendo en su corazón es él y para siempre.

Dejando a Mercedes, Edmundo decide regresar al hombre pobre, pero libre, e incluso al preso cadáver resucitado y para eso se dirige a hacer una visita al castillo de If, ahora ya cerrado, volver a él era enfrentarse al enemigo fantasma de su pasado. Fue conducido por un conserje que se encargaba de mostrar a los curiosos aquel “monumento del terror” sin embargo, Montecristo que lo conocía mejor que nadie no necesitaba de guías, aunque no opuso resistencia, cada paso le hacía revivir todo, especialmente las historias que el hombre contaba sobre dos presos que conmovió su corazón. Edmundo volvió a ver su propio calabozo y revivir todo recuerdo del abate Faria, así como escuchar su propia experiencia vivida, lo que el conde jamás se imaginó sería encontrar otro de los tesoros del abate que le entregó el conserje; el libro de tiras de telas escrito por Faria y que conservaba los tesoros de las ciencias. Un manuscrito que era la obra del abate sobre Italia. Con esto, Edmundo tiene nuevas fuerzas y propósitos pues aún falta algo por hacer. Regresa a Marsella a encontrarse con Maximiliano, pero él debe ir a Italia, Morrel decide quedarse unos días en Marsella y el conde le da un plazo para encontrarse, lo que para Morrel es el plazo de su vida; se reencontraran en la isla de Montecristo el día 5 de Octubre y decidirá si vive o muere.

Danglars ha viajado a Roma para retirar una fuerte suma de dinero, no obstante, el conde ya tiene avisados a sus amigos bandoleros, por lo que siguen al banquero y luego de hacer el trámite de sus millones le secuestran. Danglars, recordando las historias de Alberto, espera a que pidan rescate por él, sin embargo, el plan es hacerle padecer hambre, sed, desesperación y locura hasta despojarlo de todo el dinero que lleva encima y con el cual paga exorbitantes sumas para alimentarse. Cuando ya no le queda mucho, Montecristo se presenta ante él como es y Danglars por fin se da cuenta que se trata de Edmundo. La impresión del hombre es fuerte postrándose a tierra frente al conde, Montecristo le hace ver el destino de los otros dos cómplices, mas sin embargo, a él lo dejará ir perdonándolo. Danglars es liberado después, siendo alejado por el mismo Vampa y dejado en un camino. Cuando el viejo reaccionó y se acercó a las aguas de un arroyo se vio en un reflejo que le indicaba lo envejecido y arruinado que estaba en sólo un momento.

Morrel llega a la isla de Montecristo en el tiempo acordado con el conde. El militar, no hallando consuelo de ninguna manera, está decidido a acabar con su vida que sin Valentina no tiene sentido y aunque el conde intenta persuadirlo sabe que de nada le vale. Le hace beber una extraña sustancia y Morrel piensa que es un veneno. Cuando él delira y se desvanece cree ver al ángel de Valentina venir a su encuentro sin imaginar que es la chica en verdad y a la que el conde salvó de su familia, fingiendo su muerte. Valentina se recuperó y estuvo todo el tiempo con Haydée, uniéndose las dos jóvenes en cariño fraternal y al agradecerle al conde todo lo que hizo por ella, él se siente satisfecho, tanto que también decide dejar en libertad a su esclava Haydée y devolverla a la riqueza de su padre y estatus de princesa, pero la chica prefiere morir antes que separarse de él, es aquí cuando el conde se da cuenta de que ella le ama como el hombre que es, y él, sintiendo la dicha en su corazón decide corresponderle, dejando atrás todo lo que perseguía y dispuesto a vivir una nueva vida con ella. El conde les deja una herencia a los novios como regalo de bodas, ya que cuando Maximiliano despierta no puede creer su dicha, aunque el conde ya no esté. Ver a Valentina viva y con él es tener de nuevo la vida y entonces ella le cuenta todo. Una vez más, el conde de Montecristo le ha salvado y devolviéndole a la mujer que ama como el conde se lo había prometido y con esto, ambos enamorados se sienten aún más en deuda con el ángel que les ha salvado, eso significa Montecristo para ellos. Sin embargo, Morrel no volvió a verle puesto que Edmundo y Haydée al amanecer zarparon juntos a vivir una nueva vida y sólo saben de él a través de una carta que les dejó con Jacopo. En ella les deja instrucciones a ambos como también se sabe el porqué el abuelo Noirtier estaba después tranquilo con respecto a la muerte de su nieta; Edmundo como Busoni le había tranquilizado en ese aspecto y el abuelo les esperaba en Uorna junto con Bertuccio a donde los llevaría Jacopo porque el anciano debía bendecir la boda de los jóvenes.

Y con la escena de la carta leída por los enamorados termina el libro.

“Sólo el que ha experimentado el colmo del infortunio puede sentir la felicidad suprema. Es preciso haber querido morir, amigo mío, para saber cuán buena y hermosa es la vida. (…) toda la sabiduría humana estará resumida en dos palabras: ¡confiar y esperar!”

FIN

 ¿Te ha gustado este resumen de “El conde de Montecristo”? ¿Qué esperas para conocer o releer esta maravillosa obra? En los próximos días te diré mi impresión.

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