jueves, 5 de agosto de 2021

El Conde de Montecristo - Alejandro Dumas (parte 3)

 

“(…) Una vez hecho el sacrificio de la vida, ya uno no es igual a los otros hombres, o mejor dicho, los otros hombres no son nuestros iguales, y una vez tomada esta resolución, siente uno aumentarse sus fuerzas y agrandarse su horizonte.”

El día y la fecha indicada y acordada se cumple y Alberto, reuniendo a sus amigos cercanos; Luciano Debray, secretario del Ministro de Interior, Beauchamp, escritor y periodista y el conde de Chateau Renaud que llega junto con el capitán Maximiliano Morrel (hijo del naviero exjefe de Dantés) y que presenta a Alberto, esperan la llegada de Montecristo porque tanto les habló Morcef de su aventura en Roma y de su salvador, que todos tenían curiosidad por conocer a tan singular, millonario y excéntrico personaje, a quien también una tal condesa de G… amiga de Franz, aquella noche de teatro en Roma, había visto de lejos y comparado con lord Ruthwen, el vampiro que lord Byron incitó a crear. Cuando Montecristo llegó puntual, Alberto no cabía en su emoción, lo presentó a cada uno de sus amigos, pero a quien el conde le dio especial atención fue a Morrel, de quien supo que su hermana estaba felizmente casada desde hacía nueve años con un gran hombre, por lo que Montecristo le dijo que estaría encantado de conocer. Todos los hombres disfrutaron del almuerzo, comentando de nuevo Morcef lo pasado en Roma y una vez que hubo terminado todo, los invitados se fueron dejando al vizconde y a Montecristo solos, era el momento para hacer otro tipo de presentaciones de las cuales el conde estaba también ansioso pues sabía perfectamente a quienes iba a ver y era algo que ansiaba. Luego de mostrarle su estancia, Alberto hizo lo que Montecristo esperaba; primero le presentó a su padre, Fernando de Morcef y poco después a su madre, la bella Mercedes. El primero no reconoció a su invitado, sin embargo, la condesa supo que su corazón no podía engañarla y a pesar de todo el disfraz de Montecristo, ella intuyó quien era ese hombre en realidad. Después de tanto tiempo, Dantés volvía a tener frente a frente a la mujer que amó y al hombre que le destruyó por ese amor, manteniéndose con impasible y fría entereza y no permitiendo turbarse en lo más mínimo. El conde ya tenía sus planes al permanecer en París y no sólo se había hecho de una residencia cerca de los Campos Elíseos, sino que anhelaba tener otra, una cuyo misterio le revelaría su criado Bertuccio a quien le obligaría a decirle la verdad de su identidad. El hombre guardaba un secreto que no le era oculto al conde y obligado por la situación a la que Montecristo lo expuso debió confesárselo. En las afueras de París existe una residencia a la que llaman “La casa de Auteuil” y que él junto al criado fueron a ver una vez adquirida. El conde ya había notado la turbación en el criado por dicha casa y ahora sólo restaba saber por qué. Los nervios del criado estallan al estar en dicha casa pues sus recuerdos son muy vívidos y Bertuccio amenazado por el conde con despedirlo no tiene más remedio que confesar lo que sabe de dicho lugar. Estando en el patio, Bertuccio le cuenta su historia de venganza contra Villefort por un hermano de él mismo (Bertuccio) suceso que se remonta a 1815 y que esa noche que le esperaba para matarlo en ese mismo patio, no contaba con algo; Villefort había salido a ese patio con un cofre que buscaba enterrar y al atacarlo Bertuccio, cree dejarlo muerto por la herida en el pecho llevándose el cofre que creía tenía algún tesoro. Para colmo, se encuentra con un bebé recién nacido que para su sorpresa no está muerto, Bertuccio lo reanima y lo lleva a un hospicio, pero quedándose con la prueba de la nobleza del infante. Meses después su hermana adopta a “Benedetto” y entre los dos lo crían sin imaginar la maldad dentro del niño y con la cual creció. Bertuccio dice a Montecristo que la madre del niño era una hermosa mujer, esposa de un noble, el marqués de Nargonne, pero que el embarazo que tenía era de Villefort y esa noche que lo esperaba para matarlo, el infante había nacido al parecer adelantado. En esa confesión, Bertuccio también le cuenta a Montecristo el asesinato que comete Caderousse por ambición en 1829 a un joyero por el diamante que el abate Busoni le había dado y del cual lo culpan a él, llevándolo a prisión, el conde parece complacido por lo dicho por su criado y agradecido por contarle tan emocionante historia, le dispensa el secreto y le permite seguir a su servicio con la fidelidad absoluta que exige de quien le sirve. Poco después, Montecristo se encuentra con el que lo traicionó por ambición; Danglars y al siguiente día, gracias a un accidente de carruaje que su criado Alí evitó frente a la casa de Auteuil, conoció a la segunda esposa y vástago aún infante de su tercer enemigo; Villefort. Todo encajaba para el conde, todo lo tenía en sus manos, sus planes estaban saliendo como los deseaba y lo mejor, él sabía con quienes se entrevistaba, mas los entrevistados no lograban reconocerle.

Y gracias a su acto heroico de devolver la salud a la señora de Villefort y a su hijo debido a la impresión del accidente evitado, ahora el conde se volvía famoso en todo París que no dejó de hablar de él, especialmente los que ya le conocían, aumentando aún más la admiración de todos por tan extraño hombre, esto hace que el tercer personaje que espera ver le visite; Villefort. Montecristo muy dueño de sí y el magistrado, de porte altanero y arrogante estuvieron cara a cara sin que Villefort le reconociera, sin embargo, gracias al servicio prestado por el conde para con la familia del procurador, éste sintió su deber visitarle y darle las gracias en persona, lo que no se esperaba era que el conde le recibiría con la misma frialdad que él como magistrado transmitía, llegando a tener ambos una conversación “ideológica” que deja estupefacto a Villefort al conocer la filosofía de Montecristo y darse cuenta, como todos, que no se trataba de un hombre común, aunque tampoco extraordinario como le parecía a los demás. A pesar de eso, el magistrado le dice que tiene una amiga en su esposa y el agradecimiento de ellos como familia, por lo que las visitas “sociales” no terminarían. El conde se da cuenta que rodearse con este tipo de personas le llena aún más de veneno por lo que al dejarlo el magistrado, decide buscar su remedio.

Entre las personas que rodean al conde, hay una que es una pieza clave para destruir a Fernando de Morcef y esa es su esclava Haydée, rescatada por Montecristo cuando todavía era una niña y a la que le ha dado todos los cuidados y lujos de un padre porque no es una joven cualquiera; es una hermosa princesa a cuya familia Morcef traicionó por lo que ella también busca su venganza.

Montecristo luego de haberse encontrado de nuevo con la familia Morrel se reúne con ellos, sin que ellos sepan quien es él en realidad, lo que el conde no imagina es el motivo de la ilusión de Maximiliano; el militar está enamorado de Valentina Villefort, la hija del magistrado y aunque ella le corresponda al cariño, por desgracia está comprometida con Franz d’Epinay, el amigo de Alberto que ya se conoce, dando con este suceso y esta trama entre estos dos personajes (Maximiliano y Valentina) otro toque de romance a la historia porque se entrevistan a escondidas, su amor secreto es ignorado por todos.

Montecristo le tiene un cariño especial a Haydée, sin embargo, ella le ama con todas sus fuerzas y corazón, no obstante, una noche de teatro en la que él la lleva, la hermosa joven encuentra entre los asistentes a Fernando, el traidor y asesino de su familia por lo que se altera, el conde finge no saber muy bien el suceso y ella decide contarle todo lo que ese hombre hizo, detalles que Montecristo desea saber muy bien y debido a la turbación de Haydée dejan el teatro. Al conde le interesa saber más del sinvergüenza de Fernando y es ella la que le contará esa parte de la historia que hizo la fortuna de Morcef y que él oculta como un terrible secreto.


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