domingo, 29 de agosto de 2021

El Conde de Montecristo - Alejandro Dumas (parte 5 - 2/2)

 

“Llegado a la cima de su venganza por la pendiente lenta y tortuosa que había seguido, se encontraba al otro lado de la montaña con el abismo de la duda.”

Huyendo y creyendo burlar todo, Cavalcanti pasa la noche en una posada donde es aprendido al amanecer cuando pretendía volver a escapar, encontrándose en el mismo lugar con Eugenia y su amiga que ayudaron a entregarlo, (obviamente la supuesta novia debía desquitarse la humillación) aunque al final, Benedetto terminó humillándola más, puesto que ella deseaba permanecer oculta en su fuga, el que fuera encontrada en la misma habitación que su amiga y con ropa de dormir y más, cuando le dice su nombre frente a las autoridades que lo apresaron, era entregarla a la vergüenza y chismes de la gente. Habladurías que también recaerían contra el banquero y su mujer. Las tendencias sexuales de la chica por fin estaban descubiertas y de ahí, su rechazo a los hombres.

Habían pasado cuatro días en los que Valentina Villefort no mejoraba en salud manteniéndose en cama y débil, pero viva, asunto que al menos les daba tranquilidad a medias a Morrel, a Noirtier y al mismo procurador. La habitación de la joven estaba siendo custodiada por sus allegados, sin embargo, en las sombras de la noche y creyendo ella que alucinaba por efecto de la medicina y la fiebre, miraba una silueta oscura paseándose en su recámara, como también veía otra que entraba por su biblioteca y a esta le miraba más figura humana y hasta conocida, por lo que en vez de temerle sentía que no la amenazaba sino que la protegía y más, cuando esa figura le tocaba el pulso y observaba lo que bebía. La noche que la figura le habló, la joven reconoció al conde de Montecristo. Éste le explicó que desde hacía cuatro noches velaba por ella y que por eso debía confiar en él, le dijo lo que pasaba entorno a ella y su situación y hasta se lo comprobó, descubriendo así al verdadero enemigo de la casa; Eloísa de Villefort, su madrastra, era quien se había encargado de envenenar a los personajes que ya sabemos y que también deseaba acabar con la vida de la joven con la única finalidad de que su hijo Eduardo, fuese el heredero universal de toda la fortuna de la familia. Valentina supo que quien le estaba contrarrestando los efectos del veneno de la mujer era el mismo conde que la hacía beber una especie de “antídoto” y ese era el motivo por el cual la joven seguía con vida, aunque débil. No obstante, el asunto debía tomar otro giro, según Montecristo, por ella misma y Maximiliano, así que haciéndola cómplice de su plan, ella accede poniéndose en sus manos, aunque eso signifique poner a todos sus conocidos de cabeza.

La ruina de Danglars es también inminente, reflexionando sobre la desgracia de Villefort, la deshonra y muerte de Morcef y ahora él siendo ridiculizado por un bandido que se hizo pasar por noble y la fuga de su hija malagradecida, lo tiene desesperado, además de su condición financiera. El banquero que sólo contaba con una cantidad de dinero de la cual disponer, es visitado por Montecristo, quien retira cinco millones de su crédito, impidiendo así hacer la jugada del viejo. Danglars tenía ya planes para ese dinero y el conde se los mandó al garete. Este suceso provoca la huida desesperada del banquero.

El día anterior, por la mañana, la muerte de Valentina sorprende a muchos, Villefort casi enloquece de dolor, al igual que Morrel y el abuelo Noirtier que en su condición, describe el escritor, que las venas de su cuerpo le inyectaron de rojo llenándole de furor, mostrando su dolor de esa manera. El procurador, que no conocía a aquel militar abatido por el dolor también, hasta ese momento se entera del amor de Morrel por su hija y Maximiliano le exige que como autoridad la vengue pues les dice a todos que Valentina ha sido asesinada. Noirtier y el doctor d’Avrigny secundan lo dicho por el hombre y Villefort, sintiéndose acorralado y sin caso a negar las cosas ante la furia de Morrel y las miradas de los demás, sólo pide tres días para dar con el culpable y hacer justicia. El doctor d’Avrigny que estuvo pendiente, se encarga de hacer llegar al lecho de la difunta al abate Busoni para que rece por el alma de la joven y la condición del abuelo que no dejaba de mirar el cuerpo inerte de su nieta en la cama.

La joven fue velada toda esa noche y esa mañana ya todo estaba listo para su sepultura. El funeral se lleva a cabo con toda la solemnidad, siendo que, estando en el cementerio, el conde observa de lejos a Morrel adivinando sus intenciones de suicidio. Luego de la sepultura le visita en su casa y le revela quien es para evitar que el joven haga una locura que llene de dolor a su hermana Julia y a su cuñado Manuel. Montecristo le recuerda el momento que el señor Morrel iba a hacer lo mismo y que él, como Simbad el marino había evitado. Esta revelación llena de alegría a la hermana de Maximiliano cuando se entera y el agradecimiento no les es suficiente, tenían frente a ellos por fin al salvador de la familia que evitó una tragedia años atrás y ahora volvía a evitar otra a un miembro de la misma familia, sólo que las causa eran diferentes; Morrel padre había decidido suicidarse por la ruina que tenía encima sin poder responder a los acreedores y Morrel hijo, había resuelto acabar con su vida por no resistir la muerte de su amada. Montecristo les dice a todos que se va de viaje, diciéndole también a Maximiliano que lo llevará con él. El conde le pide un plazo para que aplaque su dolor y si pasado ese tiempo nada cambia en él, entonces el mismo Montecristo se compromete a ayudarle a morir. Con esto, Edmundo gana el tiempo que necesita para completar su trabajo.

Por su parte, en uno de los tantos domicilios, Luciano Debray, que había mantenido un amorío secreto, corta toda relación con Herminia Danglars, asunto que toma por sorpresa a la mujer que creyó seguir conservando a su amante luego de que su marido el banquero, la dejara en libertad y se marchara de Francia. Para Debray el asunto con Herminia ya había perdido sabor, hastiándolo más que complacerlo y ella humillada también le deja. Y en ese mismo momento y en el mismo lugar, Mercedes y Alberto que se habían mudado a una habitación cercana, resuelven irse de Paris, ella a Marsella y él enrolado como militar. Montecristo decide ayudarlos en su nueva vida.

El foso de los leones es una cárcel donde se custodian a los presos más peligrosos y en ese lugar estaba Benedetto, esperando su juicio y es visitado por quien menos esperaba; Bertuccio le habla en privado porque llega dispuesto a decirle su origen y de quien es hijo.

Como se recordará en un párrafo anterior, el abate Busoni se había quedado sólo con Noirtier y la difunta el día de su muerte, esto hizo que la dulce caridad y el poder persuasivo del religioso le devolviera al viejo la paz que necesitaba, resignación que impresionó tanto al médico como al magistrado después y poco antes de la sepultura de la joven. No obstante, pasado ese tiempo y para apaciguar su dolor, Villefort trabajaba en dos casos a los que estaba volcado absorbiéndole por completo; el asesinato ocurrido en la casa de Montecristo (el de Caderousse) y por el que pediría pena de muerte para el hechor y también dar con el asesino de su hija. ¿Y cómo dar con el segundo? El magistrado ya había leído en la mirada inquisidora y terrible de su padre, la expresión que le lanzaba a su mujer Eloísa por lo que Villefort, con la sangre fría que le caracterizaba y el respeto hacia él, le había prometido actuar ya sin perder tiempo. El día que se llevaba a cabo el juicio de Benedetto, ese mismo día el magistrado decide actuar contra su mujer y sin reparos, no como marido sino como juez, la encara preguntándole por el veneno del que se ha servido para matar a su suegra, a Barrois y a Valentina. Como es de imaginarse el espanto en la mujer se hace presente, pues Villefort la está acusando directamente. Ante el terror de la mujer que sabe que no podrá escapar de la justicia, se da cuenta que tampoco podrá escapar de la pena máxima a la que su propio marido la llevará si no obedece a su petición y antes de exponerse al escarnio público, decide hacer una sola cosa el tiempo que Villefort le da y que él mismo le pide mientras se va al Palacio de Justicia. Él no quería encontrarla viva a su regreso.

El caso Benedetto o el del “falso Cavalcanti” había producido sensación en París y escándalo entre las amistades y relaciones que había logrado cultivar en ese último tiempo. Personas y periódicos habían sacado provecho contando el antes y después por lo que su juicio en el tribunal era algo de lo que nadie quería perderse, tanto por diversión como para tener de qué hablar después y los amigos de Alberto que ya conocemos, eran parte de ese público asistente. Lo que nadie se imaginaba era el giro que tomaría el juicio y del que se iba a encargar el mismo acusado, pues sabiendo ya quien era su padre no dudó en tomar ventaja. En pleno juicio y cuando Villefort estaba en su mayor inspiración, el joven le dio la estocada que no se esperaba revelándole su identidad y diciendo frente a todos quien es su padre, dando datos y pruebas que dejan a un magistrado estupefacto y rígido incapaz de continuar con su trabajo. Herminia que había asistido para ver el destino del hombre que se quiso burlar de su hija, al enterarse de todos los pormenores del caso y de la identidad de Benedetto, se desvaneció más de una vez por la impresión y Villefort, casi loco por la perturbación y renunciando a su puesto, regresa a su casa sólo para toparse con las consecuencias de sus actos; el cadáver de su mujer Eloísa y peor, también el de su hijo Eduardo. La mujer, aterrorizada por las amenazas de su marido, envenenó a su hijo primero y luego ella, obedeciendo así los deseos de Villefort. El magistrado estaba destrozado. Busoni que estaba con Noirtier, le dice a Villefort que ha pagado su deuda y el hombre le reconoce la voz, el falso religioso le revela por fin su identidad al ex procurador y el hombre, completamente perturbado y sufriendo un colapso nervioso, sintiendo en carne propia la justicia, no del hombre sino la divina y llegando al límite donde la razón y la demencia rozan, enloquece sin remedio después de mostrarle al conde los cuerpos inertes de su familia, precio de su venganza. No obstante y sabiendo Montecristo la afición de Eloísa Villefort por los venenos (por los que él mismo la había instado desde el principio) jamás imaginó que en su desesperación por saberse descubierta, también se llevara a su hijo matándolo. Villefort ha perdido completamente el juicio y el conde es testigo de eso; le ve cavar agujeros por todo el patio, reviviendo aquel momento en Auteuil y le escucha decir que le encontrará (al hijo) en su demencia, el hombre busca aquel bebé que creyó sepultar muerto y que resultó estar vivo. Estos sucesos le hacen cuestionarse a Dantés como instrumento de la venganza y es entonces cuando resuelve salvar lo que queda.

Edmundo se va de París llevándose a Maximiliano con él, acompañados por el criado Bautista, Alí y Haydée llevan otro rumbo y Bertuccio se queda con Noirtier. Al llegar a Marsella, Edmundo mira a Mercedes despedirse de Alberto en el puerto porque viaja a África con su compañía militar. Regresando la mujer a su casa, (la casa donde vivió el padre de él) Edmundo la sigue y allí logran hablar, perdonarse y dejar los rencores. Sin embargo, el dolor no cesa y Mercedes decide vivir sola pues según ella, está entre dos tumbas; la del Edmundo del pasado y la del conde de Morcef, sin dejar de sentirse en parte culpable y lo único que le pide a Montecristo es que utilice su poder para preservarle la vida a Alberto donde quiera que esté. Él se lo promete, pero con esto Edmundo y lleno de dolor, también decide decirle adiós, pues de igual manera se da cuenta que Mercedes no es la misma mujer con la que se iba a casar años atrás, aunque para ella, el único hombre que sigue habiendo en su corazón es él y para siempre.

Dejando a Mercedes, Edmundo decide regresar al hombre pobre, pero libre, e incluso al preso cadáver resucitado y para eso se dirige a hacer una visita al castillo de If, ahora ya cerrado, volver a él era enfrentarse al enemigo fantasma de su pasado. Fue conducido por un conserje que se encargaba de mostrar a los curiosos aquel “monumento del terror” sin embargo, Montecristo que lo conocía mejor que nadie no necesitaba de guías, aunque no opuso resistencia, cada paso le hacía revivir todo, especialmente las historias que el hombre contaba sobre dos presos que conmovió su corazón. Edmundo volvió a ver su propio calabozo y revivir todo recuerdo del abate Faria, así como escuchar su propia experiencia vivida, lo que el conde jamás se imaginó sería encontrar otro de los tesoros del abate que le entregó el conserje; el libro de tiras de telas escrito por Faria y que conservaba los tesoros de las ciencias. Un manuscrito que era la obra del abate sobre Italia. Con esto, Edmundo tiene nuevas fuerzas y propósitos pues aún falta algo por hacer. Regresa a Marsella a encontrarse con Maximiliano, pero él debe ir a Italia, Morrel decide quedarse unos días en Marsella y el conde le da un plazo para encontrarse, lo que para Morrel es el plazo de su vida; se reencontraran en la isla de Montecristo el día 5 de Octubre y decidirá si vive o muere.

Danglars ha viajado a Roma para retirar una fuerte suma de dinero, no obstante, el conde ya tiene avisados a sus amigos bandoleros, por lo que siguen al banquero y luego de hacer el trámite de sus millones le secuestran. Danglars, recordando las historias de Alberto, espera a que pidan rescate por él, sin embargo, el plan es hacerle padecer hambre, sed, desesperación y locura hasta despojarlo de todo el dinero que lleva encima y con el cual paga exorbitantes sumas para alimentarse. Cuando ya no le queda mucho, Montecristo se presenta ante él como es y Danglars por fin se da cuenta que se trata de Edmundo. La impresión del hombre es fuerte postrándose a tierra frente al conde, Montecristo le hace ver el destino de los otros dos cómplices, mas sin embargo, a él lo dejará ir perdonándolo. Danglars es liberado después, siendo alejado por el mismo Vampa y dejado en un camino. Cuando el viejo reaccionó y se acercó a las aguas de un arroyo se vio en un reflejo que le indicaba lo envejecido y arruinado que estaba en sólo un momento.

Morrel llega a la isla de Montecristo en el tiempo acordado con el conde. El militar, no hallando consuelo de ninguna manera, está decidido a acabar con su vida que sin Valentina no tiene sentido y aunque el conde intenta persuadirlo sabe que de nada le vale. Le hace beber una extraña sustancia y Morrel piensa que es un veneno. Cuando él delira y se desvanece cree ver al ángel de Valentina venir a su encuentro sin imaginar que es la chica en verdad y a la que el conde salvó de su familia, fingiendo su muerte. Valentina se recuperó y estuvo todo el tiempo con Haydée, uniéndose las dos jóvenes en cariño fraternal y al agradecerle al conde todo lo que hizo por ella, él se siente satisfecho, tanto que también decide dejar en libertad a su esclava Haydée y devolverla a la riqueza de su padre y estatus de princesa, pero la chica prefiere morir antes que separarse de él, es aquí cuando el conde se da cuenta de que ella le ama como el hombre que es, y él, sintiendo la dicha en su corazón decide corresponderle, dejando atrás todo lo que perseguía y dispuesto a vivir una nueva vida con ella. El conde les deja una herencia a los novios como regalo de bodas, ya que cuando Maximiliano despierta no puede creer su dicha, aunque el conde ya no esté. Ver a Valentina viva y con él es tener de nuevo la vida y entonces ella le cuenta todo. Una vez más, el conde de Montecristo le ha salvado y devolviéndole a la mujer que ama como el conde se lo había prometido y con esto, ambos enamorados se sienten aún más en deuda con el ángel que les ha salvado, eso significa Montecristo para ellos. Sin embargo, Morrel no volvió a verle puesto que Edmundo y Haydée al amanecer zarparon juntos a vivir una nueva vida y sólo saben de él a través de una carta que les dejó con Jacopo. En ella les deja instrucciones a ambos como también se sabe el porqué el abuelo Noirtier estaba después tranquilo con respecto a la muerte de su nieta; Edmundo como Busoni le había tranquilizado en ese aspecto y el abuelo les esperaba en Uorna junto con Bertuccio a donde los llevaría Jacopo porque el anciano debía bendecir la boda de los jóvenes.

Y con la escena de la carta leída por los enamorados termina el libro.

“Sólo el que ha experimentado el colmo del infortunio puede sentir la felicidad suprema. Es preciso haber querido morir, amigo mío, para saber cuán buena y hermosa es la vida. (…) toda la sabiduría humana estará resumida en dos palabras: ¡confiar y esperar!”

FIN

 ¿Te ha gustado este resumen de “El conde de Montecristo”? ¿Qué esperas para conocer o releer esta maravillosa obra? En los próximos días te diré mi impresión.

miércoles, 18 de agosto de 2021

El Conde de Montecristo - Alejandro Dumas (parte 5 - 1/2)

“La vida es tan incierta, que la felicidad debe aprovecharse en el momento en que se presenta”

El señor d’Avrigny, médico de los Villefort está seguro de que el asesino en esa casa es la misma Valentina, acusación que indigna al magistrado, esto debido a que otro muerto aparece en escena; Barrois, el criado del abuelo Noirtier también fue asesinado por envenenamiento. Villefort le ruega no decir nada y se compromete él mismo a dar con el verdadero asesino de su casa y hacer que caiga toda la justicia sobre quien fuese. Por otra parte, Caderousse comete el error de subestimar a Benedetto y no bastándole con su chantaje, su ambición lo hace ir por algo más. Benedetto, valiéndose del sinvergüenza que le pide más dinero le tiende una trampa. Hablándole de su “protector” y de la jugosa renta que le pasa mensualmente logra avivar la ambición del viejo. Le dice las maravillas lujosas que ha visto en la casa del conde, de donde él puede entrar y salir a la hora que quiera y ver desfilar los miles en dinero como si nada, le dice también las suposiciones que tiene con respecto a Montecristo creyéndolo su verdadero padre y que de ser así, le heredará, pero no en vida sino que debe esperar a que muera, lo que a su vez, le da la idea a Caderousse de darle el empujón y entonces hacer que herede antes de tiempo. Benedetto sabe que el viejo ha mordido el anzuelo brillando en curiosidad, por lo que le da la dirección de la casa y no sólo eso, sino que le traza un plano de la misma con todos los detalles, Caderousse tiene la intención de asaltarla y Benedetto le ayudará.

Montecristo viaja a su casa de Auteuil con sus criados dejando sola la casa de los campos Elíseos, oportunidad que será aprovechada por los personajes anteriores. Caderousse, como lo había planeado, decide ir a dicha casa, lo que no se imaginaba era que los planes no saldrían como los esperaba; la casa no estaba del todo sola y en ella encontró al abate Busoni quien le llena de terror. El viejo le cuenta su vida de presidiario y junto con quien; Benedetto o Andrés a manera de excusar su comportamiento delictivo, por lo que el abate le amenaza con decirle todo al banquero ya que sabe que pretende a Eugenia Danglars y entonces Caderousse le ataca con un cuchillo que llevaba escondido, sin embargo, no esperaba la habilidad del abate en peleas ni la cota de malla que lo protegía. Busoni le torció el brazo al delincuente, haciendo que soltara el cuchillo y a su vez, dislocándoselo. Caderousse cayó al suelo chillando de dolor y más cuando el abate le pisotea la cabeza, le dice que Dios le ha dado la fuerza para domarlo ante el asombro del bandido, como también le dice que Dios le permite que lo deje con vida, pero le obliga a escribir una nota para Danglars acusando a Benedetto como el hombre que cree un noble. Busoni se queda con la carta y despacha a Caderousse diciéndole que se vaya por la ventana por la que entró, lo que el bandido no se esperaba sería lo siguiente; su propia muerte. Al bajar Caderousse a la calle, el abate observó como otro hombre parecía esperarlo, pero antes de que el hombre llegara al suelo, el otro le descargó una puñalada en la espalda y otra en el costado, dándole un tercero golpe en el pecho cuando el moribundo le gritaba al asesino. El atacante le deja creyéndolo muerto y viéndose libre de él, Caderousse empieza a gritar que lo socorran, el abate y un criado acuden a él, pero es tarde y le queda poco tiempo, Caderousse le dice que su asesino es el mismo Benedetto. El abate escribe dicha declaración y hace que el moribundo la firme. Cuando Caderousse le indica que diga todo ante la justicia, incluyendo la identidad falsa de su asesino, el abate le dice que dirá todo lo que vio como testigo y cuando el bandido se da cuenta de que el abate vio su ataque sin advertirle se altera y más cuando el abate le comenta lo que él ha hecho para volverse delincuente, las oportunidades que tuvo para redimirse y que no aprovechó, por lo tanto puso a prueba a Dios, se cansó y lo castigó. Caderousse empieza a desesperarse por el extraño religioso que tiene frente a él y cuando reniega de Dios, el abate le dice que más bien crea en él y en su justicia porque él está ahí, vivo, rico y feliz, mientras él, Caderousse, como un miserable ya tiene un pie en la tumba. A esto, el bandido se asombra y exige saber quién es entonces en realidad, ese es el momento en que el abate se quita su disfraz y se presenta ante el moribundo como lo que es, no lord Wilmore como lo creyó al principio, sino que le hace indagar más allá y entonces horrorizado cree reconocerle. El supuesto religioso se lo confiesa al oído y entonces, Caderousse apenas y logra pedir perdón a Dios por los pecados. Sabiendo con quien estaba expiró.

Durante quince días París habló del suceso en la casa del conde y este, sólo decía que había sucedido mientras él estaba en Auteuil y que lo único que sabía del hecho, era lo que le había dicho el abate Busoni. Tres semanas pasaron en las que Villefort se enfocó en trabajar en dicho caso, en esas tres semanas Andrés Cavalcanti ya casi se sentía yerno del banquero Danglars y en ese mismo tiempo, Beauchamp reunió toda la evidencia que le prometió a Alberto tener con respecto a lo de Janina fueran buenas o malas noticias y dependiendo del hecho, se batirían en duelo por el honor de los Morcef. En esos días, Alberto apreció los consejos de Montecristo con dejarle las cosas al tiempo ya que nadie había sospechado de su familia ni asociado a su padre con el oficial que había entregado el castillo de Janina, aunque no por eso dejaba de sentirse insultado. El mismo Beauchamp le visita llegando de Janina sólo para darle las noticias con las pruebas que Alberto esperaba, el vizconde se entera (por segunda vez) lo que su padre es; el francés traidor que entregó Janina es Fernando de Morcef.

Alberto, abatido por la vergüenza y aconsejado por Beauchamp, busca consuelo en Montecristo quien le invita a un viaje suyo a Normandía, ya que luego de ese asalto decide dejar su casa de París y tal vez, el viaje también ayude a Alberto y logre distraer al joven, a lo que el vizconde acepta. Sin embargo, al tercer día estando allá, Morcef recibe carta de Beauchamp, ha estallado la bomba contra su padre por lo que decide volver a París. Yéndose Alberto, el conde lee la nota enviada y que ha escrito otro periódico ajeno a Beauchamp el mismo día que salieron de París; se hace público que el conde de Morcef, Fernando, es el oficial que traicionó al visir Alí-Bajá entregándole a los turcos y haciendo caer al reino de Janina.

Tras el escándalo en el periódico, Fernando Mondego, ignorante de lo que se hablaba en París, se enfrenta a juicio en las propias instalaciones de donde es miembro; La Cámara de los Pares, en donde también se enfrenta a la acusación directa de la única testigo de lo sucedido en Janina y que por fin logra vengarse de él; Haydée, la princesa protegida de Montecristo. Esta estocada del conde es el inicio de la destrucción de Morcef.

Alberto está decidido a llegar al fondo del asunto y saber de donde salió primero toda esa información y aunque quien ha indagado es Beauchamp, le dice que él sólo tiene un nombre que le fue dado; Danglars por lo que el vizconde decide encararlo, pero al hacerlo, el viejo se defiende dando otro nombre que Alberto no esperaba ni jamás se imaginó; Montecristo. El vizconde recordó con rapidez todos los sucesos en los que no había reparado; el conde lo sabía todo desde el principio, sabía quién era su padre, la razón por la que compró a Haydée, su incitación a Danglars para que averiguara todo, e incluso, el haberle presentado a la joven griega tuvo su propósito y él no fue consciente de la trampa en la que caía, hasta el viaje a Normandía tuvo razón; quería alejarlo del escándalo que se iba a producir, sí, todo estaba fríamente calculado y era el conde, el verdadero enemigo de su padre. Ahora tenía su respuesta y al hombre con quien debía batirse en realidad. Ante tales revelaciones Alberto se precipitó aún a costa de Beauchamp que quiso detenerlo; provocó al conde en la ópera teniendo como testigos a Beauchamp, Chateau-Renaud y Morrel y le retó a duelo.

Mercedes por su parte, esa misma noche visita a Montecristo para interceder por su hijo y rogarle que no lo mate, pero el conde se queda estupefacto cuando ella le dice su nombre verdadero pues a Mercedes no logró engañarla y esto hace que entonces se confronten, revelándole Edmundo lo que fue de él y la traición que sufrió por parte de Danglars y Fernando, presentándole aquella carta que el viejo escribió y que Morcef entregó a las autoridades. Uno de las escenas más emocionantes de la historia es esta. Sin máscaras y sin mentiras, Mercedes y Edmundo, frente a frente por fin hablan, él le revela todo y ella se siente también culpable, aunque desconociera el destino de Dantés, al haberse casado ella con el hombre que destruyó a Edmundo es suficiente para que se sienta igual de miserable como si hubiese participado directamente en la traición, algo que la hace indigna ya de él por no haber tenido las fuerzas para soportar su ausencia y soledad. No obstante, ante los ruegos y sentir de la mujer que ante todo era primero madre, Montecristo siente desbaratados sus planes de venganza y resuelve, no deshacer el duelo, pero sí dejar vivir a Alberto, sabiendo así que entonces él debía morir porque ya no estaba dispuesto a soportar más la vida de esa manera, no, sin concretar sus planes. Para él era precisa su venganza ya que sentía que el “edificio que había preparado y edificado con cuidado, con una sola palabra y mirada de ella se venía a tierra de golpe”.

Después de la visita de Mercedes, Montecristo recupera su lucidez como si despertara de un letargo y en su monólogo (digno de leer) reflexiona acerca de todo y todos y no está dispuesto a volverse fatalista luego de catorce años preso y desesperado y diez en libertad y preparación por lo que insiste en que Dios le ha hecho instrumento de la venganza y por lo tanto, será la Providencia la que decrete el castigo de sus enemigos, Villefort, Danglars y Fernando sin que se figuren que la casualidad les ha librado. Mientras el conde se hallaba en sus pensamientos el amanecer le sorprendió, faltaban un par de horas para el duelo por lo que se preparó, sin imaginar que afuera de su despacho, sentada y dormida estaba la bella Haydée esperándolo, recordándole al conde que ella dependía de él y que no podía dejarla desamparada por lo que aprovechó su breve tiempo para hacer su testamento y concentrado en él, no sintió cuando la joven entró, se acercó y leyó lo que escribía, ella se estremeció perturbándose y el conde le dijo lo que pasaría. Fue en ese momento cuando Montecristo, sabiendo que ella no quería nada de él porque no lo necesitaba si él moría y viéndola desmayada por la impresión, supo que la joven le amaba de una manera diferente al cariño paternal. Con esto él reflexiona que él aún podía ser dichoso.

El conde acude a la cita para el duelo junto a sus testigos, Maximiliano y su cuñado Manuel, al igual lo hacen los testigos de Alberto; Beauchamp, Chateau-Renaud, Debray y Franz d’Epinay, como también un vizconde que llega retrasado y con la ropa desordenada haciendo llamar la atención de todos los presentes. Lo reúne porque desea hablarles a todos, detiene el duelo confesando lo que le ha pasado y pidiéndole disculpas al conde. Mercedes ha intervenido con su hijo y Alberto ha recapacitado, reconociendo los motivos de la venganza de Montecristo contra su padre. La declaración del vizconde, la confesión y el agradecimiento, les admiró a todos, Montecristo reconoció y admiró la humillación que eso significaba para Alberto, como también reconoció la influencia de Mercedes sobre el muchacho y entendió la tranquilidad con la que ella en su corazón había tomado su sacrificio de morir en lugar de su hijo, Mercedes, que conocía a Alberto, sabía que al hablar con él y decirle todo, desbarataría el duelo. El vizconde reconocía (con vergüenza) la verdadera razón de la venganza de Montecristo que no era contra el Fernando que traicionó al visir de Janina, sino contra el Fernando que pretendía a su novia y que le produjo todas las desgracias de las que ya tenía conocimiento y ahora, habiéndole presentado al conde sus excusas sintió haber reparado su precipitada falta. Ambos hombres se dieron la mano frente a todos y así el duelo estaba cancelado gracias a la intervención de Mercedes.

Después de lo acaecido (y que los amigos de Alberto no acababan de entender) Mercedes y su hijo tomaron una decisión; ella se iría a un convento y él se iría de Francia pues el escándalo familiar es algo demasiado pesado y que les avergüenza más que cualquier otra cosa. Sin embargo, saben que su estatus no será el mismo una vez renunciando a la riqueza del rango noble por lo que Alberto, recibe una carta de Montecristo que, sabiendo sus intenciones, les indica su casa en Marsella y una cantidad de dinero enterrada 24 años atrás cuando él regresaba con la ilusión de casarse, en un lugar del jardín que Mercedes podrá encontrar. Les ofrece este bienestar y la mujer lo acepta como la dote que llevará al convento. Fernando, sintiendo que su mujer e hijo no quieren más relación con él y peor, ver que Alberto regresaba bien del duelo y que a pesar de eso no le notificó nada, furioso decide buscar a Montecristo y enfrentarlo como no lo había hecho su hijo sin imaginar que su provocación desencadenaría su peor pesadilla; Montecristo se descubre por fin ante él como Edmundo, hiriendo así a su enemigo como un rayo. Abatido, Fernando regresa a su casa sólo para ser testigo del abandono silencioso e indiferente de su mujer e hijo. Encerrado en su habitación, obró como cualquier otro cobarde lo hubiese hecho; apenas y el carruaje que se llevaba a su familia se alejaba, la detonación de un disparo sonó.

Dejando el escritor tan decadente escena, nos traslada a la ilusión de un enamorado Morrel que, luego de cumplir su compromiso con Montecristo, va a visitar a su novia, sin embargo, la joven no se ha sentido bien y ante un desmayo del que Maximiliano es testigo, se dan cuenta que ella puede sufrir el mismo destino del desdichado Barrois y el de su abuela por lo que desesperado, el joven corre a buscar ayuda en la única persona en la que confía a ciegas; Montecristo. El conde se queda estupefacto cuando escucha a Morrel decir lo que le sucede a Valentina Villefort, sin imaginar por qué le importa tanto y la impresión del golpe termina de aplastarlo cuando se entera de que ella es la mujer que Maximiliano ama, entendiendo así el porqué durante la espera en el duelo, él le preguntó si su corazón era libre y el hombre le dijo que ya amaba a alguien más que a su propia vida, mandando así sus planes de emparejarlo con Haydée al traste, no pudiendo dejarla a su cuidado. Montecristo sabía perfectamente la fatalidad que se vivía en la casa del procurador del rey como también sabía de qué habían muerto los personajes que les rodeaban, lo que nunca se imaginó era que la hija de su enemigo era la mujer que su querido amigo amaba. Por el cariño que el conde le profesa a la familia Morrel hace un lado su odio hacia Villefort y decide tratar de salvar la vida de Valentina que también está siendo envenenada. Un modesto abate italiano se instalaría en una casa junto a la del procurador.

El próximo enlace matrimonial entre Eugenia Danglars y Andrés Cavalcanti estaba siendo ya anunciado, sin embargo, la misma aversión que ella mostraba con Morcef también la muestra ahora con Cavalcanti negándose al matrimonio por lo que Danglars la obliga a casarse amenazándola con algo que debió confesar; su inminente ruina, necesitando de los millones de esa familia para seguir manteniendo su casa bancaria y no perder su estatus, pues para él, el casamiento de su hija con el joven era mero negocio y nada más, asunto que a Eugenia le indignó por sentirse garantía, pero cediendo al final, pues total, era parte de su fortuna y herencia lo que se jugaba y aunque se creía capaz de vivir cómodamente como lo deseaba todo artista, por el momento era mejor ceder a la petición del viejo. Por otra parte, Andrés visita a Montecristo el día fijado para la firma del contrato, no obstante, no se imaginó encontrarse a un hombre nada amigable a como había sido, aún así, el conde no perdió la oportunidad de inyectarle su dosis de ambición, ya que al ir el joven por lo de su contrato nupcial e invitarlo, Montecristo aprovechó decirle que estaba haciendo una de las mejores alianzas, avivando así la ambición de Andrés que sólo soñaba con los millones, tanto lo que heredaría de su supuesto padre como lo de su futura esposa, sin embargo, se extraña por la actitud del conde de no querer servirle de compañía en lugar de su padre al sustituirlo, ni entregarle a la novia, sin darse cuenta de que eso sólo sería el principio de su caída. Por la noche que se lleva a cabo la fiesta nadie se esperó que acabara mal pues comentando alguien sobre la ausencia del magistrado en tan importante acto, Montecristo se jacta (con fingido pesar) que seguramente él es el culpable de tal ausencia despertando así la curiosidad de quienes le rodeaban, especialmente del novio que atento y asustado le escuchó. El conde comenta de nuevo lo sucedido en su casa y lo que pasó con el muerto, caso en el que Villefort estaba trabajando ya que en el chaleco del difunto se encontró una carta dirigida a Danglars y que él entregó al procurador, haciendo notar así la perturbación en Andrés que sabía que una tormenta estaba por caer sobre él. Con disimulo se aparta de la multitud, buscando escapar. En el momento en que le requieren para que firme, en ese mismo instante también entran las autoridades buscándolo y provocando un escándalo en la fiesta. Para desgracia de Danglars se descubre quien es realmente Cavalcanti y el asesinato que cometió, haciendo que en su cobardía, el novio y falso noble huyera sin que nadie se diera cuenta. La boda (por segunda vez) se desbarata y Eugenia feliz, se marcha con su amiga Luisa rumbo a Italia, sin importarle para nada dejar a su familia y menos a su padre que la veía como su mejor negocio. Los planes de Danglars también se desbarataron, su ruina ya es un hecho. Montecristo que había presenciado todo como invitado, estaba satisfecho.

Continúa → aquí

 

jueves, 12 de agosto de 2021

El Conde de Montecristo - Alejandro Dumas (parte 4)

“(…) Con aquella sonrisa que tan terrible y tan bondadosa podía ser, según su voluntad. (…) El conde había visto ya bastante para poder juzgar. Cada hombre tiene su pasión, lo mismo que cada fruta su gusano.”

Montecristo sigue adelante con sus planes y ahora tiende sus trampas una vez más. Aprovechando una visita social de Alberto a su casa, (y sabiendo perfectamente que la noticia correrá como la pólvora encendida) le comenta sobre la visita que espera de un tal Bartolomé Cavalcanti, hombre de antigua nobleza italiana y a su hijo Andrés, a quien tendrá como protegido ya que el joven hace su entrada al mundo parisino por lo que le pide a Alberto, (como joven de alcurnia también) que le ayude con el asunto si el caso lo amerita, a lo que el vizconde le dice que desde luego cuente con él y como la curiosidad no puede controlarse, comienza a preguntar sobre el noble Cavalcanti, pero Montecristo le aclara que no le conoce muy bien, aunque descienda de una de las más antiguas y nobles familias de Italia y por ende, se entiende que es un hombre de fortuna. Con esto basta para haber clavado la intriga en el vizconde. Lo que nadie imagina es lo que habrá detrás de ese teatro ni las marionetas que serán para el conde, valiéndose del Cavalcanti y de un hijo perdido que dice tener, Montecristo le hace creer que lo ha encontrado presentándole a un joven que bien podría serlo y el chico, deseoso de llegar a ser hijo de alguien, con gusto se presta para el asunto. Siendo testigo de la hipocresía de la gente, el conde confirma aún más la bajeza humana. Sus planes unirán a sus enemigos y los confrontarán poco a poco hasta destruirlos.

Mientras tanto, Valentina y Maximiliano se aman confesándose su amor con tiernas palabras, no obstante, el matrimonio forzado al que la joven debe someterse por órdenes de su padre la tiene triste por lo que su abuelo Noirtier, que conoce la situación, (aunque sea un anciano paralítico que se comunica con señales) hace una jugada maestra para evitar ese casamiento y salvar a su querida nieta de su cruel destino por los intereses de su padre.

Montecristo por su parte le juega una buena pasada a Danglars con la ayuda (o soborno) del telégrafo, haciéndole perder mucho dinero invertido. Pero eso no es nada todavía, está decidido a hacer que fantasmas vuelvan a aparecer para atormentar a los vivos que lo merecen.

En la casa de Auteuil, Montecristo prepara una velada con el fin de enfrentar a sus invitados con los fantasmas del pasado. Reúne a sus enemigos (junto con otros invitados, los amigos de Alberto y Morrel) en un banquete donde algunos secretos salen a la luz. El criado Bertuccio se asombra al saber que no había matado a Villefort, quien era uno de los invitados y también reconoce a la mujer rubia que embarazada, esa fatídica noche dio a luz a un varón y para colmo, tampoco se esperaba volver a encontrarse con su “hijo de crianza” Benedetto, ahora conocido como Andrés Cavalcanti, tampoco el magistrado se imaginaba verse con Herminia Danglars y en resumen, ninguno se esperaba que dicho banquete se oficiaría en la casa de Auteuil, la misma que años atrás sirvió de escenario para la fatalidad de los involucrados, removiendo tristes recuerdos y amargas culpas que el conde, haciendo uso de su filosofía sacó con su plática. Montecristo nota que durante toda su estadía, Villefort estuvo algo incómodo y más cuando su mujer se enteró que dicha casa le había pertenecido a los suegros de su marido. El conde habla de la lúgubre propiedad con tanta naturalidad que logra captar la atención de todos hasta llegar a imaginar la más misteriosa historia que involucraba una determinada habitación y la salida secreta a un jardín trasero. Todo eso alteraba a un Villefort incómodo como también a una Herminia con el mismo sentir, dando así peso y veracidad a la confesión que Bertuccio le había hecho al conde. Tanto el magistrado como la mujer debieron aguantarse la estadía porque no había manera de evadirla y levantar sospechas, no cuando ellos andaban con sus respectivas parejas. La historia que Montecristo les contaba cuando les mostró la habitación hizo que todos se compenetraran también, logrando hacer una sugestión mental que palideció a Villefort y a Herminia, provocándole un desvanecimiento. Creer todos que estaban ante una habitación que podía guardar el secreto de algún crimen cometido les perturbó un poco y más teniendo una salida secreta. Lo que el conde había narrado provocó terror en la mujer y asombro en Villefort quien se preguntaba quién era realmente Montecristo porque lo dicho no era fruto de la imaginación de un escritor, sino de alguien que intenta sacar un secreto basándose en una “alusión” pero de aspecto muy real y tenía razón, Montecristo no “suponía” ya que estaba seguro del crimen cometido en esa casa. La gota que rebasó el vaso fue cuando el conde los llevó al jardín e indicándoles el lugar, les hizo saber que sus trabajadores cuando escarbaban desenterraron un cofre que contenía los restos de un recién nacido. Para el conde no fue ajeno notar la turbación entre Herminia y Villefort y ante tal revelación comenzó la discusión de todos los invitados a cuál sería el castigo para un infanticida. Villefort aprovechó un descuido de todos para hacer citar a la mujer en su despacho del tribunal ya que debían hablar. La noche termina cuando al retirarse todos, un desconocido se acerca a “Andrés” para hablar con él y al llamarle “Benedetto” le reconoce. Se trataba de Caderousse que había dado con el muchacho para ahora, chantajearlo.

Al día siguiente Herminia, de la manera más sutil que encuentra se reúne con Villefort quien se preguntaba cómo es que había resucitado ese terrible pasado, la noche que los había enfrentado a sus oscuros secretos no les dejaba en paz a ninguno de los dos. El pasado les unía y era necesario volver a revivirlo. A Herminia, lo que había pasado durante la noche y la serie de desgracias que la turbaban porque habían llegado una tras otra, le había hecho perder su tranquilidad. Haber tenido una discusión con su marido el banquero que, no desconociéndola, le sacó a la luz su pasado (el embarazo que no era de su marido el Nargonne) y le echaba en cara a su actual amante (Debray) la tenían al borde del colapso nervioso. Para colmo, su plática con Villefort la altera aún más con la noticia que le da, pues se entera de que el niño que tuvo con él no estaba muerto como lo creía, dando pie a que lo dicho por Montecristo fue una treta para hacerles caer. El conde no pudo saber de los restos de un infante porque no lo había como tampoco estaba el cofre. Villefort le cuenta lo sucedido esa noche después de su ataque y de cómo casi muere debido a la herida que debió de pretextar como un duelo, los diez meses que duró su convalecencia y su regreso a París luego de haber permanecido en Marsella y lo primero que hizo fue regresar a la casa de Auteuil y cavar otra vez en el lugar donde había dejado el cofre llevándose la sorpresa de que no había nada y fue ahí donde pensó que el asesino se lo había llevado creyéndolo con algún tesoro y no pudiendo conservar un cadáver sin dar parte a las autoridades entonces dedujo que el bebé no estaba muerto sino vivo y que le salvó. Por lo que le hace ver a la mujer que el secreto es aún más terrible todavía; si ese niño vivió, alguien más lo supo, sabe el secreto de ellos y teniendo en cuenta la historia “ficticia” del conde es él quien posee el secreto por lo que Villefort está decidido a saber quién es realmente Montecristo y sus verdaderas intenciones.

También el conde aprovecha seguir inyectando más el veneno entre sus enemigos, aprovechándose del gusto del viejo banquero hacia el mayor Cavalcanti y su hijo, le hace inclinar hacia él llenándole de dudas con respecto a Fernando Morcef y la historia de su fortuna por lo que el viejo, valiéndose de un corresponsal en Grecia decide averiguar sobre lo que le hizo a Alí- Bajá de Janina (padre de Haydée) y el papel que el hombre desempeñó en ese desastre. Con esto Montecristo mata dos pájaros de un tiro; libra a Alberto del matrimonio del que desea escapar ya que obviamente Danglars no permitirá boda, haciendo que se incline hacia los Cavalcanti porque lo ciega su fortuna y piensa en una mejor dote para su hija e inversiones de los aristócratas en su casa de banco, propiedades y proyectos. Y Villefort cumple, encargándose él mismo de investigar a Montecristo con sus más allegados que no le conducen a nada; lord Wilmore y el abate Busoni.

Alberto de Morcef invita al conde a un baile por súplica de su madre Mercedes, la mujer desea conocer mejor a Montecristo y cerciorarse de quien es en realidad, lo que Mercedes no se imaginaba era que se toparía con un muro no muy delicado e intransigente y eso hace que se decepcione del hombre que tiene enfrente. El único momento que tenían para hablar a solas y despejar dudas no fue aprovechado bien por ninguno de los dos y estando en esa situación, Alberto les interrumpe para anunciarles la noticia que les ha sacudido la fiesta; la marquesa de Saint-Merán, suegra de Villefort por su primer matrimonio, ha llegado a París con la noticia de haber enviudado saliendo de Marsella, la aristócrata llegaba para la boda de su nieta, la cual se espera que ahora se aplace.

Una promesa de amor surge tras la llegada de la abuela de Valentina y tanto la joven como Maximiliano se juran amor y la promesa de escapar juntos si los planes de boda a la que la obligan con Franz siguen adelante aún con el luto familiar. Lo que Valentina no se imaginaba era que esa visita de su abuela también sería la última, la desgracia se cierne sobre la casa de Villefort muriendo también la marquesa repentinamente como su marido, sólo que él lo había hecho de lo que parece un ataque fulminante de apoplejía y ella por algún envenenamiento según lo indicó el médico, el señor de Avrigny y muerta de apoplejía le hacen creer a la gente por solicitud de Villefort de guardar el secreto hasta encontrar al asesino. De esa confesión es testigo un oculto Maximiliano que esperaba a su amada y escucha la conversación entre el magistrado y el médico. La marquesa había sido asesinada en esa casa y eso perturba a Villefort pues se trata de un veneno que en ocasiones sirve de remedio y en este caso es uno que el señor Noirtier toma. Esa misma noche, Maximiliano se escabulle para ver a Valentina que vela a su abuela y ella le esconde en la habitación de su abuelo y le confiesa al anciano que él es el hombre de su vida y al que ama, romance que Noirtier apoyará pues ya tiene sus planes para Franz d’Epinay, quien ya está en París para cumplir el contrato nupcial.

El novio ha llegado para cumplir su compromiso, sin embargo, Noirtier da el “jaque mate” mandando los planes de Villefort al garete pues mediante unas actas que ha mantenido ocultas se las presenta (con la ayuda de su criado) a Franz y este al leer todo su contenido se entera de un terrible secreto que al fin le es desvelado; Noirtier, en duelo, es el asesino de su padre.

En el último capítulo de esta cuarta parte se nos presenta los “progresos del señor Cavalcanti (hijo)” que al verse libre de su supuesto padre que ha regresado a Italia, decide abrirse camino en la sociedad a la que fue introducido y trata de simpatizar con Eugenia Danglars, la hija del banquero para lograr pertenecer a dicha familia sin importarle para nada el compromiso de la joven con Morcef, uno que tampoco a ella le interesa. El viejo Danglars se inclina ahora por el que llama “príncipe Cavalcanti” porque cree tener más dinero que Morcef y suspendiendo la boda de su hija con Alberto debido a los antecedentes de Fernando; la traición al Bajá de Janina y su asesinato. Gracias a las dudas que Montecristo sembró en el viejo, Danglars hizo sus respectivas averiguaciones, resultando que dichas insinuaciones eran verdaderas y con esto, el viejo se vale para poner un alto al compromiso, algo que el mismo Alberto agradecerá, además, el joven vizconde tiene la oportunidad de conocer a la bella Haydée que no le fue indiferente cuando Montecristo se la presentó, pero por desgracia para el vizconde, la ilusión de haberla conocido le costó un alto precio; de la boca de la joven se da cuenta quien es realmente su padre Fernando.

Con esto, Montecristo da otra de sus estocadas y las reacciones en cadena en sucesivo no se hacen esperar;

*Después de conocer al asesino de su padre, Franz d’Epinay deshace la alianza que iba a unirlo a la nefasta familia Villefort y la boda se cancela ya que era obvio que el magistrado conocía muy bien todos esos sucesos descritos en las actas del club y lo encubría.

*Fernando de Morcef encara a Danglars al saber que ha cancelado el compromiso de su hija con Alberto y el banquero, exponiendo “razones de peso” el asunto se pone peor dando inicio a una acalorada discusión entre ambos hombres ya que un indignado Fernando no aceptará calumnias. La cólera y la vergüenza se apoderan del militar.

*En el periódico de Beauchamp aparece la noticia que pone en entredicho el prestigio de Fernando y el suceso de Janina, siendo leído por todo París por lo que Alberto, indignado, reta a duelo a Beauchamp y le pide a Montecristo sea su padrino a lo que este se niega.

*Morrel, feliz por la cancelación de la boda de Valentina es citado por Noirtier, pues él y Valentina tienen noticias que darle, lo que no se imaginaban era que el suceso se vería opacado por un envenenamiento más; el de Barrois, criado de Noirtier.

La fatalidad por fin comienza a caer sobre los enemigos de Montecristo.

Continúa → aquí

 

jueves, 5 de agosto de 2021

El Conde de Montecristo - Alejandro Dumas (parte 3)

 

“(…) Una vez hecho el sacrificio de la vida, ya uno no es igual a los otros hombres, o mejor dicho, los otros hombres no son nuestros iguales, y una vez tomada esta resolución, siente uno aumentarse sus fuerzas y agrandarse su horizonte.”

El día y la fecha indicada y acordada se cumple y Alberto, reuniendo a sus amigos cercanos; Luciano Debray, secretario del Ministro de Interior, Beauchamp, escritor y periodista y el conde de Chateau Renaud que llega junto con el capitán Maximiliano Morrel (hijo del naviero exjefe de Dantés) y que presenta a Alberto, esperan la llegada de Montecristo porque tanto les habló Morcef de su aventura en Roma y de su salvador, que todos tenían curiosidad por conocer a tan singular, millonario y excéntrico personaje, a quien también una tal condesa de G… amiga de Franz, aquella noche de teatro en Roma, había visto de lejos y comparado con lord Ruthwen, el vampiro que lord Byron incitó a crear. Cuando Montecristo llegó puntual, Alberto no cabía en su emoción, lo presentó a cada uno de sus amigos, pero a quien el conde le dio especial atención fue a Morrel, de quien supo que su hermana estaba felizmente casada desde hacía nueve años con un gran hombre, por lo que Montecristo le dijo que estaría encantado de conocer. Todos los hombres disfrutaron del almuerzo, comentando de nuevo Morcef lo pasado en Roma y una vez que hubo terminado todo, los invitados se fueron dejando al vizconde y a Montecristo solos, era el momento para hacer otro tipo de presentaciones de las cuales el conde estaba también ansioso pues sabía perfectamente a quienes iba a ver y era algo que ansiaba. Luego de mostrarle su estancia, Alberto hizo lo que Montecristo esperaba; primero le presentó a su padre, Fernando de Morcef y poco después a su madre, la bella Mercedes. El primero no reconoció a su invitado, sin embargo, la condesa supo que su corazón no podía engañarla y a pesar de todo el disfraz de Montecristo, ella intuyó quien era ese hombre en realidad. Después de tanto tiempo, Dantés volvía a tener frente a frente a la mujer que amó y al hombre que le destruyó por ese amor, manteniéndose con impasible y fría entereza y no permitiendo turbarse en lo más mínimo. El conde ya tenía sus planes al permanecer en París y no sólo se había hecho de una residencia cerca de los Campos Elíseos, sino que anhelaba tener otra, una cuyo misterio le revelaría su criado Bertuccio a quien le obligaría a decirle la verdad de su identidad. El hombre guardaba un secreto que no le era oculto al conde y obligado por la situación a la que Montecristo lo expuso debió confesárselo. En las afueras de París existe una residencia a la que llaman “La casa de Auteuil” y que él junto al criado fueron a ver una vez adquirida. El conde ya había notado la turbación en el criado por dicha casa y ahora sólo restaba saber por qué. Los nervios del criado estallan al estar en dicha casa pues sus recuerdos son muy vívidos y Bertuccio amenazado por el conde con despedirlo no tiene más remedio que confesar lo que sabe de dicho lugar. Estando en el patio, Bertuccio le cuenta su historia de venganza contra Villefort por un hermano de él mismo (Bertuccio) suceso que se remonta a 1815 y que esa noche que le esperaba para matarlo en ese mismo patio, no contaba con algo; Villefort había salido a ese patio con un cofre que buscaba enterrar y al atacarlo Bertuccio, cree dejarlo muerto por la herida en el pecho llevándose el cofre que creía tenía algún tesoro. Para colmo, se encuentra con un bebé recién nacido que para su sorpresa no está muerto, Bertuccio lo reanima y lo lleva a un hospicio, pero quedándose con la prueba de la nobleza del infante. Meses después su hermana adopta a “Benedetto” y entre los dos lo crían sin imaginar la maldad dentro del niño y con la cual creció. Bertuccio dice a Montecristo que la madre del niño era una hermosa mujer, esposa de un noble, el marqués de Nargonne, pero que el embarazo que tenía era de Villefort y esa noche que lo esperaba para matarlo, el infante había nacido al parecer adelantado. En esa confesión, Bertuccio también le cuenta a Montecristo el asesinato que comete Caderousse por ambición en 1829 a un joyero por el diamante que el abate Busoni le había dado y del cual lo culpan a él, llevándolo a prisión, el conde parece complacido por lo dicho por su criado y agradecido por contarle tan emocionante historia, le dispensa el secreto y le permite seguir a su servicio con la fidelidad absoluta que exige de quien le sirve. Poco después, Montecristo se encuentra con el que lo traicionó por ambición; Danglars y al siguiente día, gracias a un accidente de carruaje que su criado Alí evitó frente a la casa de Auteuil, conoció a la segunda esposa y vástago aún infante de su tercer enemigo; Villefort. Todo encajaba para el conde, todo lo tenía en sus manos, sus planes estaban saliendo como los deseaba y lo mejor, él sabía con quienes se entrevistaba, mas los entrevistados no lograban reconocerle.

Y gracias a su acto heroico de devolver la salud a la señora de Villefort y a su hijo debido a la impresión del accidente evitado, ahora el conde se volvía famoso en todo París que no dejó de hablar de él, especialmente los que ya le conocían, aumentando aún más la admiración de todos por tan extraño hombre, esto hace que el tercer personaje que espera ver le visite; Villefort. Montecristo muy dueño de sí y el magistrado, de porte altanero y arrogante estuvieron cara a cara sin que Villefort le reconociera, sin embargo, gracias al servicio prestado por el conde para con la familia del procurador, éste sintió su deber visitarle y darle las gracias en persona, lo que no se esperaba era que el conde le recibiría con la misma frialdad que él como magistrado transmitía, llegando a tener ambos una conversación “ideológica” que deja estupefacto a Villefort al conocer la filosofía de Montecristo y darse cuenta, como todos, que no se trataba de un hombre común, aunque tampoco extraordinario como le parecía a los demás. A pesar de eso, el magistrado le dice que tiene una amiga en su esposa y el agradecimiento de ellos como familia, por lo que las visitas “sociales” no terminarían. El conde se da cuenta que rodearse con este tipo de personas le llena aún más de veneno por lo que al dejarlo el magistrado, decide buscar su remedio.

Entre las personas que rodean al conde, hay una que es una pieza clave para destruir a Fernando de Morcef y esa es su esclava Haydée, rescatada por Montecristo cuando todavía era una niña y a la que le ha dado todos los cuidados y lujos de un padre porque no es una joven cualquiera; es una hermosa princesa a cuya familia Morcef traicionó por lo que ella también busca su venganza.

Montecristo luego de haberse encontrado de nuevo con la familia Morrel se reúne con ellos, sin que ellos sepan quien es él en realidad, lo que el conde no imagina es el motivo de la ilusión de Maximiliano; el militar está enamorado de Valentina Villefort, la hija del magistrado y aunque ella le corresponda al cariño, por desgracia está comprometida con Franz d’Epinay, el amigo de Alberto que ya se conoce, dando con este suceso y esta trama entre estos dos personajes (Maximiliano y Valentina) otro toque de romance a la historia porque se entrevistan a escondidas, su amor secreto es ignorado por todos.

Montecristo le tiene un cariño especial a Haydée, sin embargo, ella le ama con todas sus fuerzas y corazón, no obstante, una noche de teatro en la que él la lleva, la hermosa joven encuentra entre los asistentes a Fernando, el traidor y asesino de su familia por lo que se altera, el conde finge no saber muy bien el suceso y ella decide contarle todo lo que ese hombre hizo, detalles que Montecristo desea saber muy bien y debido a la turbación de Haydée dejan el teatro. Al conde le interesa saber más del sinvergüenza de Fernando y es ella la que le contará esa parte de la historia que hizo la fortuna de Morcef y que él oculta como un terrible secreto.


Continúa → aquí

domingo, 1 de agosto de 2021

El Conde de Montecristo - Alejandro Dumas (parte 2)

 

Edmundo, obsesionado por lo que el abate Faria le había contado sobre el tesoro de Montecristo y su historia de siglos, decide ir en su búsqueda y logrando engañar a sus compañeros marinos, se queda solo en el lugar teniendo toda la libertad y el tiempo para dedicarse por entero a buscarlo, así que haciendo acopio de todo su ingenio y memoria, su tenacidad y paciencia dio los frutos esperados hasta llegar a la fascinación; el “tesoro de Spada” estaba justo donde el abate decía y ahora que Dios le favorecía y era dueño del destino, Dantés decide qué hacer con su vida de ahora en adelante.

“Tratábase de volver a la vida y a la sociedad, recobrar entre los hombres su rango, la influencia y el poder que da en este mundo el oro, la mayor y la más grande de las fuerzas de que la criatura humana puede disponer.”

Luego de la travesía, sus compañeros marinos regresan por él a la isla como habían acordado y al llegar a Liorna, Dantés compra una barca y le encarga a su amigo Jacopo que vaya a Marsella y averigüe qué había sido del destino de un anciano llamado Luis Dantés y de una joven catalana de nombre Mercedes, dándole al marino la dirección de ambos. Jacopo cumple con su encargo luego de que Edmundo les hiciera creer a su jefe y compañeros que en Liorna le había muerto un tío que le dejaba una herencia y como ya había terminado su servicio acordado cuando lo rescataron, esto le valió también su nueva y total libertad. Dantés viaja a Génova para comprar su propio barco y es en él, donde regresa a la isla de Montecristo. Ocho días después Jacopo lo encuentra regresando de Marsella para darle no muy buenas noticias; el viejo Dantés había muerto y Mercedes desaparecido por lo que él mismo decide entonces presentarse en Marsella y saber en realidad lo que ha pasado. El desconocido recién llegado causa admiración entre quienes lo miran, incluyendo antiguos amigos de la naviera en la que trabajó y quienes por suerte no le reconocieron. Haciendo alarde de su valor visitó su antigua casa (la cual ya estaba habitada pidiendo permiso a los nuevos inquilinos) donde reconoció todo y en donde le dolió saber que su padre había muerto. Al salir, preguntó por el sastre Caderousse, pero el portero le dijo que ahora tenía una posada, dándole a su vez la dirección de la misma. Dantés averigua quien es el dueño de su antigua casa y haciéndose pasar por un inglés llamado lord Wilmore, la compra. Esto lo hizo para que los jóvenes inquilinos se mudaran a otra de las estancias (de la misma casa) y le dejaran a él, la que ellos ocupaban. Este suceso con el desconocido dio de qué hablar entre las personas y más cuando al mismo desconocido le ven también por el barrio de los catalanes, donde al entrar en determinada casita preguntaba por las personas que la habitaban hacía más de quince años, en agradecimiento él supo recompensar a los pobres pescadores.

Caderousse también recibe una visita inesperada e inusual; la de un abate italiano de apellido Busoni que le interroga con curiosidad por un tal Edmundo Dantes a lo que Caderousse le dice que si lo conoció y sorprendido le pregunta por él, a lo que el abate le dice que murió como todo miserable preso condenado haciendo que el ahora posadero se sienta pesaroso y lamente el destino del joven Dantés. Sin embargo, entre la plática (y debido al tema y una joya que el abate le muestra diciéndole que es una herencia que Edmundo le dejaba a sus “amigos”) Caderousse termina hablando de más ante el clérigo diciéndole lo que se fraguó contra el pobre Edmundo, quiénes fueron los responsables y cómo lo hicieron, corroborando aún más lo que Dantés ya sabía gracias al abate Faria, pero agregando nueva información; el padre de Dantés había muerto de hambre casi al año de su arresto, (aunque aclarándole que Mercedes y el señor Morrel siempre veían por él) Danglars es ahora barón y un rico banquero, Fernando es un militar general y ahora Conde de Morcef y la estocada que Dantés no espera recibir; que su amada Mercedes está casada con él y se ha convertido en condesa. El primero le destruyó por ambición y el segundo por amor. Caderousse le cuenta al abate Busoni todo lo que sucedió en ausencia de Dantés, no sólo con su dúo de enemigos sino con el tercero; Villefort que ahora era el procurador del rey y vivía en París como los demás. En agradecimiento por saber tan valiosa información, el abate le entrega la joya a Caderousse, un espléndido diamante que puede librarlo de su pobreza. La manera que el abate encontró para hacer que Caderousse soltara la lengua fue haciéndole creer que la joya era una herencia de Edmundo hacia sus amigos y que el valor de dicha joya, debía ser repartido entre los mencionados, sin embargo, como los demás no era amigos de Edmundo ni tampoco necesitaban de una joya como esa, se la entregó al posadero.

Por Caderousse se enteró que el señor Morrel se había movido viendo por Dantés y averiguando qué había sido de su pobre e inocente empleado, así que al siguiente día de la visita del abate, un hombre de elegante frac visita al alcalde de Marsella como representante de una casa bancaria porque necesita información sobre la naviera del señor Morrel próxima a la quiebra, a lo que el alcalde le confirma que es verdad porque ha tenido muchas pérdidas de barcos y mercancía y por ende, de dinero, sin embargo, el alcalde le manda donde un tal señor Boville para más información y es con esta persona, que el elegante caballero inglés no sólo se da cuenta de los problemas económicos del señor Morrel sino que también accede a los registros de las cárceles por ser el hombre con el que habla un inspector de las mismas. Boville tiene dinero invertido en la naviera, dinero que cree perder por lo que el inglés le otorga la enorme suma a cuenta de su casa bancaria, haciendo que Boville se sienta agradecido. El inglés se hace pasar como discípulo del abate Faria y desea tener noticias de él, el señor Boville lo recuerda bien como el loco que hablaba de un tesoro, pero le dice que ha muerto más o menos entre cinco a seis meses, como también le dice del suceso extraño justo después de su muerte y fue la fuga de otro preso tomando el lugar del muerto, sabiendo con pelos y señales todo lo acaecido y contándoselo al inglés, incluyendo el ahogamiento del desdichado que creyó le enterrarían, pero como el inglés quería ver los registros del abate Faria fue complacido de inmediato gracias a su dinero prestado, aprovechando el hombre ver también el registro de Dantés y encontrando la carta acusatoria que lo denunciaba se la quedó. Para todo el mundo, Dantés había servido a la causa imperial de Napoleón, “bonapartista acérrimo” y por eso había sido condenado. Gracias a estos registros, el inglés conoce aún más de lo sucedido, Villefort se aseguró muy bien de mantener a Edmundo en el más estricto aislamiento dentro de If pues no le convenía que nadie hablara con él.

La casa de Morrel ya no era la misma desde que Edmundo la dejó y el naviero estaba a punto de quebrar lleno de deudas que no puede pagar, por lo que sabiendo el inglés lo que pasa le visita después y aunque Manuel, uno de los empleados de Morrel y enamorado de su hija, creyendo que el inglés era otro acreedor más quiso evitar que mirara a su jefe sin éxito por lo que se entrevistó con el naviero, presentándose como un comisionado bancario y recordándole su situación, mostrándole a su vez los pagarés del señor Boville y estaban por vencer pronto, el naviero le explica su triste condición y es en ese momento que le notifican al señor Morrel que su tripulación ha llegado, pero no en su Faraón que se ha perdido en un naufragio, el inglés es testigo de la turbación del naviero y su familia pues todas sus esperanzas estaban puestas en su barco y cargamento, pero ahora ya lo tenía todo perdido. El inglés viendo el problema que el naviero tiene le concede una prórroga de tres meses más para reponerse de esta pérdida por lo que para el día 5 de septiembre la deuda estará saldada. Al cerrar el trato, el inglés se encuentra con la hija del señor Morrel y le dice que si algún día llega una carta firmada por “Simbad el marino” haga todo lo que se indique al pie de la letra. La fecha indicada se cumple, pero por desgracia, el naviero no ha podido reponerse del todo y ante sus pérdidas, amenaza con suicidarse, el señor Morrel no tiene el valor de decirle a su familia lo que hará, sin embargo, a su hijo Maximiliano que es militar no puede engañarlo y el joven, tratando de persuadir a su padre gana tiempo para que el milagro que esperan se presente, en el último momento, llega una carta firmada por Simbad el marino y Julia hace exactamente lo que se le indica, el bien que una vez hizo el señor Morrel por el padre de Edmundo lo recibe ahora como su más enorme bendición, salvándolo de la ruina, la desgracia y la muerte. En la casa donde vivió el padre de Dantés, sobre la chimenea, estaba una bolsita que el naviero reconoció bien cuando la vio, en ella estaba el pagaré finiquitado y lo acompañaba un diamante, de la misma manera en la que el señor Morrel una vez le dejó dinero en esa misma bolsita y sobre la chimenea al padre de Edmundo, así mismo recibía su recompensa haciéndole saber que esa Providencia tenía un nombre, de igual manera recibía un nuevo “Faraón” cargado de mercancía. El desconocido pudo presenciar a distancia tan sentida escena llena de agradecimiento por parte de Morrel y su familia, sabiendo que le daba las gracias a Dios y a su desconocido benefactor. En esta escena nuestro personaje se despide de la bondad, de la humanidad y de la gratitud para dar paso a lo que realmente lo mueve; su venganza. Dantés deja Marsella para navegar hacia Italia.

Pasa el tiempo y corría el año de 1838, en Florencia se hallaban dos jóvenes aristocráticos franceses; uno se llamaba Alberto, vizconde de Morcef y el otro Franz, barón de Epinay, ambos grandes amigos y habían convenido disfrutar el carnaval de Roma ese año, Franz que ya tenía cuatro años de vivir en Italia le serviría de guía a Alberto. No obstante, los amigos se separan antes de verse en Roma por lo que Franz, escuchando sobre la isla de Montecristo (luego de estar en Elba) decide ir a visitarla creyéndola sola y cazar algunas cabras, sin embargo, se encuentra con su singular inquilino y volviéndose invitado de Simbad el marino vive, gracias a las alucinaciones de algo llamado “hachís” las “mil y una noches” en la cueva de las maravillas. A la mañana siguiente, y creyendo que había soñado, se da cuenta que su nuevo amigo se había marchado y él decide entonces irse para Roma y encontrarse con Alberto. Estando en la capital italiana, Pastrini el posadero del hostal donde se alojan les cuenta una historia sobre los bandoleros romanos y el cuidado que deben de tener con ellos, especialmente con uno llamado Luigi Vampa, sin embargo, durante una noche que ambos jóvenes visitan el Coliseo, Franz cree reconocer en una sombra con capa a Simbad el marino, escuchando a su vez la conversación que tenía con otro individuo, para colmo vuelve a verlo una noche de teatro decidiendo entonces el barón d’Epinay saber quién es verdaderamente ese hombre, más allá del Conde de Montecristo, inquilino también de la misma posada en la que se encuentra. Pastrini que se encarga de hacer las presentaciones, les introduce hacia el distinguido huésped, impresionando más a Alberto que a Franz, pero cultivando una amistad como buenos extranjeros en también tierras extrañas, valiéndose Montecristo de su posición y lujos e invitándoles a la ejecución que tendrá lugar al siguiente día antes del carnaval en donde dos delincuentes iban a morir, sin embargo, el conde apuesta por uno que saldrá con vida, haciéndole recordar a Franz lo que había escuchado en el Coliseo y así fue, el hombre al que se refería el conde fue perdonado y el otro ejecutado. Gracias a las facilidades otorgadas por Montecristo, los jóvenes disfrutan su noche de carnaval, sin imaginar que sólo uno regresaría al hostal; Alberto fue secuestrado esa misma noche exigiendo un cuantioso rescate, nota que le llega a Franz y éste, no tiene más remedio que acudir al socorro de Morcef con su poderoso amigo Montecristo para que entre ambos ayuden a Alberto antes del tiempo acordado porque si no, lo matarán. El conde ayuda a Franz y usando sus influencias logra llegar hasta la guarida en unas catacumbas y dar con el bandido que no es otro más que el famoso Vampa del que ya Franz y Alberto sabían. El rescate fue exitoso gracias a Montecristo y esto hace que Alberto se sienta en deuda con él por lo que, antes de regresar a su país, le invita a Francia para presentarle a todo su círculo y hacer alarde del héroe que es para él. Montecristo agradece su invitación, la cual acepta y quedan que en tres meses volverán a verse en París, en la dirección que Alberto le dio. Dejando al conde, Franz le advierte a Morcef las inquietudes que este personaje le causa, pero Alberto no hace caso, para él, Montecristo es un ser sobrenatural y regresando a París solo, prepara todo para recibirle e introducirlo en su mundo.


Continúa → aquí