viernes, 15 de octubre de 2021

Mi "epílogo" de Montecristo (parte 6)


X

La noticia del ahorcado habría pasado desapercibida si se hubiese tratado de un indigente cualquiera, no obstante, el cadáver se logró identificar como el reconocido banquero francés, cuerpo que, como nadie se molestó en reclamar y que, como se conocía en vida su actuar sinvergüenza, el desdichado, por orden forense, púsose junto con otros cuerpos que, antes de descomponerse aún más, sería  inhumado en una fosa común, puesto que sin reclamo tampoco sería repatriado para evitarle gastos innecesarios al Estado italiano. Danglars, luego de su experiencia con Dantés y con el dinero que como limosna le permitió el conde conservar, aún permanecía en el norte de Italia sin lograr huir a Suiza, fue ahí donde se enteró de la nueva vida de su hija y lo que lo llevó a adelantar su cita con la Parca. Su nombre y noticia, apenas y fue nombrado en la sección de sucesos en el diario local. Cuando Eugenia se enteró, el asunto le pasó sin pena ni gloria, comparándolo más bien, con el cobarde de Morcef, el que hubiese sido, para su desdicha, su suegro. Recordar eso le provocaba náuseas, toda su vida "familiar" se había reducido a "intereses" y a los números "planeados" que pudiese aumentar para gozo de su progenitor y bienestar de su supuesto patrimonio. Ella jamás perdonaría ni olvidaría el negocio que representó para Danglars, atándola a un hombre que ni ella amaba ni él tampoco. Alberto no estaba tan mal, pero no para ella y estaba segura, que así como lo sucedido al banquero no la perturbó a ella, menos lo haría a su madre. La conocía tan bien que la frívola Herminia resentiría más la muerte de Debray que la del que fue su marido por apariencia. Lo cierto era que la muerte de Danglars no le afectó a nadie, salvo (y posiblemente) a su tan mentado ferrocarril y a los que tenían inversión bancaria con él y ahora, habían perdido todo. Ese había sido el final para alguien que, movido por envidia y ambición, actuó con maldad premeditada, contribuyendo a destruir la vida entera no sólo de uno sino de dos inocentes; la de Dantés hijo y la de Dantés padre y así como este segundo no tenía tumba, él tampoco la tendría. Así se cumple que el que la hace, la paga.

XI

Luego de la renuncia de Villefort a la causa, como recordará el lector, el caso Benedetto fue empezado como una nueva instrucción confiada a otro magistrado y éste, teniendo las pruebas, tomó su resolución como ya se sabe. Benedetto fue condenado y, sin estar de más la autoridad del juez, severamente advertido de no aliarse con otros corsos para intentar escapar a las montañas o por mar, enviado de nuevo e inmediatamente al lugar que él ya conocía a cumplir su condena; el presidio de Tolón al sur del país. Al saberlo Herminia gracias al periódico de Beauchamp que seguía el caso con evidente y morboso interés, sintió volver a perder a su hijo definitivamente. La distancia del lugar y del mismo tiempo no era nada favorable. La mujer sólo deseaba una oportunidad más para recuperar a su hijo y por eso había recurrido a la única carta que podía jugar, al único recurso que le quedaba y del que podía disponer como su última alternativa; Bertuccio, porque la noticia del encierro del "falso Cavalcanti" se extendió como la pólvora, para empezar, por todo París.

Cómo lo decidió el mayordomo, un buen día visitó a Benedetto viajando hasta Tolón, llevándole unas viandas con alimentos y también dos sobres; una carta de Valentina y la otra de Herminia. Bertuccio le hizo ver que la joven era su media hermana, resumiéndole el suceso con ella, su atentado y su supuesta muerte, como también la intervención de Montecristo para salvarla. Cuando se mencionó al conde, Benedetto se sacudió un poco, por estúpido perdió todo sin deducir quien había utilizado a quien, si él al conde prestándose a su juego y haciéndose pasar por el hijo perdido Cavalcanti o el conde a él sabiendo quién era y otorgarle una falsa personalidad para ayudarle con sus planes. Lo cierto es que los dos se beneficiaron del negocio, él vivió, aunque de manera breve, la vida de opulencia, dinero y juegos y el conde su cometido con sus enemigos, salvo que Montecristo salió bien librado y él, bien embarrado. Bertuccio le instó a leer las cartas antes de irse porque de ambas debía llevar respuesta, sea un si o un no y aunque el hombre adivinaba dichas respuestas decidió esperar. Pacientemente esperó notando las reacciones del hombre. Leyó primero a su media hermana, sorprendiéndose de cuanto le decía y su respuesta enviada fue sí. Luego leyó la de su madre, Bertuccio notó el temblor en su mano cuando sostenía el papel y antes de decir su respuesta, el mayordomo le instó a que lo pensara bien. Herminia se había ido a una casa de campo en las afueras de París, pero antes de partir pasó personalmente a verlo, a hablar con él y a dejarle su carta. Ella estaría esperando la respuesta en su nuevo domicilio, por lo que al decirle Bertuccio su impresión de la mujer, Benedetto accedió a su petición. La respuesta a su carta, también era un sí.

Bertuccio partió complacido y Benedetto se quedó pensativo. ¿Tendría el tiempo para redimirse? De pronto su condena le pareció una eternidad.

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