lunes, 25 de octubre de 2021

Mi "epílogo" de Montecristo (parte 7)


XII

"Está hecho" había pensado para sí nuestro querido Dantés cuando se enteró de lo sucedido a Danglars. Los tres personajes que contribuyeron a la destrucción de su vida ahora estaban bajo tierra con sus cuerpos pudriéndose y sus almas atormentándose. Caderousse, Fernando y Danglars ya habían saldado su deuda. Después de todo, el plato frío de la venganza le había sabido exquisito. No obstante, era hora de cerrar de una vez ese capítulo y dejar el pasado atrás, aunque al igual que el señor Noirtier, él también pusiera en duda la demencia de Villefort, la pieza que faltaba para que la venganza de Montecristo estuviera completa porque saberlo loco no era suficiente, eso simplemente podía ser una farsa, una treta que lo librara de su verdadero castigo. Él tampoco se engañaba y era mejor vigilar ese asunto de cerca.

Habían pasado tres meses ya de un hombre sin máscaras y para nuestro querido personaje, que nada le era oculto, reflexionaba en toda la información recibida con la concentración que requería. Aprovechando que su querida Haydée había salido con Alí para hacer unas compras, él acabando un café que le había servido Bautista y con esa expresión tan imperturbable que le caracterizaba a su atractivo rostro, miraba el horizonte del vasto océano sentado en un cómodo sillón que ocupaba el balcón de su habitación, mientras a su vez, sus dedos rozaban los sobres que estaban esparcidos sobre la mesa que tenía a su derecha.

Tenía tanto en qué pensar por lo sabido que no sabía de qué lado de la balanza poner los asuntos para encontrar el equilibrio. Sin embargo, por más que trató de no inmiscuirse, era menester al menos, intervenir en uno.

Los informes que recibía de su gente, Jacopo por un lado y Vampa por el otro, no le notificaban nada nuevo ni nada que su fortuna no fuera capaz de solucionar. Saber de Danglars fue sólo un suceso más, saber de Alberto y su bienestar era su promesa a Mercedes, saber de cada uno de los amigos del ex vizconde de Morcef era una manera de jugar por adelantado y cubrirse las espaldas. Saber de Julia y Manuel quienes le agradecían con el alma devolver la vida a Maximiliano, le llenaba de calidez su corazón, saber que Morrel era, como él, un hombre feliz, le llenaba de satisfacción y saber que Valentina le había complacido renunciando a la fortuna de su padre le gratificaba en gran manera, pero con lo que no contaba era que la joven demostraría una vez más ser el ángel que era. Por Bertuccio supo lo sucedido en el caso de Benedetto y no sólo su condena y que vuelve a ser inquilino de Tolón, sino lo que había hecho Herminia y también Valentina. Francamente lo que la madre hiciera por él no le importaba ni era de su incumbencia, pues por algo era la madre y qué bueno que le había reconocido y buscaba congraciarse con el hijo que creyó muerto y que él a su vez, le diera la oportunidad por la que la mujer rogaba. No obstante, lo que no compartía del todo era la decisión de Valentina y esa parte de la fortuna de Villefort que ponía a disposición de su medio hermano una vez cumplida su condena, pues Edmundo que le había tratado y conocía su corazón miserable, sinvergüenza, hipócrita y ambicioso que le repugnaba, así como de la maldad que no reparaba en mostrar hasta llegar al homicidio cuando alguien le estorbaba o no hacía lo que quería y no tenía cabida en sus planes, dudaba si realmente el tiempo de su encierro le hiciera cambiar y ser una buena persona, por lo que, tomando cartas en el asunto, resolvió escribirle a Benedetto y hacerle ver, o mejor dicho, recordarle en los mejores términos, la protección de la que sus hijos gozaban y evitara hacer planes apresurados. Eso era algo que él se encargaría de frenar.

Preparó tinta y papel y sin pensarlo empezó:

"Benedetto:

Esta carta puede sorprenderos puesto que sería lo último que esperabais recibir de mí y tenéis razón por lo que os aclaro lo he hecho, sin resentimientos por haber intentado robar en mi casa, con un solo propósito; recordaros que Valentina y Maximiliano gozan de mi absoluta protección y sabiendo vos que estoy enterado de todo, que sigo informado de cada paso y que mi poder es ilimitado para todo lo que se me antoje hacer, sin más preámbulo paso a deciros lo siguiente.

Cómo podéis ver, estoy al tanto de todo y he sido notificado de la decisión de Valentina, como también sé que ya os ha visitado y que os cede un porcentaje de la fortuna del señor Villefort, misma que os esperará cuando hayáis cumplido vuestra condena, espero pues, que para ese entonces seáis otra persona y os hayáis redimido puesto que tendréis el tiempo de sobra para meditar vuestro futuro y no volver a tener cerebro de nuez y perder ese dinero en juegos de la noche a la mañana porque sería vergonzoso y la decepción de las damas que han puesto su voto de confianza en vos, dándoos la oportunidad de cambiar. De más está recordaros lo que fuisteis y que por vuestros errores, (como el asesinato de vuestro compañero Caderousse) estáis de nuevo como inquilino de Tolón, ¿Creísteis que los muertos no hablaban? y os advierto que esta vez no habrá un Lord Wilmore que os visite ni un abate Busoni que os confiese por lo que confío en que la buena voluntad de vuestra media hermana y madre, os sea una muestra viva de la bondad que aún anida en el ser humano, sed vos pues testigo y agradecido..."

El conde siguió escribiendo afanado y concentrado, tenía que asegurarse de que el hombre, al menos por temor, tomara sus consejos y espantara, despojando de su cabeza, toda idea que estuviera maquinando con respecto a su "inesperada fortuna" que ahora le aguardaba y sonreía, como también que esperara paciente su tiempo para salir con la cabeza en alto y dispuesto a comenzar una nueva vida. Nadie mejor que Edmundo entendía lo que el hombre estaba pasando, él también fue encerrado joven perdiendo los mejores años de su vida que le fueron arrebatados, sólo que, a diferencia de Benedetto, él era inocente y cumplía una condena sin juicio y perpetua hasta morir, en cambio el joven era culpable y tenía un tiempo establecido para recobrar su libertad. Dantés rogaba que sus líneas fueran suficientes para contribuir a un cambio positivo en la nueva formación del hombre. En el fondo no deseaba decepcionarse y así concluyó su carta:

"Os insto pues a ser el hombre que espera de vos vuestra madre y media hermana y que con respecto a mí, vos decidáis si me queréis como un aliado o como un enemigo, os recuerdo que lo segundo no os conviene puesto que me conocéis y aunque pasen los años, el conde de Montecristo no olvida ni lo bueno ni lo malo y siempre estaré cerca de mis estimados acudiendo a su menor necesidad como también estaré presto a castigar a quien mal obre sobre el bien. Aprovechad pues esta segunda oportunidad que os brinda la vida, una que rara vez los hombres ofrecen.

Espero pues, toméis mis humildes consejos y hasta pronto."

Edmundo firmó como el conde y reservó la carta. Se aprestó de una vez a escribirle a la misma Valentina haciéndole ver sus impresiones y al mismo tiempo, aconsejándola. También aprovechó y le escribió a Maximiliano, siempre el joven y su hermana y Manuel, le llenaban de esa paz y bienestar que de vez en cuando se busca para aplacar las inquietudes y el malestar, sabía que siempre en ellos encontraría la bondad que sólo el corazón sincero es capaz de dar. Al mismo tiempo le escribió a Mercedes para darle noticias del bienestar de Alberto y así estuviese tranquila. Reservó todas las hojas que luego metería en sus sobres y le dio instrucciones a Bautista de ser enviadas a su destino de inmediato. Haydée no tardaría en llegar y debían abordar de nuevo su barco. Zarparían otra vez con rumbo hacia el Índico, para seguir viviendo junto a su esposa el viaje de bodas que aún disfrutaba por Arabia y Persia. Ya luego decidiría el momento de retornar a Europa. En el fondo, Dantés estaba feliz y agradecido, pues Haydée estaba presentando síntomas positivos que le indicaban que ya no serían dos sino tres y eso era suficiente para sentirse un hombre nuevo y completamente diferente. A pesar de todo lo que vivió, Dios al final estaba recompensándolo y sabía que otra historia se añadiría a su vida con nuevos y mejores capítulos. Siempre sería Edmundo Dantés, siempre estaría para sus amigos y siempre guardaría en su mente y corazón las sabias enseñanzas de su segundo padre el abate Faria, sin embargo y por los azotes de su experiencia, siempre sería enemigo jurado de la injusticia y castigaría al culpable sin dudarlo. Siempre recompensaría la bondad como también castigaría la maldad. Después de todo, al final, Dios le había hecho justicia. El que había sido el humilde y honesto marinero marsellés conocido como Edmundo Dantés, querido por unos y odiado por otros, aquel que injustamente vivió durante catorce años el encierro en un castillo del terror al que fue confinado y aquel que gracias a su maestro e ingenio, logró encontrar un incalculable tesoro transformando su vida, jamás dejaría de ser el hombre en que la recompensa le convirtió; no Simbad, no Wilmore, no Busoni, sino en el enigmático y poderoso conde de Montecristo.


Fin


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