miércoles, 22 de septiembre de 2021

Mi "epílogo" de Montecristo (parte 1)



Nota: Esto es sólo un agregado ficticio, una muestra del epílogo de "El Conde de Montecristo" que me hubiese gustado leer más allá del final del libro. Es sólo mi idea, la trama, historia y personajes no me pertenecen. He tratado de apegarme a la narrativa y estilo del autor. He tomado la referencia de la historia tal y como está, siguiendo la misma línea de la trama del libro de Alejandro Dumas.

I

Una semana después se llevó a cabo la boda de Maximiliano y Valentina en la más estricta secretividad, siendo asistidos únicamente por el notario del señor Noirtier para la parte legal y un sacerdote para la eclesiástica, Bertuccio como criado del abuelo y Julia y Manuel como familia del novio. La pareja le agradecía al conde el haberles devuelto a su hermano y cuñado respectivamente, puesto que el militar regresó por completo a su vida, restablecido de su dolor como lo había prometido. Valentina caminó feliz y radiante con un hermoso vestido de seda blanca, corona de flores y velo de encajes, junto a su querido abuelo que, a pesar de su condición, también estaba feliz, no sólo por entregar a su tesoro al hombre que ella amaba y que la amaba igualmente, sino por volver a verla viva, superando también el dolor que le ocasionó el creerla muerta. En el fondo de su corazón, Noirtier, tan orgulloso e impasible, agradecía al abate Busoni, o mejor dicho, a Montecristo, el que le devolviera la vida a su nieta. Noirtier conoció quien era realmente el conde y que la carta que ese pobre marino le debía de entregar hacía más de veinte años, fue el principio de su injusta desgracia. Supo que Dantés fue interceptado por Villefort a causa de una injusta y malévola denuncia y aunque su hijo se cubrió las espaldas para su propio beneficio y no por él que era su padre, orillándolo al encarcelamiento, en esos momentos daba gracias al cielo por la vida del conde, como también agradecía el que su hijo perdiera la razón como castigo a su orgullo y actos que eran reprochables en un procurador del rey. El abuelo era empujado en su silla por Bertuccio hasta que los tres llegaron al altar donde Maximiliano esperaba feliz a su novia para finalmente, hacerla su esposa con tal ferviente deseo que le era una proeza contener dentro de él todas las emociones que sentía y que a la vista saltaban. Esta vez, las lágrimas que se asomaban por su brillante mirada eran de plena felicidad

I I

Después del supuesto juicio de Benedetto, que debió suspenderse por el inesperado giro que tomó por las confesiones que involucró al procurador del rey, Herminia se encerró en su casa y en su habitación sin querer comer y sin dejar de llorar. Echada en su cama pensaba con remordimientos lo que había sido el destino de su hijo. Los sirvientes le atribuían su mal estado de ánimo al abandono de su marido y a la huida de Eugenia, como también a la ausencia de Luciano Debray a quien no habían vuelto a recibir en la casa. Herminia estaba completamente sola y quienes la asistían, temían que en cualquier hora llegara a atentar contra sí misma. Pero en realidad y como sabemos, la mujer agradecía haberse librado por fin de Danglars, aunque no en si de la ingrata de su hija, ni tampoco de Debray a quien no le perdonaría el terminar su relación. Sin embargo, lo que en realidad le ocupaba sus pensamientos era Benedetto, el hombre que bajo engaños estuvo a punto de convertirse en su yerno y al reparar en esto de un brinco reaccionó. Eugenia y él estaban a punto de casarse sin saber que eran medio hermanos y ese detalle, sumado a su estómago vacío, casi la hace vomitar. Ambos son hijos de su mismo vientre, gestados por ella misma. ¿Qué juego del destino era ese? La serie de emociones que manifestaba la mantenían confundida sin saber qué decidir. No sabía si odiar o compadecer a Villefort porque como él se lo había dicho aquella mañana en su despacho, el bebé nacido no tenía señales de vida, ¿Sería verdad? Ya no estaba tan segura de que él supiera que el bebé nacido esa noche de verdad estuviera muerto e imaginar que lo sabía vivo y aún así, lo enterró para deshacerse del fruto de una relación prohibida que lo comprometiera con su familia y su carrera y que luego de saberlo vivo tampoco fuera verdad que lo había buscado para luego perderle la pista, hizo que la cólera le subiera por el cuerpo y lanzara hasta las almohadas al suelo. ¿Tan cruel era? ¿De verdad había hecho todo eso sólo por mantener su reputación y estatus? ¿Habría sido verdad todo lo que él le dijo aquel día en su despacho? ¿Qué creer? Eran demasiados los detalles de esa noche que lo que él le narró no podía dudarse, pero ¿y si lo tramó? Cómo madre sufrió por ese suceso, aunque luego se resignara a que seguramente fue lo mejor, mereciendo el castigo a su pecado y adulterio, sin embargo, ahora que sabía la verdad de las cosas y ser testigo de la inesperada reacción de Villefort, confirmando todo ante la confesión de Benedetto que nadie se esperaba, supo que así sucedieron las cosas. Si Villefort en el fondo hizo todo con alevosía y ventaja y supo todo el tiempo que el bebé estaba vivo, era tiempo que padeciera el castigo a su maldad y a sus actos. Notó la expresión de ira y resentimiento en el joven hacia Villefort cuando hizo los reproches, era obvio que jamás lo perdonaría. ¿Pasaría lo mismo con ella? Benedetto dijo no saber de su madre, ¿sería verdad o la encubría? Herminia no sabía qué conclusiones sacar, pero necesitaba saberlo aunque arriesgara su reputación. Se trataba de su hijo que por años creyó muerto y ahora, sabiéndolo delincuente, se culpaba en parte de su destino. ¿Podría cambiar él sabiendo su verdad? Intuía que el joven algo reconocía en ella puesto que su humanidad no pudo resistir la impresión de su declaración al desvanecerse, eso la había delatado y más cuando Benedetto dijo no saber quién era su madre. Herminia no podía más con ese peso y no lo soportaría más si el asunto no terminaba de estallar como ya era del conocimiento de todos los presentes. Ella debía olvidarse de los prejuicios y enfrentar su pasado y las consecuencias. Estaba decidida a ir al Foso de los Leones y hablar con Benedetto, debía confesarse y liberar su alma, aunque el joven la odiara y cumpliera la condena que le estaba reservada por el asesinato que había cometido.

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