lunes, 27 de septiembre de 2021

Mi "epílogo" de Montecristo (parte 2)


III

Resolviendo enfrentar a Benedetto, Herminia se vistió como de costumbre, aunque con menos elegancia, con un velo negro cubriendo su cara y sobrero y haciendo el mismo trámite de las veces anteriores. Alquiló un cabriole y pidió ser llevada a la prisión donde se encontraba el hombre a la espera de su sentencia definitiva, recordemos que había pruebas de ser el asesino de Caderousse y eso no lo podía cambiar. Cómo buena dama de sociedad que sabe moverse en cualquier ámbito, pagó el estar a solas con el preso, el cual fue conducido hacia ella cuando le notificaron la visita femenina que le aguardaba. Benedetto se sorprendió y por un momento creyó que se trataba de Eugenia que venía con sus aires de nobleza a recriminarle lo sucedido en la fiesta y a cobrarse la humillación, gozándose de su desgracia con la que pagaría sus andanzas, pero al instante lo pensó mejor y se conformó creyendo el asunto una visita conyugal de alguna de las amigas con las que ya había intimado y eso lo consoló un poco. Mayúscula fue su sorpresa cuando al entrar en el cuarto reservado, reconoció a la mujer que le esperaba. Los dejaron solos y él se extrañó aún más. ¿Qué diantres quería la que hubiese sido su suegra con él?

IV 

Danglars no la había pasado bien luego de su experiencia en Italia y menos, luego de conocer quién era realmente el hombre que siempre creyó el Conde de Montecristo. Saber que todo el tiempo se había tratado de Edmundo Dantés, el joven a quien maquiavelicamente quitó de su camino junto con Fernando, no pudo soportarlo del todo y menos cuando cayó en cuenta de que todo cuanto le había sucedido desde que ese hombre ingresó a sus vidas  y hasta quedar en la calle, había sido parte de los planes de venganza de Dantés. Edmundo le había destruido así como lo hizo él. Ojo por ojo, diente por diente como la ley de Talión le aplicó. Con los pocos recursos que disponía, Danglars vagó como nómada evitando ser reconocido pues no soportaba la vergüenza, el que había sido un hábil y rico banquero que acariciaba cada billete que caía en sus manos, ahora era un vagabundo que atesoraba cada centavo que conservaba en sus bolsillos. Aquel hombre acostumbrado a vestir bien y a comer manjares, ahora notaba su vestimenta rota y deseaba cada pedazo de pan. El que mal hace mal acaba diría un proverbio y esto se aplicaba a él, en el fondo volvía a maldecir a Dantés olvidando su arrepentimiento cuando fue cautivo de los bandoleros y maquinaba también su propia venganza contra él y hacerle pagar el que le quitara todo, sin embargo, la Providencia conociendo los pensamientos y deseos de su corazón, se encargó de cobrarle esta vez antes de comenzar siquiera sus nuevos planes. Saber de su hija Eugenia, verla con atuendo masculino y que se abría camino en el mundo artístico como era su deseo no le impactó tanto como lo demás, hubiese sido mejor que un rayo le cayera antes que darse cuenta del motivo por el cual su hija siempre mostró aversión hacia el matrimonio y los hombres y extrema e íntima cercanía con su amiga Luisa; Eugenia tenía una viva inclinación por la especie de su mismo sexo y escuchar comentarios inmorales y escandalosos acerca del asunto y peor, saber que vivían juntas como pareja hizo que el viejo no lo resistiera. La decepción y la vergüenza se encargaron de hacer su trabajo. Una de esas mañanas, su cuerpo fue encontrado colgando de un roble.

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