Título: El Vampiro
domingo, 31 de octubre de 2021
El Vampiro - John William Polidori
lunes, 25 de octubre de 2021
Mi "epílogo" de Montecristo (parte 7)
XII
"Está hecho" había pensado para sí nuestro querido Dantés cuando se enteró de lo sucedido a Danglars. Los tres personajes que contribuyeron a la destrucción de su vida ahora estaban bajo tierra con sus cuerpos pudriéndose y sus almas atormentándose. Caderousse, Fernando y Danglars ya habían saldado su deuda. Después de todo, el plato frío de la venganza le había sabido exquisito. No obstante, era hora de cerrar de una vez ese capítulo y dejar el pasado atrás, aunque al igual que el señor Noirtier, él también pusiera en duda la demencia de Villefort, la pieza que faltaba para que la venganza de Montecristo estuviera completa porque saberlo loco no era suficiente, eso simplemente podía ser una farsa, una treta que lo librara de su verdadero castigo. Él tampoco se engañaba y era mejor vigilar ese asunto de cerca.
Habían pasado tres meses ya de un hombre sin máscaras y para nuestro querido personaje, que nada le era oculto, reflexionaba en toda la información recibida con la concentración que requería. Aprovechando que su querida Haydée había salido con Alí para hacer unas compras, él acabando un café que le había servido Bautista y con esa expresión tan imperturbable que le caracterizaba a su atractivo rostro, miraba el horizonte del vasto océano sentado en un cómodo sillón que ocupaba el balcón de su habitación, mientras a su vez, sus dedos rozaban los sobres que estaban esparcidos sobre la mesa que tenía a su derecha.
Tenía tanto en qué pensar por lo sabido que no sabía de qué lado de la balanza poner los asuntos para encontrar el equilibrio. Sin embargo, por más que trató de no inmiscuirse, era menester al menos, intervenir en uno.
Los informes que recibía de su gente, Jacopo por un lado y Vampa por el otro, no le notificaban nada nuevo ni nada que su fortuna no fuera capaz de solucionar. Saber de Danglars fue sólo un suceso más, saber de Alberto y su bienestar era su promesa a Mercedes, saber de cada uno de los amigos del ex vizconde de Morcef era una manera de jugar por adelantado y cubrirse las espaldas. Saber de Julia y Manuel quienes le agradecían con el alma devolver la vida a Maximiliano, le llenaba de calidez su corazón, saber que Morrel era, como él, un hombre feliz, le llenaba de satisfacción y saber que Valentina le había complacido renunciando a la fortuna de su padre le gratificaba en gran manera, pero con lo que no contaba era que la joven demostraría una vez más ser el ángel que era. Por Bertuccio supo lo sucedido en el caso de Benedetto y no sólo su condena y que vuelve a ser inquilino de Tolón, sino lo que había hecho Herminia y también Valentina. Francamente lo que la madre hiciera por él no le importaba ni era de su incumbencia, pues por algo era la madre y qué bueno que le había reconocido y buscaba congraciarse con el hijo que creyó muerto y que él a su vez, le diera la oportunidad por la que la mujer rogaba. No obstante, lo que no compartía del todo era la decisión de Valentina y esa parte de la fortuna de Villefort que ponía a disposición de su medio hermano una vez cumplida su condena, pues Edmundo que le había tratado y conocía su corazón miserable, sinvergüenza, hipócrita y ambicioso que le repugnaba, así como de la maldad que no reparaba en mostrar hasta llegar al homicidio cuando alguien le estorbaba o no hacía lo que quería y no tenía cabida en sus planes, dudaba si realmente el tiempo de su encierro le hiciera cambiar y ser una buena persona, por lo que, tomando cartas en el asunto, resolvió escribirle a Benedetto y hacerle ver, o mejor dicho, recordarle en los mejores términos, la protección de la que sus hijos gozaban y evitara hacer planes apresurados. Eso era algo que él se encargaría de frenar.
Preparó tinta y papel y sin pensarlo empezó:
"Benedetto:
Esta carta puede sorprenderos puesto que sería lo último que esperabais recibir de mí y tenéis razón por lo que os aclaro lo he hecho, sin resentimientos por haber intentado robar en mi casa, con un solo propósito; recordaros que Valentina y Maximiliano gozan de mi absoluta protección y sabiendo vos que estoy enterado de todo, que sigo informado de cada paso y que mi poder es ilimitado para todo lo que se me antoje hacer, sin más preámbulo paso a deciros lo siguiente.
Cómo podéis ver, estoy al tanto de todo y he sido notificado de la decisión de Valentina, como también sé que ya os ha visitado y que os cede un porcentaje de la fortuna del señor Villefort, misma que os esperará cuando hayáis cumplido vuestra condena, espero pues, que para ese entonces seáis otra persona y os hayáis redimido puesto que tendréis el tiempo de sobra para meditar vuestro futuro y no volver a tener cerebro de nuez y perder ese dinero en juegos de la noche a la mañana porque sería vergonzoso y la decepción de las damas que han puesto su voto de confianza en vos, dándoos la oportunidad de cambiar. De más está recordaros lo que fuisteis y que por vuestros errores, (como el asesinato de vuestro compañero Caderousse) estáis de nuevo como inquilino de Tolón, ¿Creísteis que los muertos no hablaban? y os advierto que esta vez no habrá un Lord Wilmore que os visite ni un abate Busoni que os confiese por lo que confío en que la buena voluntad de vuestra media hermana y madre, os sea una muestra viva de la bondad que aún anida en el ser humano, sed vos pues testigo y agradecido..."
El conde siguió escribiendo afanado y concentrado, tenía que asegurarse de que el hombre, al menos por temor, tomara sus consejos y espantara, despojando de su cabeza, toda idea que estuviera maquinando con respecto a su "inesperada fortuna" que ahora le aguardaba y sonreía, como también que esperara paciente su tiempo para salir con la cabeza en alto y dispuesto a comenzar una nueva vida. Nadie mejor que Edmundo entendía lo que el hombre estaba pasando, él también fue encerrado joven perdiendo los mejores años de su vida que le fueron arrebatados, sólo que, a diferencia de Benedetto, él era inocente y cumplía una condena sin juicio y perpetua hasta morir, en cambio el joven era culpable y tenía un tiempo establecido para recobrar su libertad. Dantés rogaba que sus líneas fueran suficientes para contribuir a un cambio positivo en la nueva formación del hombre. En el fondo no deseaba decepcionarse y así concluyó su carta:
"Os insto pues a ser el hombre que espera de vos vuestra madre y media hermana y que con respecto a mí, vos decidáis si me queréis como un aliado o como un enemigo, os recuerdo que lo segundo no os conviene puesto que me conocéis y aunque pasen los años, el conde de Montecristo no olvida ni lo bueno ni lo malo y siempre estaré cerca de mis estimados acudiendo a su menor necesidad como también estaré presto a castigar a quien mal obre sobre el bien. Aprovechad pues esta segunda oportunidad que os brinda la vida, una que rara vez los hombres ofrecen.
Espero pues, toméis mis humildes consejos y hasta pronto."
Edmundo firmó como el conde y reservó la carta. Se aprestó de una vez a escribirle a la misma Valentina haciéndole ver sus impresiones y al mismo tiempo, aconsejándola. También aprovechó y le escribió a Maximiliano, siempre el joven y su hermana y Manuel, le llenaban de esa paz y bienestar que de vez en cuando se busca para aplacar las inquietudes y el malestar, sabía que siempre en ellos encontraría la bondad que sólo el corazón sincero es capaz de dar. Al mismo tiempo le escribió a Mercedes para darle noticias del bienestar de Alberto y así estuviese tranquila. Reservó todas las hojas que luego metería en sus sobres y le dio instrucciones a Bautista de ser enviadas a su destino de inmediato. Haydée no tardaría en llegar y debían abordar de nuevo su barco. Zarparían otra vez con rumbo hacia el Índico, para seguir viviendo junto a su esposa el viaje de bodas que aún disfrutaba por Arabia y Persia. Ya luego decidiría el momento de retornar a Europa. En el fondo, Dantés estaba feliz y agradecido, pues Haydée estaba presentando síntomas positivos que le indicaban que ya no serían dos sino tres y eso era suficiente para sentirse un hombre nuevo y completamente diferente. A pesar de todo lo que vivió, Dios al final estaba recompensándolo y sabía que otra historia se añadiría a su vida con nuevos y mejores capítulos. Siempre sería Edmundo Dantés, siempre estaría para sus amigos y siempre guardaría en su mente y corazón las sabias enseñanzas de su segundo padre el abate Faria, sin embargo y por los azotes de su experiencia, siempre sería enemigo jurado de la injusticia y castigaría al culpable sin dudarlo. Siempre recompensaría la bondad como también castigaría la maldad. Después de todo, al final, Dios le había hecho justicia. El que había sido el humilde y honesto marinero marsellés conocido como Edmundo Dantés, querido por unos y odiado por otros, aquel que injustamente vivió durante catorce años el encierro en un castillo del terror al que fue confinado y aquel que gracias a su maestro e ingenio, logró encontrar un incalculable tesoro transformando su vida, jamás dejaría de ser el hombre en que la recompensa le convirtió; no Simbad, no Wilmore, no Busoni, sino en el enigmático y poderoso conde de Montecristo.
Fin
viernes, 15 de octubre de 2021
Mi "epílogo" de Montecristo (parte 6)
X
La noticia del ahorcado habría pasado desapercibida si se hubiese tratado de un indigente cualquiera, no obstante, el cadáver se logró identificar como el reconocido banquero francés, cuerpo que, como nadie se molestó en reclamar y que, como se conocía en vida su actuar sinvergüenza, el desdichado, por orden forense, púsose junto con otros cuerpos que, antes de descomponerse aún más, sería inhumado en una fosa común, puesto que sin reclamo tampoco sería repatriado para evitarle gastos innecesarios al Estado italiano. Danglars, luego de su experiencia con Dantés y con el dinero que como limosna le permitió el conde conservar, aún permanecía en el norte de Italia sin lograr huir a Suiza, fue ahí donde se enteró de la nueva vida de su hija y lo que lo llevó a adelantar su cita con la Parca. Su nombre y noticia, apenas y fue nombrado en la sección de sucesos en el diario local. Cuando Eugenia se enteró, el asunto le pasó sin pena ni gloria, comparándolo más bien, con el cobarde de Morcef, el que hubiese sido, para su desdicha, su suegro. Recordar eso le provocaba náuseas, toda su vida "familiar" se había reducido a "intereses" y a los números "planeados" que pudiese aumentar para gozo de su progenitor y bienestar de su supuesto patrimonio. Ella jamás perdonaría ni olvidaría el negocio que representó para Danglars, atándola a un hombre que ni ella amaba ni él tampoco. Alberto no estaba tan mal, pero no para ella y estaba segura, que así como lo sucedido al banquero no la perturbó a ella, menos lo haría a su madre. La conocía tan bien que la frívola Herminia resentiría más la muerte de Debray que la del que fue su marido por apariencia. Lo cierto era que la muerte de Danglars no le afectó a nadie, salvo (y posiblemente) a su tan mentado ferrocarril y a los que tenían inversión bancaria con él y ahora, habían perdido todo. Ese había sido el final para alguien que, movido por envidia y ambición, actuó con maldad premeditada, contribuyendo a destruir la vida entera no sólo de uno sino de dos inocentes; la de Dantés hijo y la de Dantés padre y así como este segundo no tenía tumba, él tampoco la tendría. Así se cumple que el que la hace, la paga.
XI
Luego de la renuncia de Villefort a la causa, como recordará el lector, el caso Benedetto fue empezado como una nueva instrucción confiada a otro magistrado y éste, teniendo las pruebas, tomó su resolución como ya se sabe. Benedetto fue condenado y, sin estar de más la autoridad del juez, severamente advertido de no aliarse con otros corsos para intentar escapar a las montañas o por mar, enviado de nuevo e inmediatamente al lugar que él ya conocía a cumplir su condena; el presidio de Tolón al sur del país. Al saberlo Herminia gracias al periódico de Beauchamp que seguía el caso con evidente y morboso interés, sintió volver a perder a su hijo definitivamente. La distancia del lugar y del mismo tiempo no era nada favorable. La mujer sólo deseaba una oportunidad más para recuperar a su hijo y por eso había recurrido a la única carta que podía jugar, al único recurso que le quedaba y del que podía disponer como su última alternativa; Bertuccio, porque la noticia del encierro del "falso Cavalcanti" se extendió como la pólvora, para empezar, por todo París.
Cómo lo decidió el mayordomo, un buen día visitó a Benedetto viajando hasta Tolón, llevándole unas viandas con alimentos y también dos sobres; una carta de Valentina y la otra de Herminia. Bertuccio le hizo ver que la joven era su media hermana, resumiéndole el suceso con ella, su atentado y su supuesta muerte, como también la intervención de Montecristo para salvarla. Cuando se mencionó al conde, Benedetto se sacudió un poco, por estúpido perdió todo sin deducir quien había utilizado a quien, si él al conde prestándose a su juego y haciéndose pasar por el hijo perdido Cavalcanti o el conde a él sabiendo quién era y otorgarle una falsa personalidad para ayudarle con sus planes. Lo cierto es que los dos se beneficiaron del negocio, él vivió, aunque de manera breve, la vida de opulencia, dinero y juegos y el conde su cometido con sus enemigos, salvo que Montecristo salió bien librado y él, bien embarrado. Bertuccio le instó a leer las cartas antes de irse porque de ambas debía llevar respuesta, sea un si o un no y aunque el hombre adivinaba dichas respuestas decidió esperar. Pacientemente esperó notando las reacciones del hombre. Leyó primero a su media hermana, sorprendiéndose de cuanto le decía y su respuesta enviada fue sí. Luego leyó la de su madre, Bertuccio notó el temblor en su mano cuando sostenía el papel y antes de decir su respuesta, el mayordomo le instó a que lo pensara bien. Herminia se había ido a una casa de campo en las afueras de París, pero antes de partir pasó personalmente a verlo, a hablar con él y a dejarle su carta. Ella estaría esperando la respuesta en su nuevo domicilio, por lo que al decirle Bertuccio su impresión de la mujer, Benedetto accedió a su petición. La respuesta a su carta, también era un sí.
Bertuccio partió complacido y Benedetto se quedó pensativo. ¿Tendría el tiempo para redimirse? De pronto su condena le pareció una eternidad.
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lunes, 11 de octubre de 2021
Mi "epílogo" de Montecristo (parte 5)
IX
Dos semanas después de la boda, Maximiliano y Valentina se instalan en la casa de los Campos Elíseos que el conde les dio como regalo de bodas y había sido ahí donde Valentina, dos semanas después de su llegada, leyera la carta de su querida Haydée quien confiando en la intuición del conde, la envió a dicha dirección con la seguridad de que sería recibida por la joven. Obviamente el abuelo Noirtier se mudó con ellos y como Bertuccio quedó a su servicio, nadie mejor que él para convertirse en el mayordomo de la casa. El regreso de los recién casados causó asombro y más, a quienes conocieron a la bella joven, pues sabiéndola muerta y sepultada, provocó en más de alguno, que tal sorpresa de verla viva y aún más hermosa de lo que era, se le bajara la presión y en el caso de las mujeres, uno que otro desmayo. La pareja no quiso aclarar nada y únicamente daban gracias a Dios y a su protector y querido amigo el Conde de Montecristo, el haber actuado a tiempo, descubrir quién era su asesina y lograr salvarla de ser su siguiente víctima, sólo que para eso, fue necesario fingir su muerte. Las artes medicinales del conde eran maravillosas y a ese ángel le daban todo su reconocimiento por lograr hacer que el veneno que debía matarla, más bien le beneficiara como antídoto gracias a otro. Hasta el doctor que había visto a la joven en su enfermedad estaba impactado, el señor d'Avrigny reconoció que como médico de cuerpo y alma, Montecristo resultó ser mejor que él.
Valentina no fue ajena a lo que había sucedido en su ausencia, y más que lo sucedido a su madrastra y medio hermano, le dolía la condición de su padre; el implacable procurador del rey que parecía que nada le podía turbar, el hombre más seguro de sí mismo en toda Francia, había caído a un abismo de oscuridad y ahora era completamente ajeno a su realidad. A Valentina, le pareció increíble ver a su progenitor en el estado en que se encontraba y creyó, cuando supo la historia de ese pasado que no podía asimilar del todo entre el procurador y Dantés, que la justicia divina caía tarde o temprano y no a medias sino de un solo golpe y se dio cuenta también de lo indigna que era ella al afecto del conde y sin embargo, sabiéndola hija de su enemigo, él le manifestaba por su cariño hacia Morrel, el mismo sentimiento, uno que ella dispuso atesorar como una verdadera joya. Villefort, al ver con sus propios ojos que Edmundo Dantés había regresado de su tumba para vengarse por el mal que deliberadamente le hizo, provocó que le volara la cabeza con tal impresión que no fue capaz de soportar. No obstante, para el señor Noirtier, que no se podía engañar, no se creía del todo la locura de su hijo y no quería pensar que fingía demencia severa, prefiriendo estar encerrado en un manicomio que guardando condena en una cárcel como lo hacían tantos otros que él mismo había condenado. Así pues, Noirtier negábase a creer que una mente tan brillante como la de su hijo estuviera ahora apagada en la oscuridad de la locura. Aunque en el fondo no le extrañaba semejante treta que librara a Villefort de responder por todos sus actos ante la justicia, incluyendo el bastardo aparecido. Valentina se dio cuenta de la existencia de su medio hermano, noticia que también sorprendió a Maximiliano y más, al saber que se trataba del supuesto noble Andrés Cavalcanti que también conocía, ya que como recordará el lector, nuestro militar enamorado y desdichado por creer a su amada muerta, desligose de todo y fue ajeno al paso de esos sucesos de los que todo París habló durante días, refiriéndose al escándalo acaecido en la casa de Danglars. Así también se sorprendió Valentina pues recordó que Eugenia habló sobre su compromiso con él la última vez que la vio y todo eso los tenía asombrados. La joven heredera de Villefort sentía una mezcla de decepción y vergüenza hacia su progenitor ahora conociéndolo mejor, compadeciendo de igual forma, a su medio hermano, inocente y a la vez víctima de las circunstancias, historia que corroboró Bertuccio, apoyándola en lo que la joven había decidido cuando ella se los hizo saber. Valentina no podía negar ni esconder al hermano que tenía por lo que, recordando la petición del conde y deduciendo que él sabía que al regresar ellos a París iban a darse cuenta de las cosas (por eso la carta de Haydée llegó a ese domicilio) iba a complacer a su ángel decidiendo dos cosas; renunciar a esa fortuna donándole parte a la beneficencia y el resto del porcentaje, otorgándoselo a Benedetto para que, cuando cumpliera la condena y saliera de la prisión, pudiera enmendar su vida, aprender de sus errores y comenzar de nuevo como a él más le pareciera. Era lo menos que podía hacer, algo que llenó aún más de orgullo a su enamorado marido, ganándose también la admiración de Bertuccio y rogando haber hecho bien, para obtener la aprobación del conde cuando lo supiera. Además era la única heredera de su abuelo y de su madre y con ambas fortunas tenía más que suficiente para asegurar su vida y hasta la de sus nietos.
Noirtier respetó sus deseos, aunque no estando tan convencido con respecto a Benedetto y menos por todo lo narrado por Bertuccio que lo conocía bien. Muy dentro del corazón de un viejo que había recorrido toda una vida y de un hombre que había servido a la causa de la restauración napoleónica en los tiempos de los Borbones, de un hombre que antepuso ambición e intereses a costa de la vida de otros por su simpatía y servicio al Emperador, existía una intuición inequívoca y sabía que el ser humano obedecía más a su naturaleza que a sentimientos y si Benedetto tenía más sangre del padre que de la madre, esto podía convertirlo en lo que el joven más odiaba; sabiéndose con fortuna como era su deseo como falso Cavalcanti, podía convertirse ahora en un verdadero Villefort y peor que el anterior. Si muchos animales tenían por instinto el asesinar, a alguien que lleva dicha sangre no lo necesitaba. Eso ya era parte de su naturaleza. Siete años para él se veían lejos y no viviría más para ver cumplir ese plazo, pero era posible que para el bastardo se fueran en un suspiro recobrando su libertad... Y su venganza contra todos ahora que conocía su identidad y el estatus que se le negó.
El abuelo empezó a ver a Benedetto como una amenaza y temió por el futuro de su nieta. Lo que decidió Valentina podía no ser lo más acertado.
Y en el fondo, Bertuccio pensaba igual.
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jueves, 7 de octubre de 2021
Mi "epílogo" de Montecristo (parte 4)
VII
El juicio de Benedetto se retomó de manera privada y a puertas cerradas. Obviamente, se le encontró culpable de la muerte de Caderousse debido a las pruebas y a la acusación del mismo muerto y se le condenó a siete años de prisión. Herminia supo la noticia gracias al periódico de Beauchamp que publicó la nota y eso la devastó. Recuperar a su hijo sería imposible, el hombre le pidió que lo dejara luego de saber quién era ella, Herminia rogó su perdón, pero él sólo le pidió tiempo, ahora tenía encima la condena a cumplir y obvio, sería trasladado a otra prisión. Insistir en recuperar el tiempo perdido y hacerle nacer cariño hacia ella ahora ya sería imposible. La mujer se sentía completamente sola y estaba considerando vender la casa e irse de París para iniciar una nueva vida lejos, si Benedetto no quería saber de ella ni perdonarla, iba a respetar su decisión. Cómo madre sólo rogaba porque ese tiempo de encierro le hiciera reflexionar y cambiar, le escribió una carta haciéndole saber sus deseos y el que ella estaría esperándolo si él decidía buscarla una vez acabada su condena. Igualmente, Herminia estaba decidida a dejarle una parte de herencia en caso de fallecer antes y así tratar de retribuirle en algo la triste vida en la que él se formó. Bertuccio, que había hablado con Noirtier y Valentina sobre su parte en la historia y lo que Villefort le hizo a su hermano y que por eso había intentado matarle la noche que salvó al bebé de un fatal destino, ya conocía también la disposición de la joven en cuanto a Benedetto, como también, de la noticia de su condena y de vez en cuando iría a visitarlo, rogando que en ese tiempo, Benedetto cambiara y tratara de enmendar su vida para cuando lograra salir, fuese una persona diferente, esa que él quiso forjar.
VIII
Recordando Maximiliano y Valentina las palabras del conde en su carta "esperar y confiar" se aferraron a esa esperanza y fue así, como un buen día les llegó una carta de Haydée.
"Querida hermana:
¡Soy tan feliz! Y sé que tú también lo eres. Él no deja de tratarme como la princesa que soy, siempre admiré su trato hacia mí aún siendo su esclava, pero ahora es más, demasiado, creo que exagera, me trata como una muñeca de cristal a la que cuida y teme quebrar. ¡Le amo tanto! Nos hemos casado en un romántico crepúsculo frente a las costas griegas y es su deseo navegar ahora hacia Oriente, haciendo una visita a los árabes y luego a los mismos orientales, culturas que deseo también conocer de cerca. Aún no sé si volveremos a Europa y de hacerlo, creo que residiremos en Italia, posiblemente en su isla. Si eso pasa ustedes serán los primeros en saberlo, ¡Nos encantará tanto volver a verlos! Por ahora yo siento que él necesita tiempo y hacer pasar de su ser todo lo que le ocurrió antes y después de convertirse en el Conde de Montecristo. Aún yo me pregunto, a veces que lo noto melancólico con quién estoy, si con el Edmundo de Marsella o con el conde, ¡Es un hombre tan fascinante! Su autoridad, su trato, su voz, su inteligencia, su andar lento, regio y elegante, sí, ¡Estoy enamorada! Siento que lo venero, ¡Y es mi esposo! ¿Puedes creerlo? ¡Él es totalmente mío! ¿Podría ser más feliz? Tengo una dicha tan plena, le amo más que a mi vida, él es mi vida, no soporto estar separada de él, si antes debía resignarme a verle por breves momentos y a casi mendigar su tiempo, rogando su valiosa presencia, ahora no y como es mi derecho, le hago saber que le necesito todo el tiempo, mismo que ahora me otorga aún más y con sumo placer. El calor de su cuerpo es mi bálsamo y él me dice que yo soy su paz. Sabe que te estoy escribiendo y les manda sus saludos y bendiciones. Espero hermana mía que seas tan feliz como yo, así como espero el día en que nos encontremos otra vez y hasta ese momento, completaremos nuestra dicha. Te envío todo mi cariño, pronto tendrás más noticias de nosotros. Cuídense.
Tu hermana que te quiere:
Haydée."
Valentina llevó la carta a su pecho y suspiró feliz. Ella entendía perfectamente a Haydée, ella también estaba casada con un hombre maravilloso que la amaba y que ella amaba de igual manera. Sí, ellas eran muy afortunadas. Gracias al conde de Montecristo, ambas eran dichosas.
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sábado, 2 de octubre de 2021
Mi "epílogo" de Montecristo (parte 3)
V
—¿Vos? —preguntó Benedetto sorprendido—. ¿Os dignais visitarme para constatar que sigo aquí y que no he escapado de mi juicio? ¿Me traéis algún recado de Eugenia? Sabed que a pesar de todo, me sentía afortunado por haber encontrado una familia a la cuál pertenecer y ya no ser un individuo solitario. Tal vez en parte es lo único honesto que puedo confesar. Un deseo ardiente que quise hacer realidad. Crecer sin una familia... No saber quién eres ni de dónde vienes... No es algo agradable.
Herminia callada, tragándose su sentir y tratando de retener las lágrimas lo miraba de manera diferente. Observándolo bien, el joven le parecía atractivo, tenía algo de ella como también de Villefort, tal vez no era un príncipe Cavalcanti como su exmarido se empeñaba en nombrar a su supuesto futuro yerno, pero si tenía su aire elegante muy a pesar de su condición, de esa triste condición en la que había crecido como delincuente por azahares del destino.
—¿Y bien señora? —insistió Benedetto—. ¿Vais a quedaros ahí sin hacer nada? Parece que veis a un fantasma. Estáis en extremo pálida, ¿Vuestra salud está mejor que la que teníais en mi juicio?
Herminia palideció aún más, recordó sus desvanecimientos en la sala y de los que todos fueron testigos.
—Será mejor que os sentéis señora o vais a desmayaros y no quiero que luego me señaléis como que os hice algo, ya no quiero cargar con más desventuras, demasiadas he tenido ya. Injusticia sería hacia mí que me señalaran de haberos hecho algo cuando no os he hecho nada.
—Benedetto —murmuró ella por fin.
—Sí, ese es mi nombre.
—¿Y fuisteis criado por buenas personas?
—Ya lo sabéis, fuisteis testigo de lo que dije, por desgracia parece ser que por mis venas corre una sangre maldita que me degeneró. Siempre me pregunté el porqué tenía esta maldad, siempre quise saber quiénes eran mis verdaderos padres y por qué me abandonaron.
Herminia se debatió entre hablar o seguir callando. La debilidad que sentía la obligó a sentarse. Se quitó el sombrero y el velo. Benedetto notó lo demacrada que estaba.
—Sabéis ya quien es vuestro progenitor, uno del que ninguno se sentiría orgulloso, pero, ¿Y vuestra madre?
—Ya lo dije.
—¿Y es cierto? ¿Lo ignoráis o lo calláis?
—Lo ignoro —suspiró—. Cuando supe quien era mi padre... No quise que mi odio y desprecio se aplacara por ella, sus razones habrá tenido para deshacerse de mí.
—¡No! ¡No se deshizo de vos! —Se lanzó a los brazos del hombre que la sostuvo con asombro por el extraño arrebato—. Ella no se deshizo de vos.
Herminia dio rienda suelta a su llanto sin poder controlarse.
—¿Por qué decís eso? —la interrogó curioso—. ¿Es que acaso la conocéis? ¿Es una dama de sociedad? ¿Es amiga vuestra?
—Soy yo Benedetto —confesó con la voz desgarrada—. Yo soy la que os dio la vida, pero al nacer se me dijo que no la teníais y Villefort se encargó del bebé, no sé si de verdad te creía muerto o me mintió para deshacerse del fruto de nuestra relación prohibida que pusiera en entredicho su posición como procurador y hombre de familia. Jamás volvimos a hablar del asunto, jamás supe nada más, me conformé con lo que había pasado creyendolo un merecido castigo a nuestro pecado y así viví.
Benedetto se soltó de ella apartándose para verla mejor y para analizar aquello que se le había revelado. La mujer estaba en el juicio por casualidad, por lo sucedido a su hija no por él, sin embargo, al darse cuenta de todo, fue por eso sus desvanecimientos, tanto Villefort como ella fueron descubiertos. Benedetto se horrorizó por saber que podía haberse casado con su media hermana y casi vomita.
—Perdoname hijo —suplicó Herminia arrodillada—. Soy culpable también, me conformé con lo que me dijeron, de lo contrario te hubiese buscado.
Benedetto permaneció callado sin dejar de observarla, necesitaba tiempo para similar tal revelación.
VI
Mercedes trataba de acostumbrarse a su vida en Marsella, volver a ella no era fácil, no porque se hubiese olvidado de sus orígenes y extrañara la opulencia que un condado ofrece, sino por Alberto, haberse separado de su hijo por las circunstancias que ahora pasaban le era en extremo difícil, le extrañaba mucho, estar sola era un suplicio aunque esa paz le ayudara a encontrarse con ella misma. Olvidó e hizo olvidar que una vez y por muchos años fue condesa, ahora vivía de manera modesta, de esa manera en la que soñó muchas veces vivir con Edmundo, teniendo únicamente lo necesario y sobre todo amor, sólo que en ese momento era de lo que carecía, de su amor. Mercedes en el fondo se reprochaba haber salido de los catalanes y olvidar la desgracia con Edmundo, entregándose a Fernando. Se culpó y vivió de esa manera, debió salir adelante sola y guardar la memoria de su amado como debió ser, ahora le era tarde para enmendarlo por eso se sentía indigna, por eso se sentía culpable, por eso y por segunda vez debió renunciar a su amor y a terminar con un final feliz lo que una vez debió ser. Alberto debió ser su hijo, él debió ser su padre y reflexionar en todo eso la volvía desgraciada, jamás se perdonaría haber vivido por más de veinte años junto al hombre que con artimañas destruyó a Edmundo y asesinó a traición al Alí de Janina. Mercedes se llenaba de repugnancia al imaginar el semejante monstruo que era el hombre con el que compartió su vida, una que reconoce haber desperdiciado siendo lo único bueno su amado Alberto, el único consuelo a su vida vacía y del que ahora, anhelaba su compañía en vano. Si no fuese por él y porque esperaba su regreso con ansias, confiando en el poder de Dios su vida y su seguridad en los recursos de Edmundo, ella estaría enclaustrada en un convento expiando la culpa que sentía por el cruel destino de su Edmundo, el hombre que, aunque no fuera de ella, le llevaría siempre ardientemente en el corazón y en la mente como el único amor de su vida. Alberto había alzado su propio vuelo, el joven buscaba labrarse un camino como militar y en su tenacidad estaba seguro que lo haría, honrando el apellido de su madre y olvidando el del padre. Eso le haría ser mejor hombre y mejor persona, lo sucedido le había hecho madurar más y aunque había perdido los privilegios que su condición le había otorgado y vivía ahora del esfuerzo de su trabajo que sabía lo volvería un hombre verdadero. En el fondo de su corazón sabía que era inmensamente rico; tenía lo más importante, el amor y apoyo de su amada madre y más adelante, podría conocer el verdadero amor que en el fondo deseaba tener. Conservaba a pesar de todo el afecto del conde y también a sus antiguos amigos; Debray, Beauchamp y Renaud, a Morrel y también a Franz, con quién mantenía correspondencia y había sabido lo sucedido con la cancelación de su boda y los motivos. Franz estaba en Florencia otra vez y al parecer estaba decidido a no volver a salir de Italia en mucho tiempo, de hecho, mantenía una estrecha relación con su amiga, la condesa de G... quien había sabido por él la verdadera identidad de su lord Ruthven y parte de su historia y a su vez, Franz había sabido por ella, lo sucedido con Villefort y con una Valentina resucitada que ahora era la señora de Morrel. E'pinay no podía olvidar lo que vivió gracias a esa familia a la que casi se ata. Nunca podría olvidar que Noirtier había sido el asesino de su padre y lo mejor que podía hacer era jamás tener que volver a encontrarse con ninguno de ellos.
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