“(…) Con aquella sonrisa que tan terrible y tan bondadosa podía ser, según su voluntad. (…) El conde había visto ya bastante para poder juzgar. Cada hombre tiene su pasión, lo mismo que cada fruta su gusano.”
Montecristo sigue
adelante con sus planes y ahora tiende sus trampas una vez más. Aprovechando
una visita social de Alberto a su casa, (y sabiendo perfectamente que la
noticia correrá como la pólvora encendida) le comenta sobre la visita que
espera de un tal Bartolomé Cavalcanti, hombre de antigua nobleza italiana y a
su hijo Andrés, a quien tendrá como protegido ya que el joven hace su entrada
al mundo parisino por lo que le pide a Alberto, (como joven de alcurnia
también) que le ayude con el asunto si el caso lo amerita, a lo que el vizconde
le dice que desde luego cuente con él y como la curiosidad no puede
controlarse, comienza a preguntar sobre el noble Cavalcanti, pero Montecristo le
aclara que no le conoce muy bien, aunque descienda de una de las más antiguas y
nobles familias de Italia y por ende, se entiende que es un hombre de fortuna.
Con esto basta para haber clavado la intriga en el vizconde. Lo que nadie
imagina es lo que habrá detrás de ese teatro ni las marionetas que serán para
el conde, valiéndose del Cavalcanti y de un hijo perdido que dice tener,
Montecristo le hace creer que lo ha encontrado presentándole a un joven que
bien podría serlo y el chico, deseoso de llegar a ser hijo de alguien, con
gusto se presta para el asunto. Siendo testigo de la hipocresía de la gente, el
conde confirma aún más la bajeza humana. Sus planes unirán a sus enemigos y los
confrontarán poco a poco hasta destruirlos.
Mientras tanto,
Valentina y Maximiliano se aman confesándose su amor con tiernas palabras, no
obstante, el matrimonio forzado al que la joven debe someterse por órdenes de
su padre la tiene triste por lo que su abuelo Noirtier, que conoce la situación,
(aunque sea un anciano paralítico que se comunica con señales) hace una jugada
maestra para evitar ese casamiento y salvar a su querida nieta de su cruel
destino por los intereses de su padre.
Montecristo por su
parte le juega una buena pasada a Danglars con la ayuda (o soborno) del
telégrafo, haciéndole perder mucho dinero invertido. Pero eso no es nada
todavía, está decidido a hacer que fantasmas vuelvan a aparecer para atormentar
a los vivos que lo merecen.
En la casa de
Auteuil, Montecristo prepara una velada con el fin de enfrentar a sus invitados
con los fantasmas del pasado. Reúne a sus enemigos (junto con otros invitados,
los amigos de Alberto y Morrel) en un banquete donde algunos secretos salen a
la luz. El criado Bertuccio se asombra al saber que no había matado a
Villefort, quien era uno de los invitados y también reconoce a la mujer rubia
que embarazada, esa fatídica noche dio a luz a un varón y para colmo, tampoco
se esperaba volver a encontrarse con su “hijo de crianza” Benedetto, ahora
conocido como Andrés Cavalcanti, tampoco el magistrado se imaginaba verse con
Herminia Danglars y en resumen, ninguno se esperaba que dicho banquete se
oficiaría en la casa de Auteuil, la misma que años atrás sirvió de escenario
para la fatalidad de los involucrados, removiendo tristes recuerdos y amargas
culpas que el conde, haciendo uso de su filosofía sacó con su plática.
Montecristo nota que durante toda su estadía, Villefort estuvo algo incómodo y
más cuando su mujer se enteró que dicha casa le había pertenecido a los suegros
de su marido. El conde habla de la lúgubre propiedad con tanta naturalidad que
logra captar la atención de todos hasta llegar a imaginar la más misteriosa
historia que involucraba una determinada habitación y la salida secreta a un
jardín trasero. Todo eso alteraba a un Villefort incómodo como también a una
Herminia con el mismo sentir, dando así peso y veracidad a la confesión que
Bertuccio le había hecho al conde. Tanto el magistrado como la mujer debieron
aguantarse la estadía porque no había manera de evadirla y levantar sospechas,
no cuando ellos andaban con sus respectivas parejas. La historia que
Montecristo les contaba cuando les mostró la habitación hizo que todos se
compenetraran también, logrando hacer una sugestión mental que palideció a
Villefort y a Herminia, provocándole un desvanecimiento. Creer todos que
estaban ante una habitación que podía guardar el secreto de algún crimen
cometido les perturbó un poco y más teniendo una salida secreta. Lo que el
conde había narrado provocó terror en la mujer y asombro en Villefort quien se
preguntaba quién era realmente Montecristo porque lo dicho no era fruto de la
imaginación de un escritor, sino de alguien que intenta sacar un secreto
basándose en una “alusión” pero de aspecto muy real y tenía razón, Montecristo
no “suponía” ya que estaba seguro del crimen cometido en esa casa. La gota que
rebasó el vaso fue cuando el conde los llevó al jardín e indicándoles el lugar,
les hizo saber que sus trabajadores cuando escarbaban desenterraron un cofre
que contenía los restos de un recién nacido. Para el conde no fue ajeno notar
la turbación entre Herminia y Villefort y ante tal revelación comenzó la
discusión de todos los invitados a cuál sería el castigo para un infanticida.
Villefort aprovechó un descuido de todos para hacer citar a la mujer en su
despacho del tribunal ya que debían hablar. La noche termina cuando al
retirarse todos, un desconocido se acerca a “Andrés” para hablar con él y al
llamarle “Benedetto” le reconoce. Se trataba de Caderousse que había dado con
el muchacho para ahora, chantajearlo.
Al día siguiente
Herminia, de la manera más sutil que encuentra se reúne con Villefort quien se
preguntaba cómo es que había resucitado ese terrible pasado, la noche que los
había enfrentado a sus oscuros secretos no les dejaba en paz a ninguno de los
dos. El pasado les unía y era necesario volver a revivirlo. A Herminia, lo que
había pasado durante la noche y la serie de desgracias que la turbaban porque
habían llegado una tras otra, le había hecho perder su tranquilidad. Haber
tenido una discusión con su marido el banquero que, no desconociéndola, le sacó
a la luz su pasado (el embarazo que no era de su marido el Nargonne) y le
echaba en cara a su actual amante (Debray) la tenían al borde del colapso nervioso.
Para colmo, su plática con Villefort la altera aún más con la noticia que le
da, pues se entera de que el niño que tuvo con él no estaba muerto como lo
creía, dando pie a que lo dicho por Montecristo fue una treta para hacerles
caer. El conde no pudo saber de los restos de un infante porque no lo había
como tampoco estaba el cofre. Villefort le cuenta lo sucedido esa noche después
de su ataque y de cómo casi muere debido a la herida que debió de pretextar
como un duelo, los diez meses que duró su convalecencia y su regreso a París
luego de haber permanecido en Marsella y lo primero que hizo fue regresar a la
casa de Auteuil y cavar otra vez en el lugar donde había dejado el cofre
llevándose la sorpresa de que no había nada y fue ahí donde pensó que el
asesino se lo había llevado creyéndolo con algún tesoro y no pudiendo conservar
un cadáver sin dar parte a las autoridades entonces dedujo que el bebé no
estaba muerto sino vivo y que le salvó. Por lo que le hace ver a la mujer que
el secreto es aún más terrible todavía; si ese niño vivió, alguien más lo supo,
sabe el secreto de ellos y teniendo en cuenta la historia “ficticia” del conde
es él quien posee el secreto por lo que Villefort está decidido a saber quién
es realmente Montecristo y sus verdaderas intenciones.
También el conde
aprovecha seguir inyectando más el veneno entre sus enemigos, aprovechándose
del gusto del viejo banquero hacia el mayor Cavalcanti y su hijo, le hace
inclinar hacia él llenándole de dudas con respecto a Fernando Morcef y la
historia de su fortuna por lo que el viejo, valiéndose de un corresponsal en
Grecia decide averiguar sobre lo que le hizo a Alí- Bajá de Janina (padre de
Haydée) y el papel que el hombre desempeñó en ese desastre. Con esto
Montecristo mata dos pájaros de un tiro; libra a Alberto del matrimonio del que
desea escapar ya que obviamente Danglars no permitirá boda, haciendo que se
incline hacia los Cavalcanti porque lo ciega su fortuna y piensa en una mejor
dote para su hija e inversiones de los aristócratas en su casa de banco,
propiedades y proyectos. Y Villefort cumple, encargándose él mismo de
investigar a Montecristo con sus más allegados que no le conducen a nada; lord
Wilmore y el abate Busoni.
Alberto de Morcef
invita al conde a un baile por súplica de su madre Mercedes, la mujer desea
conocer mejor a Montecristo y cerciorarse de quien es en realidad, lo que
Mercedes no se imaginaba era que se toparía con un muro no muy delicado e
intransigente y eso hace que se decepcione del hombre que tiene enfrente. El
único momento que tenían para hablar a solas y despejar dudas no fue
aprovechado bien por ninguno de los dos y estando en esa situación, Alberto les
interrumpe para anunciarles la noticia que les ha sacudido la fiesta; la marquesa
de Saint-Merán, suegra de Villefort por su primer matrimonio, ha llegado a
París con la noticia de haber enviudado saliendo de Marsella, la aristócrata
llegaba para la boda de su nieta, la cual se espera que ahora se aplace.
Una promesa de amor
surge tras la llegada de la abuela de Valentina y tanto la joven como
Maximiliano se juran amor y la promesa de escapar juntos si los planes de boda
a la que la obligan con Franz siguen adelante aún con el luto familiar. Lo que Valentina
no se imaginaba era que esa visita de su abuela también sería la última, la
desgracia se cierne sobre la casa de Villefort muriendo también la marquesa
repentinamente como su marido, sólo que él lo había hecho de lo que parece un
ataque fulminante de apoplejía y ella por algún envenenamiento según lo indicó
el médico, el señor de Avrigny y muerta de apoplejía le hacen creer a la gente
por solicitud de Villefort de guardar el secreto hasta encontrar al asesino. De
esa confesión es testigo un oculto Maximiliano que esperaba a su amada y
escucha la conversación entre el magistrado y el médico. La marquesa había sido
asesinada en esa casa y eso perturba a Villefort pues se trata de un veneno que
en ocasiones sirve de remedio y en este caso es uno que el señor Noirtier toma.
Esa misma noche, Maximiliano se escabulle para ver a Valentina que vela a su
abuela y ella le esconde en la habitación de su abuelo y le confiesa al anciano
que él es el hombre de su vida y al que ama, romance que Noirtier apoyará pues
ya tiene sus planes para Franz d’Epinay, quien ya está en París para cumplir el
contrato nupcial.
El novio ha llegado
para cumplir su compromiso, sin embargo, Noirtier da el “jaque mate” mandando
los planes de Villefort al garete pues mediante unas actas que ha mantenido
ocultas se las presenta (con la ayuda de su criado) a Franz y este al leer todo
su contenido se entera de un terrible secreto que al fin le es desvelado; Noirtier,
en duelo, es el asesino de su padre.
En el último capítulo
de esta cuarta parte se nos presenta los “progresos del señor Cavalcanti (hijo)”
que al verse libre de su supuesto padre que ha regresado a Italia, decide
abrirse camino en la sociedad a la que fue introducido y trata de simpatizar
con Eugenia Danglars, la hija del banquero para lograr pertenecer a dicha
familia sin importarle para nada el compromiso de la joven con Morcef, uno que
tampoco a ella le interesa. El viejo Danglars se inclina ahora por el que llama
“príncipe Cavalcanti” porque cree tener más dinero que Morcef y suspendiendo la
boda de su hija con Alberto debido a los antecedentes de Fernando; la traición al
Bajá de Janina y su asesinato. Gracias a las dudas que Montecristo sembró en el
viejo, Danglars hizo sus respectivas averiguaciones, resultando que dichas
insinuaciones eran verdaderas y con esto, el viejo se vale para poner un alto
al compromiso, algo que el mismo Alberto agradecerá, además, el joven vizconde
tiene la oportunidad de conocer a la bella Haydée que no le fue indiferente cuando
Montecristo se la presentó, pero por desgracia para el vizconde, la ilusión de
haberla conocido le costó un alto precio; de la boca de la joven se da cuenta quien
es realmente su padre Fernando.
Con esto, Montecristo
da otra de sus estocadas y las reacciones en cadena en sucesivo no se hacen
esperar;
*Después de conocer
al asesino de su padre, Franz d’Epinay deshace la alianza que iba a unirlo a la
nefasta familia Villefort y la boda se cancela ya que era obvio que el magistrado
conocía muy bien todos esos sucesos descritos en las actas del club y lo
encubría.
*Fernando de Morcef
encara a Danglars al saber que ha cancelado el compromiso de su hija con
Alberto y el banquero, exponiendo “razones de peso” el asunto se pone peor dando
inicio a una acalorada discusión entre ambos hombres ya que un indignado
Fernando no aceptará calumnias. La cólera y la vergüenza se apoderan del
militar.
*En el periódico de
Beauchamp aparece la noticia que pone en entredicho el prestigio de Fernando y
el suceso de Janina, siendo leído por todo París por lo que Alberto, indignado,
reta a duelo a Beauchamp y le pide a Montecristo sea su padrino a lo que este
se niega.
*Morrel, feliz por la
cancelación de la boda de Valentina es citado por Noirtier, pues él y Valentina
tienen noticias que darle, lo que no se imaginaban era que el suceso se vería
opacado por un envenenamiento más; el de Barrois, criado de Noirtier.
La fatalidad por
fin comienza a caer sobre los enemigos de Montecristo.
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