“(…) Una vez hecho
el sacrificio de la vida, ya uno no es igual a los otros hombres, o mejor
dicho, los otros hombres no son nuestros iguales, y una vez tomada esta
resolución, siente uno aumentarse sus fuerzas y agrandarse su horizonte.”
El día y la fecha
indicada y acordada se cumple y Alberto, reuniendo a sus amigos cercanos;
Luciano Debray, secretario del Ministro de Interior, Beauchamp, escritor y
periodista y el conde de Chateau Renaud que llega junto con el capitán Maximiliano
Morrel (hijo del naviero exjefe de Dantés) y que presenta a Alberto, esperan la
llegada de Montecristo porque tanto les habló Morcef de su aventura en Roma y
de su salvador, que todos tenían curiosidad por conocer a tan singular,
millonario y excéntrico personaje, a quien también una tal condesa de G… amiga
de Franz, aquella noche de teatro en Roma, había visto de lejos y comparado con
lord Ruthwen, el vampiro que lord Byron incitó a crear. Cuando Montecristo
llegó puntual, Alberto no cabía en su emoción, lo presentó a cada uno de sus
amigos, pero a quien el conde le dio especial atención fue a Morrel, de quien
supo que su hermana estaba felizmente casada desde hacía nueve años con un gran
hombre, por lo que Montecristo le dijo que estaría encantado de conocer. Todos
los hombres disfrutaron del almuerzo, comentando de nuevo Morcef lo pasado en
Roma y una vez que hubo terminado todo, los invitados se fueron dejando al
vizconde y a Montecristo solos, era el momento para hacer otro tipo de
presentaciones de las cuales el conde estaba también ansioso pues sabía
perfectamente a quienes iba a ver y era algo que ansiaba. Luego de mostrarle su
estancia, Alberto hizo lo que Montecristo esperaba; primero le presentó a su
padre, Fernando de Morcef y poco después a su madre, la bella Mercedes. El
primero no reconoció a su invitado, sin embargo, la condesa supo que su corazón
no podía engañarla y a pesar de todo el disfraz de Montecristo, ella intuyó
quien era ese hombre en realidad. Después de tanto tiempo, Dantés volvía a
tener frente a frente a la mujer que amó y al hombre que le destruyó por ese
amor, manteniéndose con impasible y fría entereza y no permitiendo turbarse en
lo más mínimo. El conde ya tenía sus planes al permanecer en París y no sólo se
había hecho de una residencia cerca de los Campos Elíseos, sino que anhelaba
tener otra, una cuyo misterio le revelaría su criado Bertuccio a quien le
obligaría a decirle la verdad de su identidad. El hombre guardaba un secreto
que no le era oculto al conde y obligado por la situación a la que Montecristo
lo expuso debió confesárselo. En las afueras de París existe una residencia a la
que llaman “La casa de Auteuil” y que él junto al criado fueron a ver una vez
adquirida. El conde ya había notado la turbación en el criado por dicha casa y
ahora sólo restaba saber por qué. Los nervios del criado estallan al estar en
dicha casa pues sus recuerdos son muy vívidos y Bertuccio amenazado por el
conde con despedirlo no tiene más remedio que confesar lo que sabe de dicho
lugar. Estando en el patio, Bertuccio le cuenta su historia de venganza contra
Villefort por un hermano de él mismo (Bertuccio) suceso que se remonta a 1815 y
que esa noche que le esperaba para matarlo en ese mismo patio, no contaba con
algo; Villefort había salido a ese patio con un cofre que buscaba enterrar y al
atacarlo Bertuccio, cree dejarlo muerto por la herida en el pecho llevándose el
cofre que creía tenía algún tesoro. Para colmo, se encuentra con un bebé recién
nacido que para su sorpresa no está muerto, Bertuccio lo reanima y lo lleva a
un hospicio, pero quedándose con la prueba de la nobleza del infante. Meses
después su hermana adopta a “Benedetto” y entre los dos lo crían sin imaginar
la maldad dentro del niño y con la cual creció. Bertuccio dice a Montecristo
que la madre del niño era una hermosa mujer, esposa de un noble, el marqués de
Nargonne, pero que el embarazo que tenía era de Villefort y esa noche que lo
esperaba para matarlo, el infante había nacido al parecer adelantado. En esa
confesión, Bertuccio también le cuenta a Montecristo el asesinato que comete
Caderousse por ambición en 1829 a un joyero por el diamante que el abate Busoni
le había dado y del cual lo culpan a él, llevándolo a prisión, el conde parece
complacido por lo dicho por su criado y agradecido por contarle tan emocionante
historia, le dispensa el secreto y le permite seguir a su servicio con la
fidelidad absoluta que exige de quien le sirve. Poco después, Montecristo se
encuentra con el que lo traicionó por ambición; Danglars y al siguiente día, gracias
a un accidente de carruaje que su criado Alí evitó frente a la casa de Auteuil,
conoció a la segunda esposa y vástago aún infante de su tercer enemigo;
Villefort. Todo encajaba para el conde, todo lo tenía en sus manos, sus planes
estaban saliendo como los deseaba y lo mejor, él sabía con quienes se
entrevistaba, mas los entrevistados no lograban reconocerle.
Y gracias a su acto
heroico de devolver la salud a la señora de Villefort y a su hijo debido a la
impresión del accidente evitado, ahora el conde se volvía famoso en todo París
que no dejó de hablar de él, especialmente los que ya le conocían, aumentando
aún más la admiración de todos por tan extraño hombre, esto hace que el tercer personaje
que espera ver le visite; Villefort. Montecristo muy dueño de sí y el
magistrado, de porte altanero y arrogante estuvieron cara a cara sin que Villefort
le reconociera, sin embargo, gracias al servicio prestado por el conde para con
la familia del procurador, éste sintió su deber visitarle y darle las gracias
en persona, lo que no se esperaba era que el conde le recibiría con la misma
frialdad que él como magistrado transmitía, llegando a tener ambos una conversación
“ideológica” que deja estupefacto a Villefort al conocer la filosofía de
Montecristo y darse cuenta, como todos, que no se trataba de un hombre común,
aunque tampoco extraordinario como le parecía a los demás. A pesar de eso, el
magistrado le dice que tiene una amiga en su esposa y el agradecimiento de
ellos como familia, por lo que las visitas “sociales” no terminarían. El conde
se da cuenta que rodearse con este tipo de personas le llena aún más de veneno
por lo que al dejarlo el magistrado, decide buscar su remedio.
Entre las personas
que rodean al conde, hay una que es una pieza clave para destruir a Fernando de
Morcef y esa es su esclava Haydée, rescatada por Montecristo cuando todavía era
una niña y a la que le ha dado todos los cuidados y lujos de un padre porque no
es una joven cualquiera; es una hermosa princesa a cuya familia Morcef
traicionó por lo que ella también busca su venganza.
Montecristo luego
de haberse encontrado de nuevo con la familia Morrel se reúne con ellos, sin
que ellos sepan quien es él en realidad, lo que el conde no imagina es el motivo
de la ilusión de Maximiliano; el militar está enamorado de Valentina Villefort,
la hija del magistrado y aunque ella le corresponda al cariño, por desgracia
está comprometida con Franz d’Epinay, el amigo de Alberto que ya se conoce, dando
con este suceso y esta trama entre estos dos personajes (Maximiliano y
Valentina) otro toque de romance a la historia porque se entrevistan a
escondidas, su amor secreto es ignorado por todos.
Montecristo le
tiene un cariño especial a Haydée, sin embargo, ella le ama con todas sus
fuerzas y corazón, no obstante, una noche de teatro en la que él la lleva, la
hermosa joven encuentra entre los asistentes a Fernando, el traidor y asesino
de su familia por lo que se altera, el conde finge no saber muy bien el suceso
y ella decide contarle todo lo que ese hombre hizo, detalles que Montecristo
desea saber muy bien y debido a la turbación de Haydée dejan el teatro. Al
conde le interesa saber más del sinvergüenza de Fernando y es ella la que le
contará esa parte de la historia que hizo la fortuna de Morcef y que él oculta
como un terrible secreto.
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