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jueves, 7 de octubre de 2021

Mi "epílogo" de Montecristo (parte 4)


VII

El juicio de Benedetto se retomó de manera privada y a puertas cerradas. Obviamente, se le encontró culpable de la muerte de Caderousse debido a las pruebas y a la acusación del mismo muerto y se le condenó a siete años de prisión. Herminia supo la noticia gracias al periódico de Beauchamp que publicó la nota y eso la devastó. Recuperar a su hijo sería imposible, el hombre le pidió que lo dejara luego de saber quién era ella, Herminia rogó su perdón, pero él sólo le pidió tiempo, ahora tenía encima la condena a cumplir y obvio, sería trasladado a otra prisión. Insistir en recuperar el tiempo perdido y hacerle nacer cariño hacia ella ahora ya sería imposible. La mujer se sentía completamente sola y estaba considerando vender la casa e irse de París para iniciar una nueva vida lejos, si Benedetto no quería saber de ella ni perdonarla, iba a respetar su decisión. Cómo madre sólo rogaba porque ese tiempo de encierro le hiciera reflexionar y cambiar, le escribió una carta haciéndole saber sus deseos y el que ella estaría esperándolo si él decidía buscarla una vez acabada su condena. Igualmente, Herminia estaba decidida a dejarle una parte de herencia en caso de fallecer antes y así tratar de retribuirle en algo la triste vida en la que él se formó. Bertuccio, que había hablado con Noirtier y Valentina sobre su parte en la historia y lo que Villefort le hizo a su hermano y que por eso había intentado matarle la noche que salvó al bebé de un fatal destino, ya conocía también la disposición de la joven en cuanto a Benedetto, como también, de la noticia de su condena y de vez en cuando iría a visitarlo, rogando que en ese tiempo, Benedetto cambiara y tratara de enmendar su vida para cuando lograra salir, fuese una persona diferente, esa que él quiso forjar.

VIII

Recordando Maximiliano y Valentina las palabras del conde en su carta "esperar y confiar" se aferraron a esa esperanza y fue así, como un buen día les llegó una carta de Haydée.

"Querida hermana:

¡Soy tan feliz! Y sé que tú también lo eres. Él no deja de tratarme como la princesa que soy, siempre admiré su trato hacia mí aún siendo su esclava, pero ahora es más, demasiado, creo que exagera, me trata como una muñeca de cristal a la que cuida y teme quebrar. ¡Le amo tanto! Nos hemos casado en un romántico crepúsculo frente a las costas griegas y es su deseo navegar ahora hacia Oriente, haciendo una visita a los árabes y luego a los mismos orientales, culturas que deseo también conocer de cerca. Aún no sé si volveremos a Europa y de hacerlo, creo que residiremos en Italia, posiblemente en su isla. Si eso pasa ustedes serán los primeros en saberlo, ¡Nos encantará tanto volver a verlos! Por ahora yo siento que él necesita tiempo y hacer pasar de su ser todo lo que le ocurrió antes y después de convertirse en el Conde de Montecristo. Aún yo me pregunto, a veces que lo noto melancólico con quién estoy, si con el Edmundo de Marsella o con el conde, ¡Es un hombre tan fascinante! Su autoridad, su trato, su voz, su inteligencia, su andar lento, regio y elegante, sí, ¡Estoy enamorada! Siento que lo venero, ¡Y es mi esposo! ¿Puedes creerlo? ¡Él es totalmente mío! ¿Podría ser más feliz? Tengo una dicha tan plena, le amo más que a mi vida, él es mi vida, no soporto estar separada de él, si antes debía resignarme a verle por breves momentos y a casi mendigar su tiempo, rogando su valiosa presencia, ahora no y como es mi derecho, le hago saber que le necesito todo el tiempo, mismo que ahora me otorga aún más y con sumo placer. El calor de su cuerpo es mi bálsamo y él me dice que yo soy su paz. Sabe que te estoy escribiendo y les manda sus saludos y bendiciones. Espero hermana mía que seas tan feliz como yo, así como espero el día en que nos encontremos otra vez y hasta ese momento, completaremos nuestra dicha. Te envío todo mi cariño, pronto tendrás más noticias de nosotros. Cuídense.

Tu hermana que te quiere:

Haydée."

Valentina llevó la carta a su pecho y suspiró feliz. Ella entendía perfectamente a Haydée, ella también estaba casada con un hombre maravilloso que la amaba y que ella amaba de igual manera. Sí, ellas eran muy afortunadas. Gracias al conde de Montecristo, ambas eran dichosas.

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