Distinguido señor Duval:
Me disculpará usted que no le diga en el encabezado “Querido” o “Apreciado” ya que mi honestidad no me permite dirigirme a su persona bajo hipocresía ni palabras lisonjeras.
Gracias al señor Dumas, he conocido su historia y déjeme decirle que es algo para leer solamente una vez y luego tratar de olvidar un asunto tan amargo. Como escritora, me veo en la necesidad de decirle que escogió usted muy bien a quien contarle sus penas, porque si me la hubiese narrado a mí, jamás la habría publicado. Creo que uno ya tiene suficientes problemas personales como para echarse otros encima y sufrir por ellos y el señor Dumas, fue muy amable en dejar que usted le compartiera su historia. Esa es nuestra curiosidad como escritores sólo que yo, respetable señor, no había llegado ni a la mitad del asunto cuando ya no quería saber nada más, sus altibajos me cansaron. Disculpe usted, soy mujer y como tal no puedo ponerme de su lado, para eso está el señor Dumas que puede, lo compadezca porque hasta ahí puede llegar su drama, simplemente a compadecer. Disculpe la rudeza de mis palabras, pero le juro que estoy tratando de ser amable y pensará usted que bien me las pude haber ahorrado y no decirle mi opinión, una que usted no pidió, ya que no es eso lo que usted espera y tiene razón. Puede que no le interese, no obstante, le pido me lea hasta el final como yo hice con su historia y al terminar, si se siente usted furioso, pues siéntase también en la plena libertad de romper o quemar estas líneas y no conservarla junto a las otras que le sirven de consuelo. Lo que yo necesitaba era desahogarme y eso estoy haciendo.
Si en algo vale mi consejo a quien o quienes están leyendo su historia es mejor olvidarla, cosa que también usted debe hacer si desea vivir en paz el resto de sus días, si es que puede, aunque lo dudo porque lo que se conoció gracias a usted es algo peor que Romeo y Julieta.
Respetable señor, déjeme decirle que su drama no provoca en mí, ni siquiera lástima y a continuación le detallaré —a riesgo de que me deteste usted por decirle la verdad— todo lo que pienso de su “error” cometido.
Sí, reconozco que su amor (el suyo) es admirable como desdichado. Le admiro eso, su manera ser señor, encantaría a cualquier dama que desee una vida cómoda y tranquila y sobre todo, sentirse tan amada con el semejante amor y adoración que todo su ser fue capaz de ofrecer. Yo misma estuve tentada a caer en sus redes, porque imaginarme caminar del brazo de un hombre como usted por las calles de París, tan guapo, tan varonil y con una posición respetable, es todo un orgullo y amarlo no sería difícil, usted merece, por el amor que describe su amigo, que le amen tan intensamente o más. Amarse mutuamente es sin duda el gozo de toda pareja, por desgracia, usted decidió atarse a un imposible, a un amor prohibido y de ahí la desdicha suya y de paso, la de su amante. ¿Qué no pudo pensar en eso? ¿Valía la pena arruinar ya mucho más, la existencia de la pobre Margarita? Sí, usted es todo un poeta cuando dice que era cosa del destino conocerla y enamorarse de ella, pero lo que fue incapaz de considerar era el daño que le terminaría haciendo, consciente o inconsciente, usted señor Duval fue el culpable de lo que precisamente quería evitar; que la enfermedad de Margarita acelerara su muerte. Claro, consuélese creyéndole lo que ella le dijo de que los días más felices de su vida los pasó con usted, es cierto, yo le creo, y es más, el hecho de que usted cambiara para amoldarse al estilo de vida de ella, hizo que ella lo terminara amando más por semejante sacrificio pero reconozca que ese hombre no era usted, el chiste no era cambiar su esencia sólo para ganarse aún más su afecto, pero el amor tiene caminos extraños, es verdad y nos incita a hacer cosas también extrañas e inexplicables, pero por desgracia usted se enamoró de la única mujer que no podría ser del todo suya, reconózcalo y de paso, a causa de ese deseo febril que lo consumía, también ella fue desdichada y sabe usted por qué. No me malinterprete, cuando digo que no podía ser del todo suya no me refiero a que se atreva a dudar de su fidelidad cuando se fueron a Bougival, claro que fue sólo suya en cuerpo, alma y corazón, pero cuando digo que no fue del todo suya es porque era su amante no su esposa, ¿pasó por su cabeza proponerle matrimonio y hacerla completamente dichosa, liberándola por completo de la vida en la que la conoció o no era ella digna de semejante honor? ¿Lo pensó o le dio miedo el rechazo de ella al compromiso? Creo que lo que usted tuvo claro desde el principio era que su padre jamás lo hubiese aceptado y por eso ni lo intentó. No obstante, yo sólo tengo una sola interrogante a todo este asunto desde que lo conocí y creo que ni usted ni el señor Dumas me podrán responder. Si Margarita tenía tisis, ¿cómo es que ni usted ni los demás se contagiaron? Esto es algo que no puedo explicarme porque en cualquier momento la enfermedad se dispara volviéndose contagiosa y creo que nadie mejor que usted estuvo en las crisis de Margarita teniendo esa cercanía que obvio no voy a revivirle. Pero volvamos al tema que nos compete, ¿Jamás pensó usted que terminaría haciéndole daño también? ¿Qué no leyó alguna vez a Shakespeare y su advertencia de que el amor es ciego? Su preocupación por ella desde el principio fue algo conmovedor, usted provocó con ello ese cambio que Margarita no creyó experimentar, pero ¿no fue capaz de prever todo lo que su idilio iba a desatar? Señor Duval, por desgracia, es el siglo XIX y en él o el cualquier otro, siempre la mujer sale perdiendo en todo, al hombre no se le juzga por las queridas que tenga, es algo natural e injusto, pero la mujer si es señalada como lo más bajo si se dedica al oficio, siendo degradada hasta lo último, sin que nadie llegue a pensar en si ellas tienen muy en el fondo, un corazoncito en el que deseen tener un único hombre que las ame por lo que son y las rescate de semejante vida. Los lujos son sólo una pantalla señor, esto es de hacer las del payaso, ¿no cree usted que se sufre en esa clase de vida? creo que conoce la respuesta. Entiendo que usted creyó que su amor podría cambiar las cosas y lo hizo en parte, no dude que lo logró, siéntase orgulloso si puede. Sin embargo, sigo sin entender lo que pasaba por esa cabeza suya, insisto, ¿consideró alguna vez tener a Margarita como esposa y no sólo como amante? ¿Pensó alguna vez casarse con otra, a la que haría inmensamente desdichada, porque para usted no existía ninguna otra como Margarita? Señor Duval, usted mismo menciona que varias veces Margarita lo llamó “niño” y eso hacía ver su inmadurez en el asunto. Y lo mismo pienso yo. O es demasiado inocente o es demasiado estúpido y discúlpeme usted el insulto, pero no puedo evitar decírselo. No niego que su idilio me hizo suspirar a ratitos y entiendo que el tiempo que vivió con ella fue el más ardiente y feliz de su vida, al igual que para ella, una emoción que ambos se permitieron vivir. Su amor logró el cambio que quería, estaba dispuesta a todo por usted, eso jamás lo dude, pero por desgracia usted mismo fue el culpable de que las cosas se fueran a pique y el romance tuviera fecha de caducidad. ¿Qué no sopesó que la visita suya al notario de su padre sería su condena y detonante? ¿Qué no imaginó que ese hombre jamás iba a callarse lo que usted le planteó y que lo tomó como una reverenda locura? ¿Qué no pensó usted lo que su padre haría si se daba cuenta de sus andanzas? Y peor, ¿qué no imaginó jamás que él intervendría y estaba detrás del actuar de Margarita hacia usted después, aún a costa de todas las pruebas que ella le dio de su amor y lo que ella misma estaba dispuesta a hacer por usted? Vuelvo a repetirle, o es usted demasiado inocente o demasiado estúpido y es algo que en lo personal a mí me decepciona. No señor, no es su historia lo que vale la pena contar, sino la de ella, la de una hermosa cortesana, que a pesar del mal que la aquejaba, era alegre y vanidosa, que vivía en la opulencia y obtenía lo que quería, que era la envidia de muchas y el deseo de todos, que un buen día conoció el amor por casualidad, pero así mismo, una desdicha peor por el sacrificio que se vio obligada a hacer, que para colmo, aceleró aún más el desarrollo de su mal, porque bien se dice que cuando el alma se enferma, el cuerpo lo resiente y eso fue lo que la terminó de matar. Ella sufrió su agonía pensando en usted y usted, creyéndose todo su cuento por el que lo alejó, su injusto y reprobable actuar, indigno de un caballero como se supone es usted, lo que hizo fue buscar vengarse con otra amante y lanzarle sus dardos de desdén y odio, lo que la hizo sufrir más, acelerándole su final y peor, la última noche que estuvo usted con ella. ¿Cómo se atrevió a hacer después lo que hizo? ¡La terminó de herir y humillar! Me fue imposible de creerlo y de haberlo tenido a usted enfrente, jure que yo le hubiera estampado a su atractiva cara tremenda bofetada que hasta la fecha le siguiera doliendo, se lo merecía. Repudio yo su forma de actuar que no fue de un hombre dolido sino de un completo idiota. Desearía que fuese usted un tapete para pisotearlo yo cuantas veces quiera. Si de verdad le duele su forma de morir, ojalá sus remordimientos le permitan a usted vivir. ¿Qué le impidió buscarla de inmediato otra vez en cuanto supo de su gravedad? Sí, Margarita parecía tener mala cabeza porque el lujo de sus ganancias la cegó sin pensar en ahorrar y evitarse tantas deudas, lo que le habría impedido morir al menos en la miseria, esto es sólo una consecuencia de la vanidad, de la ambición, ya que si bien es cierto que las queridas deben invertir en ellas mismas porque es el producto que ofrecen, creo que algunas se pasan en excesos y el asunto se les escapa, como la arena entre los dedos, esto reconozco que no es culpa suya, sino de ella. Pero usted, tarde se dio cuenta, cuánto ella deseaba volver a verlo y tener el consuelo al menos de morir en sus brazos, aunque en el fondo esa fuera su esperanza, también en el fondo se hubiese avergonzado de que viera usted su apariencia como bien se lo dijo, sí, es mejor que la recuerde como es. ¿Pero como ha podido usted exhumarla y tener el valor de ver su cadáver? ¡Es usted un enfermo! ¿Qué su compañero, el señor Dumas, no le dijo lo impactante que fue para él presenciar semejante escena? Y eso me incluye a mí como lectora e imagino que a los demás, ¿Puede ser usted más tétrico? En ese momento yo perdí el hambre y el sueño.
Ya no llore usted señor Duval, ya no tiene caso, su desahogo no tendrá fin porque ya es tarde, si quiere hacer algo de provecho vaya y arránquele la cabeza a la hipócrita de Prudencia, usted me ha indignado más cuando me enteré que le ha dado más dinero luego de que esa mujer se atrevió a hablar mal de Margarita, de quien tanto se sirvió viviendo a sus costillas, y claro, ahora que la chica está muerta y no puede defenderse, por fin le escupe todo su veneno y envidia, esa vieja ordinaria si merece lo peor. No le muestre usted ningún tipo de lástima que con eso lo engatusa, en cambio si quiere escuchar la única verdad se la podrá contar Julia, pero lo cierto es que usted no vivirá tranquilo lo que le reste de existencia, no cuando sólo ella estuvo como testigo de la agonía de Margarita. Yo hubiese querido conocer a la señorita Gautier, escuchar la otra parte de su historia aunque me lo hubiese contado en su lecho, le juro que transcribiría palabra por palabra y así cotejar, con lo que recopiló el señor Dumas, posiblemente una historia menos dramática aunque lo dudo, sin embargo y como escuché una frase de que “el corazón de la mujer es un profundo mar de secretos” entérese usted, que posiblemente ella se llevó muchas cosas a la tumba y contra eso no hay nada que hacer. He conocido su versión de la historia señor Duval, por desgracia, no puedo conocer la versión de ella desde el principio. No obstante, admiro el respeto que el señor Dumas le profesó a la chica llamándola “La Dama de las Camelias” esto supongo (no como él mismo lo dice) por el gusto de ella hacia la flor y lo que como una verdadera mujer fue capaz de sacrificar; el amor hacia usted a costa de su propia vida. Trate de ser el mismo si es que puede porque la sombra de Margarita Gautier y de esa pasión ardiente en la que vivieron, le perseguirá a usted, por el resto de su vida.
Con sinceridad, se despide de usted tratando de olvidar
que lo conoció;
Itxa B.
P.D. Por favor, piénselo muy bien si en los años
venideros, usted ya tal vez, con las heridas cicatrizadas (pero no curadas)
pretende contraer matrimonio porque no sería justo que usted condenara a su
compañera a una vida triste y vacía, teniendo siempre la sombra de un romance
que es incapaz de olvidar y que le es imposible revivir. No le oculte ese
idilio a su futura esposa, cuénteselo y deje que ella decida si se casa con usted
o no. Si me lo preguntara a mí, le diría un rotundo no, pero me consuela saber
que no lo hará. Tampoco vaya a atentar contra su vida si el peso de la misma ya
no lo soporta, aguántese y sobreviva como pueda, que algún día podrá
reencontrarse con ella.
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