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lunes, 19 de agosto de 2013

Quiero que seas mío. Capítulo 2



                     

Capítulo 2
Primera parte

R
egresé a mi humilde morada, en la soledad de siempre. Las ruinas de un castillo hecho de piedra tan frío como la dueña era mi refugio y el lugar donde siempre quería estar. Lo que ahora es Edimburgo es un lugar hermoso, antes no tanto, era el lugar en donde me había mudado con mi familia previo a mi boda y era el lugar donde mi amado Edmund y yo viviríamos después de casarnos. Nací en el siglo XIV, pero por ahora no deseo hablar de mí. Sentada frente a la chimenea, con unas cuantas velas encendidas e intentando degustar una copa de vino perdía mi mirada en su retrato. Era un hombre bellísimo, tenía un porte aristocrático como pocos, su cabello castaño oscuro era liso hasta su cuello y un ligero flequillo le caía a su frente. Sus ojos eran del más perfecto azul, una mirada tan cristalina que me estremecía y me derretía ante él. Su nariz era muy fina, le gustaba usar una ligera barba y bigote en su boca… carnosa y perfectamente delineada, sin duda una jugosa fruta que pude disfrutar. Era alto, fuerte, perfecto… La primera y única vez que lo vi desnudo creí que mi corazón colapsaría, su piel era blanca, suave, cálida, con un pecho y una espalda más que definidos, el recordar que fui completamente suya y que mis labios besaron cada centímetro de él hace que… desee inútilmente volver a ese preciso momento. Edmund mi amor, eres el único que me hace recordar ese sentimiento y daría todo lo que fuera por hacer que vuelvas de la muerte, sería capaz de hacer lo que sea por verte una vez más. Nunca he intentado hacer volver a alguien del más allá, sé que podría hacerlo, mis poderes son ilimitados, pero temo por las consecuencias y no me atrevo a jugar de esa manera y menos con él, eso es algo con lo que no deseo experimentar. Pero daría lo que fuera por un momento junto a él, volver a sentir sus labios, sus caricias, su ternura, su amor, daría lo que fuera por estar en sus brazos y ser suya de nuevo, por despertar junto a él en su pecho y sentir el calor de sus brazos rodeándome. ¿Por qué todo tuvo que ser diferente? ¿Por qué la envidia y maldad de la gente nos alcanzó? ¿Qué fue lo malo que hicimos para despertar tanto odio? En esa época no lo sabía, pero de haberlo sabido las cosas hubieran sido diferentes. Yo era una chica normal como todas las demás, llena de ilusiones, sueños y fantasías, afortunada por haber encontrado el amor y por haber sido correspondida. Edmund era mi sueño hecho realidad y sé que hubiéramos sido muy felices juntos. Lo que me consume es tan horrible, ni siquiera puedo llorar, estoy seca, solo tengo los recuerdos que me envuelven y no me dejan, a veces quisiera que todo esto terminara de una vez para mí pero tampoco puedo morir, vivo condenada a una cadena perpetua de vacío que me atormenta en agonía, ese es mi destino, la muerte huyó de mí desde el principio llevándose todo lo que amaba y no sé por cuánto tiempo más tendré que esperarla, todavía no quiere saber de mí.
-Deja de atormentarte Eloísa –me dijo una voz peculiar- más que recordar y añorar alimentas tu odio que hace más fuerte a Damián, es así como le perteneces, es así como él tiene dominio sobre ti.
-De nuevo me interrumpes Ángel –dije- ¿Vas a avisarme algún día sobre tu llegada? Me aburrí de España y regrese a mi casa pero tu intromisión me fastidia.
-Te conozco tan bien como él –dijo- y sabes que no pienso desistir, el hecho que viajes a tu manera no significa que puedes librarte de mí, sabes que no, tu destino pudo haber sido diferente y no lo quisiste, yo estuve contigo desde ese momento, yo estuve contigo desde que naciste, pero tu decisión cambió las cosas.
-¿Quieres enfurecerme? –le pregunté- mi elección fue la de cualquier chica normal, yo no tenía vocación para tomar los hábitos, deseaba amar y ser amada, deseaba casarme y tener una familia, ¿Eso fue mucho pedir? ¿Ese fue mi delito?
-Poco a poco te alejaste de Dios –continuó- en consecuencia comenzaste a alejarme a mí, de niña creías ciegamente en tu ángel guardián, hablabas conmigo de noche y de día, yo te cuidaba y te protegía, tu infancia fue muy feliz, eras muy devota y una criatura angelical, estabas destinada a convertirte en un ser celestial, aún tienes esa belleza que siempre te caracterizó pero que también fue tu perdición en el mundo de los hombres, si hubieras servido a Dios tu pureza te hubiera acompañado hasta el final de tus días y gozaras de una paz sobrenatural en el reino de los cielos, pero el deseo carnal y pecaminoso pudo más y ya conoces las consecuencias.
-Vete Ángel –le dije mientras quebraba la copa en mis manos con furia- déjame en paz.
-Eloísa vuelve a mí –suplicó con dulzura- porque te amo no me separo de ti, aunque tu actitud me hiera cada vez yo sigo contigo, aunque tu apariencia sea lúgubre y el odio sea tu vida yo sé que eres mucha más que eso, eres muy bella pero estás congelada por el mal, la mirada azul de tus ojos puede dar vida en vez de quitarla, tu piel de porcelana puede dar calor en lugar de frío, el carmín de tus labios puede ser fuego en lugar de hielo y de un rojo rubor en lugar de sangre. Lo único negro que amé de ti fue tu larga cabellera de ébano que adorna con gracia tu esbelta figura.
-¡Si ya terminaste, vete! –le ordené- lo que una vez fui ya no existe.
Mientras observaba mi mano las heridas que me había hecho con el vidrio de la copa desaparecían como por arte de magia, físicamente nada podía herirme, mi piel se regeneraba por completo sin dejar cicatriz alguna, sin duda era una virtud de mis oscuros poderes.
-Disfrutas haciendo eso ¿verdad? –preguntó Ángel- ahora desde que le perteneces eres libre para tentar todo lo que se te antoje, aprendiste a jugar un juego muy peligroso que cada día te consume más, es una lástima que no puedas ver tu alma, tu apariencia física y ella son muy diferentes pero aún así yo no pierdo las esperanzas.
El no conseguir provocar ni una milésima a Ángel era algo que me enfurecía mucho, había intentado de todo y su paciencia no desaparecía, eso me frustraba.
-Eloísa ¿qué haces? –preguntó observando que mi mente y mi mirada se habían perdido.
Estaba tan rígida como una estatua y él sabía que era lo que estaba haciendo.
-¡Eloísa mírame! –me ordenó colocándose frente a mí sabiendo que solo mi cuerpo estaba allí, mientras más mal hacía menos él podía intentar entrar en mí.
Por un momento también se quedo quieto y yo pude volver en mí, mis ojos que habían sido color bronce en ese momento volvieron al azul que a él le gustaba, lo miré fijamente con ganas de hacerlo explotar en miles de fragmentos pero no podía, su cobertura divina me lo impedía.
-Te prohibí que interfirieras –dijo al momento exhalando con decepción- tu rebeldía…
-Así soy –le dije con descaro y con alivio- puedes ver mañana el periódico.
Sin decir nada más desapareció de mi vista, sabía cómo fastidiarlo de la manera en la que él me fastidiaba a mí, cuando me propongo algo lo cumplo y no me arrepiento de la manera en la que lo hago, el fin justifica mis medios.
-Mi bella princesa Eloísa –dijo otro mientras aplaudía con sarcasmo- bravo querida, eres mi más preciada adquisición, siempre te sales con la tuya y eso me encanta, eres una niña muy mala y no sabes cómo eso me encanta de ti, pero creo que también debería ponerte un alto, abusas de tus poderes y eso no es bueno.
Me limité a verlo de reojo levantado una ceja, ya no estaba de humor para seguir perdiendo mi tiempo, salí a mi balcón para que el manto oscuro de la noche me cubriera, había luna llena y un conocido se acercaba a mí pero al ver que Damián estaba conmigo se limitó a aullar y a volver al bosque;
-Veo que ese chico realmente es un fastidio –dijo- voy a tener que hacer una visita a su tribu en el norte de América para dejar las cosas claras de una vez.
-James no es una molestia para mí –le dije.
-Pero te pretende –insistió mientras acariciaba mi barbilla- y sabes muy bien que eso no puede ser, tú y él no pueden estar juntos, sería el fin del mundo para su tribu, tu peludo amigo abusa de mi confianza y creo que tendré que ponerle un alto.
-Déjalo en paz –le dije- ni James, ni su gente se meten contigo.
-Pero si busca meterse con lo que es mío –dijo susurrándome al oído mientras sujetaba mi brazo- y no lo voy a permitir, tú eres una princesa, no tienen nada en común más que unos cuantos siglos, un pulgoso hombre lobo no es para ti querida, tú mereces algo mejor, eso en caso de permitirlo.
-Déjame en paz Damián –le dije soltándome de sus garras- tú no vas a decirme que hacer y qué no hacer, yo hago de mi vida lo que me place.
-No me tientes cariño –dijo muy seriamente- yo también puedo deshacerme muy fácilmente de todo lo me estorba, no lo olvides.
Segunda Parte
Diciendo esto desapareció de mi presencia, había aprendido a no temerle a Damián porque eso también lo alimentaba, el saber que poco a poco dejé de depender de él no le hacía gracia y lo único que tenía seguro era que le pertenecía y en cualquier momento podía hacer conmigo lo le diera la gana.
Ya era más de la media noche y en las últimas llamas del fuego que se extinguía él llegó.
-Eloísa –dijo mientras me observaba fijamente.
-James –le dije sin mover la cara para mirarlo.
-Espero que el demonio no nos interrumpa –dijo.
-¿Qué haces aquí? –le pregunté- te he sentido y te he visto rondar ¿Qué quieres?
-A ti –dijo mientras se acercaba- sabes que desde que te conocí estás clavada en mi corazón y no descansaré hasta tenerte.
-Pierdes tu tiempo –le dije- sabes muy bien que no puede ser, no somos iguales y estarías condenando a tu gente que nada tiene que ver, ¿Saben que estás aquí?
-Crucé el gran río solo por ti –insistió- quiero que seas mi mujer.
-Se llama océano Atlántico –le dije sin dejar de ver las llamas que se extinguían- y no puedo ser tu mujer por el simple hecho de que no lo soy.
-Yo sé lo que eres –dijo- y no me importa, voy a enfrentarme a lo que sea con tal de sentirte mía.
-James ya basta –le dije- será mejor que te vayas.
-No me importa lo que tú eres –insistió- quiero que seas mía.
Lo miré con detenimiento mientras se había colocado a la par mía para cortejarme a su manera, conocí a James durante un viaje al nuevo mundo que hice durante la guerra civil de norte América en el siglo XIX y desde entonces se obsesionó conmigo, por supuesto que sabe lo que soy y es por eso que él no repara en mostrarme lo que es. Su piel canela y su pectoral fuerte muy bien definido puede enloquecer a cualquier mujer, sus ojos café intensos son muy hermosos, su mirada podía mostrar dulzura y a la vez furia, pero ésta vez mostraba deseo, un deseo retenido y que deseaba liberar. Mi único obstáculo con él ha sido que no he podido leer su mente, posee una especie de escudo que me bloquea y es por eso que nunca sé cuándo va a aparecer de nuevo en mi vida. Me paré frente a él intentando que su aroma a madera barnizada no me provocara náuseas, lo miré fijamente para que se diera cuenta lo que intentaba decirle, pero él me resistía la mirada con esos ojos de perrito ansioso que cualquier humano no podría resistir.
-Sabes que no puedes hacerlo –me dijo rompiendo el hielo- por más que lo intentes, no puedes.
-Ya lo sé –le dije- además no me interesa.
-Creo que sí te interesa –dijo tomándome con fuerza por la cintura y respirando el aroma de mi cuello- a pesar de tu indiferencia deseas leer mi mente y a pesar de tu frialdad voy a mostrarte mi calor que es lo que necesitas.
-James no juegues –le dije en tono de advertencia- sabes que no puedes someterme, sabes muy bien que no puedes conmigo.
-Necesitas un hombre que te haga sentir mujer –dijo susurrando en mi oído- tú necesitas de mí y yo necesito de ti.
-¡Ya basta! –le dije sujetando sus manos- quita tus manos de mí, no me toques, sabes que no me gusta.
Si algo teníamos en común era la fuerza sobrenatural, podíamos chocar como dos titanes y pelear toda la noche sin que ni el uno ni el otro flaqueara en sus fuerzas y creo que era eso lo que más le gustaba de mí.
-Vine a buscarte –dijo mientras de un solo tirón me lanzó a la cama y en segundos ya estaba encima de mí- vine por una sola cosa.
-James no soy una perra –le dije sintiendo que la furia se apoderaba de mí- si tú te sientes en celo es tu problema no el mío.
-Puedo oler en ti el deseo –dijo olfateándome el cuello como un perro- a pesar de tu alma sucia, tu piel fría desea el clímax.
-James no me provoques –le dije- sabes que no puede ser, además no tengo corazón que me haga estremecer el cuerpo, no tengo sensaciones.
-Yo voy a hacer que lo sientas –dijo acercando sus labios a los míos- serás mi mujer y nada podrá impedirlo.
Sin decir nada más me besó con fuerza como si tratara de devorarme, su lengua se apoderó de mi boca con posesión mientras se deleitaba sintiendo mi sabor lo cual lo estaba haciendo gemir de placer, por un momento me dejé llevar seguramente por el mismo motivo que él decía; el deseo de sentirme viva. Sus manos comenzaron a recorrer mi cuerpo con tal fuerza como si deseaba entrar en mi piel, levantó mi pierna para tocarla y abrirse paso sin problema, a una mujer cualquiera la hubiera asfixiado por la fuerza de su beso pero yo podía resistir eso, por un momento me perdí tocando la calidez de su bien definida espalda, pero cuando dejó de besarme en la boca para besar mi cuello y buscar mis pechos giré mi cabeza y lo primero que vi al abrir los ojos fue el retrato de Edmund, inmediatamente reaccioné y lo empujé con fuerza lanzándolo sobre una mesa que se partió en dos partes al mismo tiempo que le hacía un agujero a la pared de roca. Me senté en la cama mientras observaba que él se sujetaba la cabeza intentado volver en sí, definitivamente no podía hacerlo, no podía entregarme a ningún hombre que no fuera Edmund, además ya estaba muerta no podía sentir sensaciones que me estaban prohibidas.
-Lo siento James –le dije- te advertí que no me provocaras, sabes muy bien que no puedo.
-Claro que puedes –dijo poniéndose de pie- es solo que no quieres, eres tan apasionada como lo quieras ser, pero el recuerdo de tu hombre está presente en ti y eso es un gran obstáculo.
-Será mejor que te vayas y no vuelvas –le dije- olvídate de mí, busca una loba de tu clase y tengan tantos cachorros como quieran, yo no puedo ofrecerte lo que quieres.
-Sabes muy bien qué es lo que quiero –dijo mientras se dirigía a la ventana- y no descansaré hasta tenerte, así sea lo último que haga en mi solitaria vida, tú serás mía.
Diciendo esto rápidamente saltó por la ventana, en segundos yo me acerqué al balcón y lo vi alejarse en cuatro patas en dirección al bosque mientras aullaba de dolor a la luz de la luna lo cobijaba.
Una noche larga definitivamente, tan larga como cada segundo que pasa en mí, ver la vida desde mi punto de vista no es igual que los humanos, mientras el resto de las personas dormían plácidamente yo no podía hacerlo, solo bastaba un segundo en cerrar mis ojos para poder ver claramente todo lo que había sucedido, sentía que podía volver a ver a Edmund y todo lo que compartimos. Por momentos podía sentir el toque de sus manos, el sabor de sus labios, su respiración en mi cuello, sus besos en mi frente, sus fuertes brazos rodeándome y ese deseo era una pesadilla que atormentaba mi maldita existencia. Lo recordaba como si hubiera sido ayer, como si bastara cerrar mis ojos y despertara de un mal sueño para correr a él y sentir que nada de lo que había pasado había sido verdad.
Hubiera deseando mil veces morir con él y con todos los míos ese día, que vivir en una condenación eterna que me consume solo a mí, miraba el anillo que me había dado y el cual pude recuperar después de estrangular a varios, era una finísima joya que nunca me quito de la mano y por la cual ya han muerto muchos codiciosos que han querido robármela. La cadena que siempre tengo en mi cuello tiene un camafeo con un retrato suyo que mandé a elaborar mucho después, era un capricho que él me concedería el día de nuestra boda y que nunca llegó a realizarlo, es por eso que en su memoria lo mandé a elaborar conteniendo una miniatura del retrato que tengo de él encima de la chimenea, me engaño a mí misma haciéndome creer que él si pudo dármela como regalo de bodas.
Estas joyas, el retrato y su recuerdo es lo único que tengo de él y es algo que me acompañará hasta el final de mis días, es por eso que visto de negro, para que todo aquel que me vea conozca el luto que llevo por dentro.
                                          

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