Capítulo 2
Primera parte
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egresé
a mi humilde morada, en la soledad de siempre. Las ruinas de un castillo hecho
de piedra tan frío como la dueña era mi refugio y el lugar donde siempre quería
estar. Lo que ahora es Edimburgo es un lugar hermoso, antes no tanto, era el lugar
en donde me había mudado con mi familia previo a mi boda y era el lugar donde
mi amado Edmund y yo viviríamos después de casarnos. Nací en el siglo XIV, pero
por ahora no deseo hablar de mí. Sentada frente a la chimenea, con unas cuantas
velas encendidas e intentando degustar una copa de vino perdía mi mirada en su
retrato. Era un hombre bellísimo, tenía un porte aristocrático como pocos, su
cabello castaño oscuro era liso hasta su cuello y un ligero flequillo le caía a
su frente. Sus ojos eran del más perfecto azul, una mirada tan cristalina que
me estremecía y me derretía ante él. Su nariz era muy fina, le gustaba usar una
ligera barba y bigote en su boca… carnosa y perfectamente delineada, sin duda
una jugosa fruta que pude disfrutar. Era alto, fuerte, perfecto… La primera y
única vez que lo vi desnudo creí que mi corazón colapsaría, su piel era blanca,
suave, cálida, con un pecho y una espalda más que definidos, el recordar que fui
completamente suya y que mis labios besaron cada centímetro de él hace que…
desee inútilmente volver a ese preciso momento. Edmund mi amor, eres el único
que me hace recordar ese sentimiento y daría todo lo que fuera por hacer que
vuelvas de la muerte, sería capaz de hacer lo que sea por verte una vez más. Nunca
he intentado hacer volver a alguien del más allá, sé que podría hacerlo, mis
poderes son ilimitados, pero temo por las consecuencias y no me atrevo a jugar
de esa manera y menos con él, eso es algo con lo que no deseo experimentar.
Pero daría lo que fuera por un momento junto a él, volver a sentir sus labios,
sus caricias, su ternura, su amor, daría lo que fuera por estar en sus brazos y
ser suya de nuevo, por despertar junto a él en su pecho y sentir el calor de
sus brazos rodeándome. ¿Por qué todo tuvo que ser diferente? ¿Por qué la
envidia y maldad de la gente nos alcanzó? ¿Qué fue lo malo que hicimos para
despertar tanto odio? En esa época no lo sabía, pero de haberlo sabido las
cosas hubieran sido diferentes. Yo era una chica normal como todas las demás,
llena de ilusiones, sueños y fantasías, afortunada por haber encontrado el amor
y por haber sido correspondida. Edmund era mi sueño hecho realidad y sé que
hubiéramos sido muy felices juntos. Lo que me consume es tan horrible, ni
siquiera puedo llorar, estoy seca, solo tengo los recuerdos que me envuelven y
no me dejan, a veces quisiera que todo esto terminara de una vez para mí pero
tampoco puedo morir, vivo condenada a una cadena perpetua de vacío que me
atormenta en agonía, ese es mi destino, la muerte huyó de mí desde el principio
llevándose todo lo que amaba y no sé por cuánto tiempo más tendré que
esperarla, todavía no quiere saber de mí.
-Deja de atormentarte Eloísa –me dijo una voz peculiar- más
que recordar y añorar alimentas tu odio que hace más fuerte a Damián, es así
como le perteneces, es así como él tiene dominio sobre ti.
-De nuevo me interrumpes Ángel –dije- ¿Vas a avisarme algún
día sobre tu llegada? Me aburrí de España y regrese a mi casa pero tu
intromisión me fastidia.
-Te conozco tan bien como él –dijo- y sabes que no pienso
desistir, el hecho que viajes a tu manera no significa que puedes librarte de
mí, sabes que no, tu destino pudo haber sido diferente y no lo quisiste, yo
estuve contigo desde ese momento, yo estuve contigo desde que naciste, pero tu
decisión cambió las cosas.
-¿Quieres enfurecerme? –le pregunté- mi elección fue la de
cualquier chica normal, yo no tenía vocación para tomar los hábitos, deseaba
amar y ser amada, deseaba casarme y tener una familia, ¿Eso fue mucho pedir?
¿Ese fue mi delito?
-Poco a poco te alejaste de Dios –continuó- en consecuencia
comenzaste a alejarme a mí, de niña creías ciegamente en tu ángel guardián,
hablabas conmigo de noche y de día, yo te cuidaba y te protegía, tu infancia
fue muy feliz, eras muy devota y una criatura angelical, estabas destinada a
convertirte en un ser celestial, aún tienes esa belleza que siempre te
caracterizó pero que también fue tu perdición en el mundo de los hombres, si
hubieras servido a Dios tu pureza te hubiera acompañado hasta el final de tus
días y gozaras de una paz sobrenatural en el reino de los cielos, pero el deseo
carnal y pecaminoso pudo más y ya conoces las consecuencias.
-Vete Ángel –le dije mientras quebraba la copa en mis manos
con furia- déjame en paz.
-Eloísa vuelve a mí –suplicó con dulzura- porque te amo no
me separo de ti, aunque tu actitud me hiera cada vez yo sigo contigo, aunque tu
apariencia sea lúgubre y el odio sea tu vida yo sé que eres mucha más que eso,
eres muy bella pero estás congelada por el mal, la mirada azul de tus ojos
puede dar vida en vez de quitarla, tu piel de porcelana puede dar calor en
lugar de frío, el carmín de tus labios puede ser fuego en lugar de hielo y de
un rojo rubor en lugar de sangre. Lo único negro que amé de ti fue tu larga
cabellera de ébano que adorna con gracia tu esbelta figura.
-¡Si ya terminaste, vete! –le ordené- lo que una vez fui ya
no existe.
Mientras observaba mi mano las heridas que me había hecho
con el vidrio de la copa desaparecían como por arte de magia, físicamente nada
podía herirme, mi piel se regeneraba por completo sin dejar cicatriz alguna,
sin duda era una virtud de mis oscuros poderes.
-Disfrutas haciendo eso ¿verdad? –preguntó Ángel- ahora
desde que le perteneces eres libre para tentar todo lo que se te antoje,
aprendiste a jugar un juego muy peligroso que cada día te consume más, es una
lástima que no puedas ver tu alma, tu apariencia física y ella son muy
diferentes pero aún así yo no pierdo las esperanzas.
El no conseguir provocar ni una milésima a Ángel era algo
que me enfurecía mucho, había intentado de todo y su paciencia no desaparecía,
eso me frustraba.
-Eloísa ¿qué haces? –preguntó observando que mi mente y mi
mirada se habían perdido.
Estaba tan rígida como una estatua y él sabía que era lo
que estaba haciendo.
-¡Eloísa mírame! –me ordenó colocándose frente a mí
sabiendo que solo mi cuerpo estaba allí, mientras más mal hacía menos él podía
intentar entrar en mí.
Por un momento también se quedo quieto y yo pude volver en
mí, mis ojos que habían sido color bronce en ese momento volvieron al azul que
a él le gustaba, lo miré fijamente con ganas de hacerlo explotar en miles de
fragmentos pero no podía, su cobertura divina me lo impedía.
-Te prohibí que interfirieras –dijo al momento exhalando
con decepción- tu rebeldía…
-Así soy –le dije con descaro y con alivio- puedes ver
mañana el periódico.
Sin decir nada más desapareció de mi vista, sabía cómo
fastidiarlo de la manera en la que él me fastidiaba a mí, cuando me propongo
algo lo cumplo y no me arrepiento de la manera en la que lo hago, el fin
justifica mis medios.
-Mi bella princesa Eloísa –dijo otro mientras aplaudía con
sarcasmo- bravo querida, eres mi más preciada adquisición, siempre te sales con
la tuya y eso me encanta, eres una niña muy mala y no sabes cómo eso me encanta
de ti, pero creo que también debería ponerte un alto, abusas de tus poderes y
eso no es bueno.
Me limité a verlo de reojo levantado una ceja, ya no estaba
de humor para seguir perdiendo mi tiempo, salí a mi balcón para que el manto
oscuro de la noche me cubriera, había luna llena y un conocido se acercaba a mí
pero al ver que Damián estaba conmigo se limitó a aullar y a volver al bosque;
-Veo que ese chico realmente es un fastidio –dijo- voy a
tener que hacer una visita a su tribu en el norte de América para dejar las
cosas claras de una vez.
-James no es una molestia para mí –le dije.
-Pero te pretende –insistió mientras acariciaba mi barbilla-
y sabes muy bien que eso no puede ser, tú y él no pueden estar juntos, sería el
fin del mundo para su tribu, tu peludo amigo abusa de mi confianza y creo que
tendré que ponerle un alto.
-Déjalo en paz –le dije- ni James, ni su gente se meten
contigo.
-Pero si busca meterse con lo que es mío –dijo susurrándome
al oído mientras sujetaba mi brazo- y no lo voy a permitir, tú eres una
princesa, no tienen nada en común más que unos cuantos siglos, un pulgoso
hombre lobo no es para ti querida, tú mereces algo mejor, eso en caso de
permitirlo.
-Déjame en paz Damián –le dije soltándome de sus garras- tú
no vas a decirme que hacer y qué no hacer, yo hago de mi vida lo que me place.
-No me tientes cariño –dijo muy seriamente- yo también
puedo deshacerme muy fácilmente de todo lo me estorba, no lo olvides.
Segunda Parte
Diciendo esto desapareció de mi presencia, había aprendido
a no temerle a Damián porque eso también lo alimentaba, el saber que poco a
poco dejé de depender de él no le hacía gracia y lo único que tenía seguro era
que le pertenecía y en cualquier momento podía hacer conmigo lo le diera la gana.
Ya era más de la media noche y en las últimas llamas del
fuego que se extinguía él llegó.
-Eloísa –dijo mientras me observaba fijamente.
-James –le dije sin mover la cara para mirarlo.
-Espero que el demonio no nos interrumpa –dijo.
-¿Qué haces aquí? –le pregunté- te he sentido y te he visto
rondar ¿Qué quieres?
-A ti –dijo mientras se acercaba- sabes que desde que te
conocí estás clavada en mi corazón y no descansaré hasta tenerte.
-Pierdes tu tiempo –le dije- sabes muy bien que no puede
ser, no somos iguales y estarías condenando a tu gente que nada tiene que ver,
¿Saben que estás aquí?
-Crucé el gran río solo por ti –insistió- quiero que seas
mi mujer.
-Se llama océano Atlántico –le dije sin dejar de ver las
llamas que se extinguían- y no puedo ser tu mujer por el simple hecho de que no
lo soy.
-Yo sé lo que eres –dijo- y no me importa, voy a
enfrentarme a lo que sea con tal de sentirte mía.
-James ya basta –le dije- será mejor que te vayas.
-No me importa lo que tú eres –insistió- quiero que seas
mía.
Lo miré con detenimiento mientras se había colocado a la
par mía para cortejarme a su manera, conocí a James durante un viaje al nuevo
mundo que hice durante la guerra civil de norte América en el siglo XIX y desde
entonces se obsesionó conmigo, por supuesto que sabe lo que soy y es por eso
que él no repara en mostrarme lo que es. Su piel canela y su pectoral fuerte muy
bien definido puede enloquecer a cualquier mujer, sus ojos café intensos son
muy hermosos, su mirada podía mostrar dulzura y a la vez furia, pero ésta vez
mostraba deseo, un deseo retenido y que deseaba liberar. Mi único obstáculo con
él ha sido que no he podido leer su mente, posee una especie de escudo que me
bloquea y es por eso que nunca sé cuándo va a aparecer de nuevo en mi vida. Me
paré frente a él intentando que su aroma a madera barnizada no me provocara
náuseas, lo miré fijamente para que se diera cuenta lo que intentaba decirle,
pero él me resistía la mirada con esos ojos de perrito ansioso que cualquier
humano no podría resistir.
-Sabes que no puedes hacerlo –me dijo rompiendo el hielo-
por más que lo intentes, no puedes.
-Ya lo sé –le dije- además no me interesa.
-Creo que sí te interesa –dijo tomándome con fuerza por la
cintura y respirando el aroma de mi cuello- a pesar de tu indiferencia deseas
leer mi mente y a pesar de tu frialdad voy a mostrarte mi calor que es lo que
necesitas.
-James no juegues –le dije en tono de advertencia- sabes
que no puedes someterme, sabes muy bien que no puedes conmigo.
-Necesitas un hombre que te haga sentir mujer –dijo
susurrando en mi oído- tú necesitas de mí y yo necesito de ti.
-¡Ya basta! –le dije sujetando sus manos- quita tus manos
de mí, no me toques, sabes que no me gusta.
Si algo teníamos en común era la fuerza sobrenatural,
podíamos chocar como dos titanes y pelear toda la noche sin que ni el uno ni el
otro flaqueara en sus fuerzas y creo que era eso lo que más le gustaba de mí.
-Vine a buscarte –dijo mientras de un solo tirón me lanzó a
la cama y en segundos ya estaba encima de mí- vine por una sola cosa.
-James no soy una perra –le dije sintiendo que la furia se
apoderaba de mí- si tú te sientes en celo es tu problema no el mío.
-Puedo oler en ti el deseo –dijo olfateándome el cuello como
un perro- a pesar de tu alma sucia, tu piel fría desea el clímax.
-James no me provoques –le dije- sabes que no puede ser,
además no tengo corazón que me haga estremecer el cuerpo, no tengo sensaciones.
-Yo voy a hacer que lo sientas –dijo acercando sus labios a
los míos- serás mi mujer y nada podrá impedirlo.
Sin decir nada más me besó con fuerza como si tratara de
devorarme, su lengua se apoderó de mi boca con posesión mientras se deleitaba
sintiendo mi sabor lo cual lo estaba haciendo gemir de placer, por un momento
me dejé llevar seguramente por el mismo motivo que él decía; el deseo de
sentirme viva. Sus manos comenzaron a recorrer mi cuerpo con tal fuerza como si
deseaba entrar en mi piel, levantó mi pierna para tocarla y abrirse paso sin
problema, a una mujer cualquiera la hubiera asfixiado por la fuerza de su beso
pero yo podía resistir eso, por un momento me perdí tocando la calidez de su
bien definida espalda, pero cuando dejó de besarme en la boca para besar mi
cuello y buscar mis pechos giré mi cabeza y lo primero que vi al abrir los ojos
fue el retrato de Edmund, inmediatamente reaccioné y lo empujé con fuerza
lanzándolo sobre una mesa que se partió en dos partes al mismo tiempo que le
hacía un agujero a la pared de roca. Me
senté en la cama mientras observaba que él se sujetaba la cabeza intentado
volver en sí, definitivamente no podía hacerlo, no podía entregarme a ningún
hombre que no fuera Edmund, además ya estaba muerta no podía sentir sensaciones
que me estaban prohibidas.
-Lo siento James –le dije- te advertí que no me provocaras,
sabes muy bien que no puedo.
-Claro que puedes –dijo poniéndose de pie- es solo que no
quieres, eres tan apasionada como lo quieras ser, pero el recuerdo de tu hombre
está presente en ti y eso es un gran obstáculo.
-Será mejor que te vayas y no vuelvas –le dije- olvídate de
mí, busca una loba de tu clase y tengan tantos cachorros como quieran, yo no
puedo ofrecerte lo que quieres.
-Sabes muy bien qué es lo que quiero –dijo mientras se
dirigía a la ventana- y no descansaré hasta tenerte, así sea lo último que haga
en mi solitaria vida, tú serás mía.
Diciendo esto rápidamente saltó por la ventana, en segundos
yo me acerqué al balcón y lo vi alejarse en cuatro patas en dirección al bosque
mientras aullaba de dolor a la luz de la luna lo cobijaba.
Una noche larga definitivamente, tan larga como cada
segundo que pasa en mí, ver la vida desde mi punto de vista no es igual que los
humanos, mientras el resto de las personas dormían plácidamente yo no podía
hacerlo, solo bastaba un segundo en cerrar mis ojos para poder ver claramente
todo lo que había sucedido, sentía que podía volver a ver a Edmund y todo lo
que compartimos. Por momentos podía sentir el toque de sus manos, el sabor de
sus labios, su respiración en mi cuello, sus besos en mi frente, sus fuertes
brazos rodeándome y ese deseo era una pesadilla que atormentaba mi maldita
existencia. Lo recordaba como si hubiera sido ayer, como si bastara cerrar mis
ojos y despertara de un mal sueño para correr a él y sentir que nada de lo que
había pasado había sido verdad.
Hubiera deseando mil veces morir con él y con todos los
míos ese día, que vivir en una condenación eterna que me consume solo a mí,
miraba el anillo que me había dado y el cual pude recuperar después de
estrangular a varios, era una finísima joya que nunca me quito de la mano y por
la cual ya han muerto muchos codiciosos que han querido robármela. La cadena
que siempre tengo en mi cuello tiene un camafeo con un retrato suyo que mandé a
elaborar mucho después, era un capricho que él me concedería el día de nuestra
boda y que nunca llegó a realizarlo, es por eso que en su memoria lo mandé a
elaborar conteniendo una miniatura del retrato que tengo de él encima de la
chimenea, me engaño a mí misma haciéndome creer que él si pudo dármela como
regalo de bodas.
Estas
joyas, el retrato y su recuerdo es lo único que tengo de él y es algo que me
acompañará hasta el final de mis días, es por eso que visto de negro, para que
todo aquel que me vea conozca el luto que llevo por dentro.
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